Se despide Albert Ramos, un estilo propio: “Nunca me ha gustado el ‘show’, soy como soy”
El catalán cerrará su carrera este curso, a los 37 años, tras casi dos décadas en la élite, con una victoria inolvidable sobre Federer y la discreción por bandera


Albert Ramos (Barcelona, 37 años) inicia la conversación con EL PAÍS recostado sobre el sofá y conforme avanzan los minutos, continúa reclinándose; síntoma la relajación, seguramente, de quien sabe que ha terminado el trabajo y ha quedado satisfecho. Como siempre, duele la derrota contra Casper Ruud (6-3, 6-4 y 6-2), pero el tenis se termina para él y el objetivo de estos últimos meses, recalca, no es otro que terminar disfrutando de un deporte al que le ha entregado gran parte de su vida. “Yo estoy contento con lo que he hecho”, introduce el barcelonés, un estilo, una época, una forma muy concreta de interpretar los raquetazos. Pura academia.
Durante los últimos años, pocos han sabido descifrar tan bien los códigos en desuso de la tierra batida. “Personalmente, a mí no me gusta hacia dónde va el tenis, pero como tengo este estilo de juego, miro por mí”, precisa con prudencia. Terrícola de pura raza. “A mí lo que de verdad me gustaba era que la pelota botase un poco más, porque me iba mejor, así que lo de los últimos años [la tendencia a las bolas más lentas] me ha perjudicado mucho. Es una lástima. Me hubiera gustado tener mejor saque, pegarle más fuerte e ir más a la red para terminar los puntos, pero tengo lo que tengo y con ello he intentado hacerlo lo mejor que he sabido. Mi estilo es el que es, un poco diferente, y cada vez hay menos gente que juega así”, apunta.
Ramos es sinónimo de calma, de discreción, de humildad. Parece haber pasado de puntillas, pero en sus 18 años en la élite ha dejado huellas significativas. Colgará la raqueta al finalizar este curso habiendo alcanzado los cuartos de Roland Garros y el top-20 —llegó a ser el 17º del mundo—, como uno de los fijos en la zona intermedia del pelotón de jugadores que aspiran a dar el salto a la planta noble del circuito en algún momento. Se define como un tipo “normal”, “familiar y de estar en casa”, “de Mataró”, y en su currículo también figura la final del Masters de Montecarlo perdida contra Rafael Nadal en 2017 y una victoria de la que muy pocos pueden presumir.
En 2015 derribó al mismísimo Roger Federer en Shanghái. Paradojas de la vida, sobre pista dura. “La verdad es que, de momento, mis hijas no se han enterado de eso… Le puse el partido a una de ellas en una de esas noches que no se dormía… ¡Y se durmió! Así que funcionó”, bromea. “Tuve la suerte de ganarle, pero fue solo un partido. No significa que él fuera peor que los otros [Nadal y Djokovic], porque seguro que ellos también han perdido contra jugadores de mi nivel. Creo que los tres le han dado mucho al tenis y les han dado mucho a los aficionados, nos han hecho disfrutar mucho, así que diría que están al mismo nivel”, concede.
Zurdo, curva y profesionalidad
Dice Ramos que no se considera un “trabajador” porque, subraya, “todos los que estamos aquí trabajamos al máximo, así que no quiero ser más que nadie, ni mucho menos. Simplemente he intentado hacerlo lo mejor posible y estar siempre preparado para jugar”. Zurdo e inteligente, su tiro curvado y con peso contrasta con los pelotazos planos que predominan en la actualidad, en la que Jannik Sinner y Carlos Alcaraz han recogido el testigo triunfal de los gigantes. A su llegada a Roland Garros, el murciano quiso precisamente ejercitarse con él antes del estreno contra Zappieri, recordando, probablemente, como el catalán estuvo muy cerca de tumbarle hace tres años.

Ramos le exigió de cuatro horas y media de tralla, cinco sets y de salvar un punto de partido. “Lo que más me impresiona de Carlos es su velocidad de bola, el ritmo que le pone. También su explosividad, llega a todo, recorta la pista”, ensalza este tenista que se marchará en paz, “habiéndolo dado todo” y sin haberse salido un solo instante de su línea particular: “Soy introvertido, no me gusta mucho el show, el Instagram y estas cosas. Bueno, soy así y no puedo hacer nada; supongo que, quizá, si hubiera sido un poco diferente tal vez me hubiera ayudado para algunas cosas, pero cada uno es como es y hay que aceptarlo”.
Las lesiones se han cruzado en su camino con frecuencia en los últimos tiempos y, pese a que le gustaría continuar, ha rumiado una decisión que no le produce vértigo. “Competimos y viajamos prácticamente desde los 11 años, haciendo siempre lo mismo”. Bajo la tiranía, además, del sistema y el ranking. “Hace que psicológicamente sea un deporte duro, con poco descanso porque mientras tú descanses, los otros no estarán haciéndolo. Y así, muchos años seguidos…”, resuelve apoyado sobre un codo Ramos, un tipo respetado y apreciado de puertas adentro, que también logró rendir a Andy Murray en aquel hermoso capítulo de Montercarlo y en cuyo cuerpo no se adivina un gramo de grasa. Muy profesional, cuatro títulos. Todos en arcilla: Bastad, Gstaad, Estoril y Córdoba.
Pero, ¿y cómo le gustaría que se le recuerde en su deporte el día de mañana? “Que me recuerden como quieran... ¡Yo qué sé!”.
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