Regreso de Leningrado
Los pasados días 26, 27 y 28 de agosto visité la ciudad de Leningrado, en la Unión Soviética. Si bien a la ida el control de aduanas fue "normal", dentro de lo que esperaba (registro de mi bolsa de viaje y de mi cartera, creo, a fin de comprobar que las divisas que previamente había declarado, en un impreso que con anterioridad se nos había entregado a los viajeros, eran las que realmente llevaba), en el de vuelta el registro que se efectuó en mi persona fue de todo punto inadmisible e intolerable, sin explicación de ninguna clase ni motivó que lo justificara. Un funcionario de los ferrocarriles soviéticos, a puerta cerrada en mi compartimiento, una vez desalojados al pasillo del tren los restantes viajeros, me registró de forma vejatoria, "cacheándome" todo el cuerpo, llegando incluso a ordenarme, con cierto acento sádico, que me sentara y me quitara los zapatos, palpando los pliegues de mis pantalones y plantas de mis pies, como si estuviese seguro de que fuera a encontrar "algo" que, desde luego, no encontró. Mi confusión y nerviosismo aumentaron cuando al salir del compartimiento, una vez acabada su infructuosa búsqueda, observé cómo otros dos o tres funcionarios se hallaban, fuera esperando, como dispuestos para intervenir, si hubiera sido necesario, en ayuda de su compañero.Es la sensación, exclusivamente, de angustia e indignación que en aquellos momentos sentí la que motiva esta carta; momentos en los que vi mi vuelta a Helsinki bastante incierta, puesto que aquel funcionario, valga la expresión, "venía a por mí", sobre todo pensando si hubíera caído en la tentación de haber adquirido cualquiera de los objetos que se ofrecen clandestinamente en las calles de Leningrado a bajo precio o hubiera vendido alguno de mí indumentaria personal que también por las calles de esa ciudad se desmandan los viandantes extranjeros con ofertas considerables de rublos. Son hechos que, creo, deben ser contados. Y los cuento./
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