Urgen cambios: el tenis está en peligro
Los dirigentes de nuestro deporte deben modificar la reglamentación. Mi amor por él y el miedo a que continúe perdiendo adeptos me inclinan a poner la problemática sobre la mesa


Lamentablemente, pocas veces me ocurre lo de este domingo pasado, cuando estaba mirando el partido de Carlos Alcaraz contra Ben Shelton. Cerré mi tableta, dejé de jugar al ajedrez para cruzarme de brazos, acomodarme algo mejor en el sofá y disfrutar del que, probablemente, ha sido el mejor partido de esta edición, hasta el momento. Evidentemente, no los he visto todos y mi afirmación puede resultar algo atrevida, pero dudo de que alguno de los otros que se hayan disputado lo haya podido superar en brillantez y calidad.
El encuentro reunió muchos de los ingredientes que hacen que este deporte quiera ser seguido por los aficionados. Tuvo emoción, cierta incertidumbre en el resultado, variedad en las acciones y una gran cantidad de jugadas dignas de ser aplaudidas. Se jugó a una alta intensidad, con largos intercambios desde el fondo de la pista que finalizaban, unas veces, con un certero golpe ganador y, otras, con un error provocado por la necesidad de ajustar todavía un poco más los tiros. Entre medias, la necesidad provocaba continuamente a ambos tenistas, que debían recurrir a la imaginación y combinar hábiles dejadas o rápidas subidas a la red. Ninguno de los dos contrincantes nos dejó caer en la monotonía que, a veces, castiga a los espectadores de nuestro deporte.
En esta oportunidad, Shelton, que habitualmente tiene un juego electrizante pero también repleto de errores, nos ofreció su mejor versión, mantuvo su alta capacidad de generar golpes ganadores pero, esta vez, sin cometer los fallos que lo han tenido sumido en cierta irregularidad. Creo que si el joven jugador norteamericano consigue mantener la serenidad que demostró el domingo, sin perder su identidad, y demuestra que no hemos visto una excepción, tendrá muchas oportunidades de competir casi a la par de Carlos y de Jannik Sinner.
Nuestro jugador también ofreció una versión muy mejorada respecto a las de sus últimos partidos. Si últimamente se había mostrado algo más errático y poco constante, en esta ocasión hizo gala de un altísimo nivel tenístico y de una solidez inquebrantable.
Si los dirigentes de nuestro deporte no quieren que el partido del domingo sea una excepción, creo que deberían decidirse, de una vez, a acometer ciertos cambios en la reglamentación. Su misión primordial es popularizarlo y mantener o ir ganando adeptos, intentar que sus practicantes se diviertan suficientemente con su práctica y procurar, por último, que sus competiciones sean altamente atractivas para que nos apasionemos con ellas. Pero la realidad es que cada vez cuesta más ver partidos vibrantes. En casi todos ellos se producen demasiados errores no justificados o, por explicarlo mejor, una proporción demasiado similar entre los golpes ejecutados correctamente y la cantidad de fallos cometidos. No es lo mismo fallar al octavo o noveno golpe que al segundo o tercero.

No quiero dejar de reconocer que los tiempos cambian y los gustos también. Ahora lo normal es la alta velocidad, pero cuando esta se lleva al límite, se dificulta demasiado el control de la pelota, el error se da irremediablemente rápido y el resultado es un juego interrumpido o detenido con demasiada frecuencia. A nosotros, los espectadores, nos resulta muy complicado apreciar la belleza y plasticidad de los movimientos que resultan deformados por la excesiva aceleración.
Soy consciente, evidentemente, de que muy pocos competidores atesoran la calidad de tenistas como Shelton o Alcaraz, pero este no debería ser motivo suficiente para que no pretendan mejorar el espectáculo que se ofrece en los torneos más importantes del mundo. El tenis no tiene las aficiones entregadas del fútbol o del baloncesto, que apoyan a sus equipos y llenan los estadios año tras año, a pesar de que los jugadores pasen y lleguen otros nuevos. Nosotros debemos cautivar a los espectadores que acuden a los torneos o que ven los partidos por la tele con un espectáculo que les recompense lo suficientemente como para no cambiarnos por cualquier otro entretenimiento más estimulante.
Las soluciones son variadas y no me da el texto para desgranarlas, ni quizás, la incumbencia. Pero el amor por el tenis y el miedo a que siga perdiendo adeptos me inclinan a poner la problemática encima de la mesa. Poder seguir viendo partidos como el del domingo pasado bien vale la pena.
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