Brasil: una postura valiente frente a la arrogancia de Trump
Bajo el liderazgo de Lula da Silva, el país ha optado por reafirmar su compromiso con la democracia


Durante décadas, EE UU fue el paladín de la democracia, del Estado de derecho y de los derechos humanos. Por supuesto, hubo discrepancias flagrantes entre la retórica y la realidad: durante la Guerra Fría, Washington derrocó gobiernos elegidos democráticamente en Grecia, Irán, Chile y otros países con el pretexto de derrotar al comunismo. En el ámbito nacional, EE UU libraba una batalla por defender los derechos civiles de los afronorteamericanos un siglo después del fin de la esclavitud. Más recientemente, la Corte Suprema de Estados Unidos ha actuado con firmeza para restringir los esfuerzos por rectificar los legados de la larga historia de discriminación racial.
Pero si bien EE UU muchas veces no ha practicado lo que predicaba, ahora no hace ni una cosa ni la otra. El presidente Donald Trump y el Partido Republicano se han encargado de ello. En su primer mandato, el desprecio de Trump por el Estado de derecho culminó en su intento de anular el principio más importante de la democracia: la transición pacífica del poder. Afirmó —y sigue diciendo— que ganó las elecciones de 2020, a pesar de que Joe Biden recibió unos siete millones de votos más, y de que decenas de tribunales dictaminaron que no se habían producido irregularidades.
Cualquiera que esté familiarizado con Trump tal vez no se haya extrañado; la gran sorpresa fue que alrededor del 70% de los republicanos creen que las elecciones fueron amañadas. Muchos estadounidenses se han sumergido en la trampa de las teorías conspirativas descabelladas y la desinformación. Para muchos partidarios de Trump, la democracia y el Estado de derecho son menos importantes que preservar el estilo de vida estadounidense, lo que en la práctica significa garantizar el dominio de los hombres blancos a expensas de todos los demás.
Para bien y para mal, EE UU ha sido durante mucho tiempo un modelo a seguir. Y, por desgracia, hay demagogos en todo el mundo más que dispuestos a adaptar la fórmula de Trump de pisotear las instituciones democráticas y repudiar los valores que las sustentan. Un ejemplo destacado es el expresidente de Brasil Jair Bolsonaro, que llegó a intentar emular el atentado del 6 de enero de 2021 contra el Capitolio para impedir la elección de Biden. Aquel intento de golpe de Estado del 8 de enero de 2023 en Brasilia fue mayor que el ataque al Capitolio estadounidense, pero las instituciones brasileñas se mantuvieron firmes —y ahora exigen que Bolsonaro rinda cuentas—.
EE UU, por su parte, se ha movido en la dirección opuesta desde el regreso de Trump a la Casa Blanca en enero. Una vez más, Trump ha dejado en claro que le encantan los aranceles y que aborrece el Estado de derecho —incluso al violar el acuerdo comercial que hizo con México y Canadá en su primer mandato—. Y ahora, haciendo caso omiso de la Constitución, que otorga al Congreso la autoridad exclusiva para imponer impuestos —y los aranceles lo son—, ha amenazado con imponer un arancel del 50% a Brasil a menos que detenga el enjuiciamiento de Bolsonaro.
Trump no hizo más que violar el Estado de derecho al insistir en que Brasil, que se ha adherido a todas las exigencias del debido proceso en el enjuiciamiento de Bolsonaro, hiciera lo mismo. El Congreso nunca ha promulgado aranceles como instrumento para inducir a los países a obedecer los dictados políticos de un presidente, y Trump no pudo citar ninguna ley que le diera siquiera una excusa para justificar sus acciones inconstitucionales.
Lo que está haciendo Brasil contrasta notablemente con lo ocurrido en EE UU. Si bien el proceso legal avanzó con lentitud, pero con prudencia, para pedir cuentas a quienes habían participado en la insurrección del 6 de enero, inmediatamente después de su segunda investidura, Trump utilizó su facultad de indulto presidencial para perdonar a todos los que habían sido debidamente condenados, incluso a los más violentos. La complicidad en un ataque que dejó cinco muertos y más de 100 policías heridos no constituyó un delito.
Al igual que China, Brasil se ha negado a someterse al acoso de EE UU. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva calificó la amenaza de Trump de “chantaje inaceptable”, y añadió: “Ningún extranjero va a darle órdenes a este presidente”. Lula ha defendido la soberanía de su país no solo en el terreno comercial, sino también en la regulación de las plataformas tecnológicas controladas por EE UU. Los oligarcas tecnológicos norteamericanos utilizan su dinero e influencia en todo el mundo para tratar de obligar a los países a que les den vía libre para implementar sus estrategias de maximización de beneficios, lo que inevitablemente causa enormes daños, incluso al servir como canal de desinformación.
Al igual que en las elecciones recientes en Canadá y Australia, Lula obtuvo un impulso nacional gracias a Trump, ya que los brasileños rechazaron a la Administración estadounidense y se unieron en torno a él. Pero no fue eso lo que motivó a Lula a adoptar su postura. Fue una creencia genuina en el derecho de Brasil a implementar sus propias políticas sin injerencia extranjera.
Bajo el liderazgo de Lula, Brasil ha optado por reafirmar su compromiso con el Estado de derecho y la democracia, incluso cuando EE UU parece estar renunciando a su propia Constitución. Cabe esperar que otros líderes de países grandes y pequeños demuestren una valentía similar frente al acoso del país más poderoso del mundo. Trump ha socavado la democracia y la legalidad vigente en Estados Unidos —quizá de forma irreparable—. No debemos permitir que lo haga en ningún otro lugar.
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