Isabel Rey, educadora: “El voluntariado me cambió la vida”
La docente y especialista en integración cree que “con la escuela tradicional no solucionamos el presente”

El mundo gira hacia la crueldad como política de Estado, pero hay personas, estrellas pequeñas en la galaxia de los nuevos astros, que siguen manteniendo la bandera de la tolerancia hacia los vulnerables. Por el bien de todos. Una de ellas es Isabel Rey, madrileña de 54 años, docente vocacional y directora del vasto programa educativo y social de la Fundación Montemadrid, cuyas Escuelas Infantiles acaban de recibir el Premio Nacional de Discapacidad Reina Letizia.
Pregunta. ¿De dónde nace su vocación?
Respuesta. Tengo doble vocación: educativa gracias a unos profesores que tuve de niña que no solo estaban pendientes de lo académico, sino también de lo humano; y el compromiso social, que nace de mis padres. Ellos eran un sastre y una modista de Usera muy involucrados en este barrio de Madrid con una vida comunitaria muy participativa, muy solidaria, donde todos nos cuidábamos y protegíamos. Y ellos me animaron a hacer un voluntariado cuando tenía 19 años.
P. ¿Qué aprendió?
R. Sin salir de las fronteras de mi barrio descubrí la desigualdad. Allí trabajábamos con personas mayores, vulnerables, enfermos, madres con hijos dependientes... Les visitábamos, hablábamos con trabajadores sociales para ver qué podíamos hacer. Ese voluntariado cambió el curso de mi vida.
P. ¿Recuerda algún caso que le marcara de forma especial?
R. Hubo dos ancianos muy mayores que vivían solos, con patologías ya graves. Nos avisaron los vecinos, fuimos a visitarlos y encontramos que vivían en condiciones pésimas, incluso con alguna rata. Nos movilizamos, hablamos con el médico de cabecera, que vino rápidamente, llamó al juez y en dos días se les dio una residencia y una solución eficaz desde varias instituciones. No sé si hoy en día esa agilidad sería posible. El voluntariado es algo en lo que los jóvenes deberían participar.
P. Usted estudió Filología inglesa. ¿Qué pasó después?
R. Tenía muy claro que quería ser profesora y empecé dando clases en academias. Pero, en cuanto tuve ocasión de meterme en una entidad social, lo hice. Quería compaginar las dos cosas: la educación y lo social. Así empecé en la Obra Social de Caja Madrid, que proyectaba un nuevo programa de español para migrantes. Me encargaron ponerlo en marcha y ahí empezó todo.
P. ¿De ahí a la Casa Encendida, donde está hoy?
R. No. Cuando llegó la debacle de Caja Madrid fui a Casa San Cristóbal, en la periferia sur de Madrid, para activar un centro cultural donde he estado diez años que también han sido un antes y un después en mi vida. Empecé aliándome con el tejido asociativo del barrio, que es uno de los más precarios de Madrid, con gran fragilidad, pero también grandes fortalezas, porque tiene una comunidad muy resiliente y gran interculturalidad. Se trataba de borrar esa línea entre alta y baja cultura y hoy es un referente en el barrio. Hicimos lo posible por tomar la calle, hicimos conciertos de Mahler debajo de un puente, teatro salvaje o ciclos de poesía y rap. Los jóvenes también fueron grandes dinamizadores.
P. ¿Qué ha aprendido de los inmigrantes?
R. Conocer a otras personas, escucharlas y darles su tiempo y espacio me ha permitido eliminar los prejuicios, crear redes de respeto mutuo y darme cuenta de que, al final, todos somos iguales. Somos seres humanos con las mismas necesidades, queremos lo mismo en la vida, que nuestros hijos prosperen, tener bienestar, estar tranquilos, disfrutar y nada más. El otro es una oportunidad, no un peligro y no solo lo he descubierto, sino que lo he disfrutado.
P. ¿Cómo vive el discurso actual sobre deportación y hasta cacería de inmigrantes?
R. Es trágico y muy injusto porque son personas que huyen de situaciones muy dramáticas y que en su mayoría vienen a desempeñar trabajos que no queremos hacer. Nosotros también fuimos emigrantes y aún hoy nuestros jóvenes tienen que marcharse por problemas de vivienda o precariedad. Me parece incomprensible, me asusta y aterra que estemos desandando un camino que ya habíamos andado.
P. ¿Cree que hay un “modo de vida español” amenazado, como dice la ultraderecha?
R. No sé si el “modo de vida español” lo amenazan los migrantes o quizá los turistas (ríe). Tampoco sé muy bien qué es el estilo de vida español. La gente que viaja, y yo también lo he hecho, se aclimata mientras sigue teniendo sus raíces y no pasa nada.
P. ¿La educación está suficientemente dotada para estos retos?
R. No, porque cada vez es más heterogénea, debe ser más inclusiva y atender no solo lo académico sino lo humano. Para que un alumno pueda estudiar necesita tener otras necesidades cubiertas: la seguridad alimentaria, la salud mental, tenemos que atender a sus familias, ver qué necesitan… Muchas de ellas se esfuerzan mucho por darles un futuro a sus hijos, pero no llegan a conseguirlo y tenemos que apoyar. Para que la escuela compagine lo académico y lo humano necesitamos equipo multidisciplinar, inversión, creatividad, innovación. Con la escuela tradicional no vamos a solucionar los problemas del presente.
P. ¿Los jóvenes tienen oportunidades de hacer voluntariados, como usted?
R. Hoy más que nunca la juventud está muy concienciada con el presente, pero también muy desconectada, o a lo mejor somos los adultos los que estamos desconectados porque no sabemos explicarles qué mundo hemos construido. Pero, en cuanto les damos la posibilidad, ellos lo hacen. Lo hemos visto en Valencia: la gente estaba feliz y muy sorprendida de la enorme respuesta de jóvenes que llegaban con solidaridad desbordante de todos los puntos de España. Hay muchísima vocación social en los jóvenes, muchísimo compromiso medioambiental y social y hay que encontrar los canales.
P. ¿No existen?
R. Hay menos o son menos accesibles, pero hay muchas organizaciones trabajando. A nuestro espacio de voluntariado nos pueden llamar y nos llaman. Se involucran de forma muy activa. Pero me pregunto si hay suficientes. Estamos muy alejados de ellos y ellos deberían darnos su propio relato.
P. Cada vez más varones jóvenes quieren votar a Vox. ¿Es la era de la intolerancia?
R. Cuando tienes frustración, es fácil dejarse llevar por cantos de sirena que buscan un chivo expiatorio. También hay que explicarles el feminismo y decirles que tienen unos privilegios que no les corresponden. Si queremos igualdad deben renunciar a ellos. Los derechos son de hombres y mujeres por igual y el mundo será mejor así, aunque ahora vayan a perder su posición de poder. Pero sí, la van a perder y hay que explicárselo. Sin que se sientan agredidos por nosotras. Simplemente queremos un mundo justo en que una parte tiene que dar un pasito atrás.
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