Brasil, una espina en la garganta de Trump
Pese a todas las sanciones contra los magistrados del Supremo y los aranceles del 50% a productos brasileños, Bolsonaro ha sido detenido


Donald Trump ha puesto a Europa de rodillas, pero al menos tiene una espina de pescado clavada en la garganta. El CEO de Estados Unidos presionó y amenazó, impuso aranceles del 50% a productos brasileños, revocó los visados de ocho jueces de la Corte Suprema de Brasil, aplicó la Ley Magnitsky—hasta entonces reservada a graves violadores de los derechos humanos o corruptos notorios— contra el magistrado Alexandre de Moraes. Todo supuestamente para presionar por la absolución de Jair Bolsonaro, acusado de cinco cargos, entre ellos intento de golpe de Estado. El lunes, Moraes, ponente del caso, ordenó la prisión domiciliaria de Bolsonaro.
No ceder al chantaje de Trump, probablemente más centrado en las ventajas corporativas de controlar Brasil que en beneficiar a Bolsonaro, demuestra que las instituciones de la democracia importan y que aún son capaces de oponer resistencia. No es poca cosa en un mundo tan subyugado por el avance de la ultraderecha y por uno de los peores seres humanos de la historia. En Brasil, la democracia no se restableció hasta 1985, tras 21 años de una dictadura militar con la impronta de EE UU, lo que vuelve aún más significativo este momento de resistencia.
Defectuosa, incompleta, constantemente socavada, mucho más activa a la hora de beneficiar a las élites que a las poblaciones más pobres, la democracia brasileña resistió el intento de golpe de Estado del 8 de enero de 2023 con mucha más capacidad que la estadounidense, tantas veces autoproclamada “la mayor democracia del mundo”. Bolsonaro está detenido y Trump nunca respondió por el asalto al Capitolio y se dedica a expandir la destrucción del planeta para beneficiar sus intereses personales y los de las grandes corporaciones.
Uno de los hijos de Bolsonaro se mudó a EE UU, desde donde promueve una guerra contra su propio país, porque lo que importa es el poder de su familia. El domingo, decenas de miles de partidarios del expresidente habían salido a las calles de las capitales brasileñas para defenderlo. Bolsonaro no pudo asistir porque ya llevaba tobillera y estaba sujeto a varias restricciones. Aunque tenía prohibido manifestarse en las redes sociales, propias o ajenas, participó en las protestas de Río de Janeiro por vídeo, que se divulgó en las redes sociales de otro de sus hijos. Al ordenar su arresto domiciliario, el magistrado de la Corte Suprema demostró que la ley vale.
Es un momento duro para Brasil. A Lula da Silva le está siendo muy difícil gobernar y el Congreso más depredador de la historia, financiado en gran medida por las corporaciones, está destruyendo el sistema legal de protección de la Amazonia y todos los biomas. También es obvio que el arancel del 50%, cuya reducción ahora será más difícil de negociar, traerá dificultades. Pero el ataque de los Bolsonaro contra el país desde EE UU, que perjudica a los intereses de la agroindustria y otros sectores —aliados de la extrema derecha, sí, pero siempre más preocupados por sus ganancias— parece haber cambiado momentáneamente la correlación de fuerzas. Es importante señalar también que, en un intento de mejorar la baja popularidad de Lula, el Gobierno ha apelado al nacionalismo y a la soberanía, temas muy preciados por la extrema derecha, un camino sucio y muy peligroso con resultado incierto. La propia transformación de Alexandre de Moraes en “héroe” de la resistencia revela la gravedad del momento. El magistrado dista mucho de ser progresista y fue nombrado para el Supremo por Michel Temer, que llegó a la presidencia en 2016 orquestando el impeachment de Dilma Rousseff.
Mucho va a suceder todavía y nada está garantizado, pero Bolsonaro está detenido, aunque de momento en su casa; por primera vez hay generales en el banquillo de los acusados de la justicia civil por intento de golpe de Estado en un país cuya República comenzó con un golpe militar y los militares siguen creyendo que tienen un “poder moderador” que no existe en la Constitución; el sistema judicial merece muchas críticas, más que justas, pero ha puesto límites importantes y resistido a ataques persistentes.
En la lucha, hemos aprendido que hay que celebrar cada victoria, sobre todo cuando son pocas y a menudo efímeras. Por hoy, celebremos que Bolsonaro está a medio paso de la cárcel y que Donald Trump tiene al menos una espina clavada en la garganta para entorpecerle la concentración en el campo de golf donde humilló a Europa.
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