Brasil oxigenado
LA CONFIRMACIÓN por el FMI de la concesión a Brasil de un paquete de ayuda financiera por 41.500 millones de dólares es una buena noticia para el conjunto de América Latina. Tras dilatadas y complejas negociaciones, mediatizadas por una situación política poco propicia en Estados Unidos y el proceso electoral en Brasil, la definitiva concesión y la inmediata disposición de parte de esos recursos puede abrir un proceso de normalización financiera del que el descenso de los tipos de interés debería ser el primer paso. El alejamiento del riesgo de devaluación del real, primer objetivo de esos recursos financieros, implica lo propio con el de las monedas de los países vecinos, en especial el peso argentino, particularmente vulnerable a tenor de la elevada vinculación comercial existente entre ambos países.Es importante además el mensaje que esta ayuda transmite a la comunidad internacional. El compromiso del Gobierno de Cardoso de aumentar gradualmente, a partir del próximo año, el superávit primario del presupuesto (ingresos menos gastos, excluidos los intereses), hasta situarlo en el año 2001 en el 3% del PIB, es un propósito ambicioso que exigirá profundas reformas en la Administración pública y en la Seguridad Social. En un horizonte más lejano, si prosperara ese empeño reformista, la economía brasileña podría desplegar su gran potencial, eliminando la recurrente propensión al contagio a cualquier convulsión financiera.
La experiencia brasileña debe servir para guiar la reforma del sistema financiero internacional. Sin menoscabo de las limitaciones exhibidas por las economías de algunos países infectados por los problemas asiáticos, la magnitud y rapidez de la propagación de la crisis ha puesto al descubierto su inadecuación a la naturaleza de las fuerzas que, de hecho, gobiernan la asignación de los recursos financieros mundiales. El diseño de esa ya tópica "nueva arquitectura" del sistema financiero internacional deberá tener presente, en primer lugar, nuevos códigos de transparencia e información, pública y privada, que permitan anticipar el peligro de crisis. En segundo lugar, ese nuevo sistema, dotado de un Gobierno tan global como sean los mercados, deberá disponer de instituciones con recursos financieros para limitar contagios, en gran medida injustificados, como los sufridos por algunos países latinoamericanos.
La demora en abordar esa reforma seguirá exponiendo a un buen número de países a nuevos episodios de inestabilidad y permitirá armarse de razones a los sectores más proteccionistas opuestos a la globalización.
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