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De San Vicente de la Barquera a Zarautz: 10 playas de la costa norte de España, refrescantes y gastronómicas

El acrónimo de moda se llama ‘coolcations’, acrónimo de ‘cool’ (fresco y guay) y ‘vacations’ (vacaciones), y alienta ese creciente éxodo veraniego al norte peninsular

Playas norte de España

Cuando agobia el calor tórrido, los granos de arena actúan como brasas y el agua está más caliente que el aire, muchos sufridos veraneantes elevan la vista al norte de España en busca de vacaciones refrescantes y reparadoras. El acrónimo de moda se llama coolcations, acrónimo de cool (fresco y guay) y vacations (vacaciones), que alienta ese creciente éxodo veraniego al norte peninsular pese al riesgo de lluvias y alguna que otra ola de calor que la humedad convierte en insoportable.

Estos 10 arenales sugerentes de la España Verde, entre Francia y Portugal, servirán para buscar refugio climático ya sin los agobios del termómetro; una nueva zona de confort playero espera, además con una gastronomía de fábula y el privilegio de poder dormir a pierna suelta.

Gerra, gran espectáculo de playa y montañas cántabras (San Vicente de la Barquera)

¿Qué ocurre si dejamos atrás la playa de Merón, atestada de coches y bañistas, y seguimos su prolongación hasta ver cómo la arena se recuesta al filo del cabo de Oyambre? Pues que, sin salir del municipio cántabro de San Vicente de la Barquera, llegaremos al sector arenoso de Gerra, o playa del Cabo, refrigerado donde los haya, ventoso, mucho menos frecuentado y en el que prima la tranquilidad que otorga el verde acantilado bien preservado en plena costa occidental de Cantabria. Se imponen los largos paseos sobre la arena húmeda del corazón del parque natural de Oyambre.

La playa de Gerra, en la localidad cántabra de San Vicente de la Barquera.

En esta orilla sin piedras cobran especial protagonismo los numerosos surfistas europeos, junto con la Escuela de Surf H2O y la Surf House Gerra, por su orientación oeste abierta al Cantábrico, garantizando olas, incluso en agosto, idóneas para el aprendizaje. Este 2025 las autocaravanas tienen prohibido pernoctar en los aparcamientos de playa.

La mejor foto de los 3,5 kilómetros arenosos (siempre en bajamar) se obtiene caminando hasta el cabo de Peñaentera, a la vista del castillo de San Vicente de la Barquera y de los Picos de Europa. Después nos encaramamos al cabo de Oyambre para la puesta de sol, como si de un ritual se trata pues centenares de viajeros se congregan para asistir a la apoteosis decorativa. Solo La Terrazuca de Gerra cuenta con un aforo de 500 sillas, en las que a partir de las 17.30 ya se puede comer pulpo o bonito a la parrilla, o tomar una copa a la espera de la caída del sol. Lo suyo en esta zona es hospedarse en el hotel Gerra Mayor, de los hermanos Óscar y Margarita Sierra, que acaban de cumplir tres décadas al pie del cañón.

Y un motivo más para acercarse: del 3 al 6 de julio, San Vicente de la Barquera acogerá el Gran Premio Nacional de Canto Coral, que este año cumple su 25º aniversario.

El restaurante Lola Melón anima el verano en el arenal asturiano de La Ñora (Villaviciosa)

El escenario es peculiar por la forma en que le gana a uno la sensación acogedora de verse impregnado de la naturaleza costera astur. Aquí desemboca el arroyo de La Ñora, que divide los Ayuntamientos de Villaviciosa y Gijón, acompañando una fenomenal masa boscosa ascendente que genera más abajo una playa de forma casi triangular, a la que otorga personalidad un islote de baja cota, accesible en bajamar.

Vista aérea del arenal de La Ñora, cerca de la ciudad de Gijón.

Sorprende en La Ñora el aire ibicenco (sin merma de su asturianidad) que desprende el restaurante Lola Melón, con vocación de beach club. Y lo hace durante todo el día, dando solaz en diferentes espacios combinados con música, desde la hora del vermú hasta medianoche, también con mesas exteriores donde amenizar los ocasos rojos con un mojito o un daiquiri. Entre los 28 platos de la carta cabe citar los torreznos de Soria con guacamole y totopos caseros; los huevos rotos con jamón Cinco Jotas y yemas de huevo trufadas, antes del arroz seco de entrecó laminado. De postre, tarta de queso.

“Vive más, preocúpate menos” es el lema del Lola Melón, donde organizan tres actuaciones por semana. A poniente, ya en el término municipal gijonés, la escalinata de la senda costera lleva hasta el mejor mirador sobre La Ñora. Y si de sidraturismo se trata, aqui se puede practicar en el llagar Castañón (de martes a sábado; visitas guiada con aperitivo, 15 euros; sin picoteo, 6 euros).

La coruñesa Sonreiras, emboscada a la entrada de la ría de Cedeira

Esta singular caleta de 40 metros de largo (muchos antiguos veraneantes de Cedeira ni siquiera han oído hablar de ella) es el equivalente atlántico de muchos reductos de la Costa Brava (Girona), solo que los pinos son aquí altos eucaliptos y el sendero zigzagueante de acceso se ha resuelto en Sonreiras, vista la verticalidad del acantilado, con una escalinata de madera. Un enclave para disfrutar a gusto en marea baja y en el que algunos vecinos gozan del privilegio de trasladarse en lancha. Hasta la colocación de la escalinata, a Sonreiras acudían las parejas cedeiresas trepando por la montaña y descolgándose con cuerdas. La baja temperatura del Atlántico recuerda también las latitudes de las Rías Altas en que nos encontramos.

A la cala de Sonreiras, en Cedeira, se accede por una larga escalinata de madera.

El coche se deja justo antes de la sauna del castro de Punta Sarridal, descubierta en 2017, junto con una muralla y un foso, todo ello datado entre los siglos III y II antes de Cristo. Muy cerca está la baliza de entrada a la ría de Cedeira y el miradoiro de Punta Sarridal, dotado con bancos. Antes de negociar las escaleras a Sonreiras, a unos cien metros a mano derecha, existe una plataforma con paneles informativos a guisa de precioso mirador desde el que se abarcan las aguas verdiazules, el castillo de la Concepción, la baliza de Pedras de Medio Mar y, al fondo de la ría de Cedeira, la playa familiar de Vilarrube.

Como es lógico pensar, en Sonreiras cubre en cuanto uno pone el pie en el océano. Dedes su arena arranca el acceso a una antigua cetárea de marisco, abierta para los curiosos que quieran conocer su estructura, y dotada de cartel informativo. Rematamos la jornada tomando una ración de marrajo o calamares en el clásico mesón Muiño Kilowatio. Más novedosa es la taberna Bon Pé, donde sirven mariscadas de órdago. De no encontrar habitación en el novedoso hotel boutique Os Cantís, otra opción es el hostal Praia Madalena.

Viñó no envidia a las islas Cíes (Cangas de Morrazo)

Cuanto se diga de la ensenada de Nerga, en Cangas de Morrazo (Pontevedra), es poco. El agua se presenta tranquila, muy fresca; y la arena, finísima, se alonga en largos sistemas dunares móviles emparentados con los de las islas Cíes, cuyas moles se recortan contra el horizonte, así como la silueta de punta Subrido, la ciudad de Vigo, las tradicionales bateas y el perfil de algún carguero, otorgando a esta bahía un magnífico decorado. Tras la playa de Nerga propiamente dicha —la de mejor acceso rodado— se abre, en el centro de la ensenada, cerrada por dos puntas rocosas, la playa de Viñó, la más recogida y personal, en la que “interactúan en armonía tanto los textiles como los bañistas a puro cuerpo (mayormente vecinos de la zona)”, dice una local. Cerrando el conjunto, la playa de Barra, siempre en el top ten de playas españolas de raigambre nudista.

Bañistas en la playa de Nerga, en Cangas de Morrazo (Pontevedra).

Obedeciendo las señales de Viñó-Barra se llega a varios leira parking, es decir, fincas vecinales convertidas en aparcamientos a cambio de 4 o 5 euros diarios. Por aquí, y hasta cabo Home, discurre la senda costera. El bosquete de pinos acompañará hasta las dunas protegidas por la Zona de Especial Conservación Costa da Vela, así como por la Red Natura 2000.

En la punta de Preguntouro, la que separa Viñó de Barra, la panorámica es de admirar. Cerca, el chiringuito Ezequiel, uno de los veteranos de Cangas, atestigua que tanto Barra como Viñó no han perdido es su esencia. Un restaurante que debería estar en la agenda de todo visitante es Cabo Home, en Donón, por sus pescados al horno, sus navajas de las islas Cíes y sus percebes de los acantilados de Soavela regados con vino blanco de cosecha propia. Cuando llega el último vestigio de luz del día, en el mirador de Donón, quien más quien menos busca fotografiar el sol justo en el momento que ocupa el centro de la caracola de acero inoxidable, de nombre La Buguina, obra de Lito Portela.

Tablas, panorámicas y literatura en Los Locos (Suances)

Su solo nombre está repleto de evocaciones. Se dice que a este arenal del istmo de la Punta del Dichoso trasladaban a los pacientes de un hospital psiquiátrico del interior peninsular por su nula escapatoria, al ser el fondo de un acantilado de 25 metros de altura, y cuyo arenal queda reducido en bajamar a un 30%, como mucho. La escritora madrileña Elena Soriano (1917-1996), muy vinculada con Suances, se inspiró en esta paraje para su novela de mayor fuste, La playa de Los Locos, que tanto tuvo que bregar con la censura. Actualmente Soriano da nombre a un concurso de relato corto.

Bañistas y surfistas comparten aguas en la playa de Los Locos, en Suances.

Otros, con sorna, dicen que la toponimia de Los Locos hace referencia a los riders de este bravío oleaje, que concentra seis escuelas de surf. Un histórico surfero suancino, Borja Ibarra, cabalga olas desde 1984 y dirige desde 1999 la Escuela de Surf Los Locos. “Esta playa, orientada al noroeste, y por la que entran todas las marejadas de Cantábrico, es excepcional para surfear en verano debido a la protección montañosa de que goza frente al viento del noreste, predominante en verano”, comenta. Otra razón para volver a esta arena dorada de grano fino son las puestas de sol, sobre todo en septiembre, con el fondo de los Picos de Europa.

Lo panorámico de la playa, que no defrauda jamás, se pone de manifiesto en la bajada principal compuesta de rampa de hormigón y escaleras, desde el mirador frente al hotel El Castillo de los Locos y desde el restaurante El Mirador de Suso: tres perspectivas que se complementan. Otro must de esta playa en la que ondea la bandera azul es la tortilla de patata que sirven en el chiringuito de Los Locos, más conocido como Chiringuito de Tuto. Y para darse un festín, los arroces y pescados de La Dársena.

Karraspio, entre la isla y la campa (Mendexa)

Karraspio es suceptible de muchas matizaciones. Aunque esta playa pertenece al ayuntamiento vizcaíno de Mendexa, turísticamente hablando se podría adscribir a Lekeitio, que este año celebra el 700º aniversario de su fundación. Y aunque Karraspio sea de índole urbana, la isla y la campa que la flanquean, junto con el mar abierto y una anchura de 150 metros, evocan sin duda el contacto con la naturaleza. El medio kilómetro de arena tostada abierto al mar cuenta con socorrista hasta el 30 de septiembre. La zona azul (10 euros diarios) rige de 10.00 a 20.00.

La visita a la isla de San Nicolás, o de Garraitz, convertida estos últimos años en parque arqueológico, constituye una pequeña aventura que siempre habrá que emprender con marea baja, calculando bien para no tener que ser rescatados por el helicóptero de la Ertzaintza. Se puede acceder directamente desde Karraspio, pero lo habitual es caminar el malecón de Lazunarri (cuidado con el verdín), construido no tanto para acceder a la isla como para evitar que la arena arrastrada por el río Lea colmate el puerto pesquero.

La isla de San Nicolás, o de Garraitz, en la playa de Karraspio (Lekeitio).

Al tiempo que catamos los pollos asados del bar Pachón o hacemos acopio en Helados López veremos a los alumnos de la escuela de surf Leaktibai cabalgar las olas, en tanto que fotografiamos los declives de la punta de Arzabal: verde hasta la idealización colorista, tan en pendiente que las vacas parecen atornilladas al paisaje. No se concibe un hotel más playero que el Metrokua, con nueve habitaciones.

En Lekeitio, tras visitar el maravilloso retablo, el puerto y el faro, se pueden recuperar fuerzas en el asador Prim o en el mesón Arropain.

Dunas, laguna y peñón embellecen la idílica ‘praia’ de Area Maior (Muros)

Incluida en la Red Natura 2000, la playa de Area Maior, en Muros (A Coruña), atrae a los amantes de la naturaleza como un gigantesco electroimán. Y lo hace con el monte Louro, elevado a la entrada de la ría de Muros y Noia, así como con la magnífica cornisa de dunas, que revela un cromatismo inusitado al atardecer. Su arena es dorada como la miel; no se pega (salvo que sople el viento); y la rompiente varía día a día con lomos y pocitas a criterio del oleaje, por lo que resulta muy comprometida para el baño (atención: carece de socorrista).

La playa de Area Maior, con vistas del monte Louro.

Antes podremos acercarnos a pie a la laguna de Xalfas, que no hace sino enriquecer el conjunto con su población de garcetas, garzas reales, cercetas comunes y, con suerte, alguna nutria. Están prohibidos los perros en Area Maior para preservar los nidos de píllara, es decir, del chorlitejo patinegro, el ave dunar por excelencia. Una o dos veces al año la laguna se desborda en invierno formando una riada de agua dulce que baja por la playa, fenómeno denominado ingüeiro.

Debido al amortiguamiento veraniego del oleaje, los deportes más practicados en Area Maior por la escuela de Abel Lago, campeón del mundo de kitesurf, son el kitesurf y el novedoso wingfoil. El resto del año suelen practicarse más el surf, el windsurf y el paddle surf. La escuela cuenta con hostel en la cercana aldea de Mouro. Eso sí, el crepúsculo se contempla mucho mejor desde la playa de Lariño (Carnota).

La cala grande de A Marosa, a las afueras de Burela (Lugo)

Quien conduzca por la Mariña Lucense en dirección a Ribadeo, poco antes de entrar en Burela, no podrá por menos que reparar con el rabillo del ojo en una primorosa caleta orientada al noroeste, dotada con arena fina, agua azul cristalina, bandera azul y hasta campo de fútbol. Aunque algunos creen que el baño junto al espigón es más seguro, lo cierto es que es justo al contrario: allí barren las corrientes y es por el centro por donde hay que entrar al Cantábrico. Una bañista nos recuerda una leyenda semiurbana de Burela: “En A Marosa siempre te pones morena”. Durante el crepúsculo veremos caer el sol por un grupo de farallones.

El arenal de A Marosa, a las afueras de Burela (Lugo).

Cerca de la orilla luce el mural elaborado con material reciclado que ostenta el Burela Surf Club, cuyo presidente, Iván Penelo, comenta sobre A Marosa: “Es un arenal abierto al Cantábrico, con mucha energía, en el que rompe, dureante la media marea, un precioso izquierdón. La ola de A Marosa es algo difícil de bajar, pero una vez la bajas resulta fácil de surfear”.

El chiringuito de verano de la zona, O Rincón a Pé de Praia, lo regentan trabajadores de la lonja de Burela, lo cual garantiza la calidad de mariscos y pescados a la parrilla, como la ventresca o el lomo de bonito con el sello de calidad de Burela. Los viernes se programan conciertos mientras los DJs pinchan los fines de semana; cada domingo hay actuación a la hora del vermú. Cierra el 30 de agosto.

El paseo marítimo hasta el puerto, de unos tres kilómetros, es muy recomendable por sus vistas y porque en los muelles se puede abordar el Barco Museo Bonitero.

Penarronda reina en el extremo occidental de Asturias (Castropol/Tapia de Casariego)

Penarronda es una de las playas más sobresalientes del Occidente asturiano, cuya amplitud y hechura son impropias de un tramo costero mayormente acantilado. Los 600 metros de rompiente garantizan largos paseos sobre arena color tostado muy batida por el Cantábrico; de hecho, la reventazón de las olas avisa de su orientación hacia el norte y el peligro de corrientes, sobre todo donde desemboca el río Penarronda. Además, la zona se beneficia no solo del microclima diferencial que domina entre las rías del Eo y Navia, sino también de la ausencia de edificaciones.

Penarronda está cargada de grandeza paisajística. Tanto la orilla como el islote horadado, de nombre El Castelo (que fija la mirada y presta su nombre al playazo), ganan sustancialmente contemplados desde los promontorios que flanquean el arenal: el oriental tiene la ventaja de contar con la ermita de Santa Gadea y, por ende, de no hacer falta bajarse del coche si arrecia el viento del noroeste, el gallego, a la hora del crepúsculo. A sus pies se extiende la zona acotada para surfistas, muchos de ellos aprendices de las escuelas HolaOla y Nordés.

La playa de Penarronda, en el Occidente asturiano.

En el sufrido campo dunar perviven especies protegidas como el alhelí de mar, el narciso marino y una rara variedad de cáctus endémico; todo lo cual le ha valido a Penarronda, aparte de la bandera azul, el ser catalogada como monumento natural. El camping Playa Penarronda también se beneficia de este entorno natural.

En la terraza del hostal Parajes es parada obligada para tomar un refresco con vistas. La pasada Semana Santa abrió en el hotel y apartamentos Penarronda Playa el restaurante El Castelo, a cargo del chef Ángel Izquierdo. “Ejemplo de mi humilde cocina de mercado de kilómetro cero son el arroz de pitu de caleya y los tacos de bonito con patatas encebolladas y salsa bilbaína”, explica. El Hotel Palacete Peñalba, de exquisita arquitectura modernista, se encuentra a dos kilómetros de la playa.

Zarautz, en Gipuzkoa, presume de campo dunar

El uso de sistemas dunares como campos de golf —sea en El Saler (Valencia), Oyambre (Cantabria) o Zarautz, por poner tres ejemplos—, aparte del atentado medioambiental que ello conlleva, tiene al menos la ventaja de haber preservado del ladrillo un sector de costa plenamente recuperable en el futuro. En el caso de la playa de Iñurritza, en Zarautz , muchos acceden, pasado el hotel-restaurante de Karlos Arguiñano, por el llamado Pequeño Desierto, que enlaza con una agradable pasalela de madera que separa el campo del golf de la playa. Esta caminata de 700 metros permite olvidarse del casco urbano y de la nube de surfistas, llegando al biotopo protegido donde el río Iñurritza forma una ría y el Ratón de Getaria muestra su mejor perfil. Es este tranquilo tramo de playa se practica tradicionalmente el nudismo. Un puente de madera salva el estuario para quienes quieran subir por escalones de hormigón por la colina de Talaimendi para obtener la mejor panorámica del arenal.

Vista de Zarautz y de su playa homónima.

Otra opción para llegar a Iñurritza es dejar el coche en el parking de Kortazar, a razón de 5 euros por 4 horas, o 10 euros por todo el día (a partir del 1 de octubre es gratuito).

Un último mirador sobre Iñurritza, con dos bancos, y muy agradable de contemplar, está al pie de la carretera de subida a Talaimendi. Salvo que se quiera realizar una fotografía rápida, habrá que seguir 400 metros y aparcar en la bodega Talai Berri Txakolina donde, de paso, llenar el maletero con buen chacolí.

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