El BCE trata de adaptarse
La eficacia de la política monetaria dependerán de la capacidad para blindarse a la digitalización de los medios de pago y las nuevas formas de dinero

La reciente revisión de la estrategia de política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) evidencia la complejidad de gestionar tipos de interés e inflación en un contexto de fragmentación geopolítica, disrupción tecnológica y presión regulatoria. El BCE reafirma su objetivo de inflación simétrico del 2% a medio plazo, pero introduce matices que anticipan una función de reacción más flexible. La autoridad monetaria se reserva actuar de forma contundente dependiendo de la magnitud y naturaleza de los choques, lo que implicará mayor volatilidad en movimientos de tipos de interés y una calibración más frecuente del tipo “neutral”. Además, fusiona su antiguo esquema de dos pilares (económico-monetario) en un único marco que incorpora riesgos climáticos y de estabilidad financiera.
Este replanteamiento estratégico coincide con un momento con la inflación de vuelta al 2% (tras las cotas del 10% de finales de 2022) y un crecimiento del PIB que, pese a la incertidumbre global, mantiene cierta capacidad de resistencia (avance del 1%) con un mercado laboral sólido y unas finanzas privadas relativamente robustas. El estímulo monetario iniciado hace casi un año y por un importe acumulado de 200 puntos básicos (al que le quedaría un último recorte) debería ser un factor favorable adicional, aunque parcialmente compensado por la apreciación del euro frente al dólar.
En paralelo, el BCE percibe una amenaza latente para la autonomía de su política monetaria en el auge de los criptoactivos y, especialmente, de las stablecoins. Aunque hoy suponen un riesgo limitado para la estabilidad financiera de la zona euro, Lagarde advierte de los efectos potenciales de una migración de depósitos hacia monedas digitales privadas al margen de la regulación. La mayoría de stablecoins están denominadas en dólares, lo que amplifica la dependencia estructural del sistema financiero europeo respecto a EE UU. Y aunque la nueva normativa comunitaria (MiCA) refuerza la protección para los inversores europeos, la fragmentación regulatoria global deja abiertas brechas que pueden comprometer la transmisión de la política monetaria.
El BCE insiste en acelerar la hoja de ruta del euro digital. Más allá de modernizar el sistema de pagos minoristas y ofrecer una alternativa segura frente a plataformas extracomunitarias, el proyecto aspira a reforzar la soberanía monetaria de la eurozona en un contexto de competencia tecnológica y geoestratégica cada vez más intensa. Christine Lagarde parece decidida a dejar como legado el lanzamiento de la nueva divisa digital antes del fin de su mandato en 2027. En definitiva, la revisión de la estrategia del BCE muestra la voluntad de adaptarse a un mundo más incierto y fragmentado, pero deja claro que la independencia y la eficacia de la política monetaria dependerán cada vez más de su capacidad para blindarse frente a riesgos emergentes como la digitalización de los medios de pago o la irrupción de nuevas formas de dinero.
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