Nadal y la rivalidad de los cuatro fantásticos: “Espero que sirva en este mundo radicalizado”
El español celebra la reunión con sus grandes rivales en un “día perfecto”, sigue sin coger la raqueta y asegura que también es feliz sin la “adrenalina” de la competición

A eso del mediodía, las furgonetas empiezan a llegar a uno de los accesos principales de Roland Garros y Rafael Nadal desciende de una de ellas. Quedan unas horas para el gran homenaje y el ya exdeportista regala saludos y sonrisas por doquier, moviéndose por un terreno que conoce como la palma de su mano. Desde hace tiempo cambió de perfil, todo más moderno, líneas puras, menos clásico, pero igualmente le resulta familiar: dirigentes, personal, estancias. Tras una visita al museo subterráneo de la Federación Francesa de Tenis (FFT), él y los suyos se reunirán en torno a la mesa con la directora del torneo, Amélie Mauresmo, y el presidente federativo, Gilles Moreton. Y luego, completado ya el gran acto, se explica: tenía que ser aquí y ahora.
“Diría, y eso que yo no soy dado a hacer esto, que ha sido un día perfecto”, desliza en la sala de conferencias, ante una audiencia que supera el centenar de personas. “Agradezco el cariño y el respeto que me han mostrado en este país y esta ciudad. Soy español y siempre he presumido de ello, pero también he querido a este país desde el primer día que estuve aquí. Ese amor es recíproco y, evidentemente, el tener ese trocito de mí para siempre en la Philippe Chatrier [refiriéndose a la placa con su huella], me emociona”, agrega el de Manacor, quien, asegura, no sabía nada de los preparativos, aunque se olía algo: la presencia de sus hoy camaradas y, hasta hace no mucho, adversarios.
A media tarde, el propio Djokovic admitía que, al marcharse Nadal, retirado desde hace medio año, un pedacito de él se fue con el español. “Jamás había sentido algo así”, señala el serbio. “Pensé, ¿y ahora qué hago? Me he sentido desanimado, pero, por suerte, he encontrado otras cosas que me inspiran para seguir compitiendo”, prolonga Nole, el único superviviente. “Creo que no hay necesidad de odiar al rival para querer ganarle con todas las fuerzas. Se le puede admirar y respetar al máximo y, aun así, querer ganarle con todas tus fuerzas y esforzarte al máximo para conseguirlo. Confío en que esto [la rivalidad] pueda ayudar a las siguientes generaciones. Este es el legado, más allá de los resultados”, concede el homenajeado.
Nadal, igual de bronceado que siempre, confía en que la rivalidad a cuatro bandas entre él, Djokovic, Roger Federer y Andy Murray pueda contribuir en un mundo cada vez “más radicalizado y crispado en muchos sentidos”, porque “los mensajes positivos, de tranquilidad y de cordura pueden suponer una buena ayuda para muchas personas”, más allá de las fases de más o menos fricción dialéctica y competitiva que hayan mantenido entre unos y otros. No todo fueron días de vino y rosas, pero imperaron las buenas formas. “Hemos entendido siempre que esto era un juego”, subraya, al tiempo que dice seguir disfrutando de ver el tenis y que decidió el punto final porque su cuerpo “no podía más”.
En su rostro se adivina ya la edad, la factura de las dos décadas que se ha exprimido en la élite, pero entre los presentes impera la sensación de que el hombre vestido de negro es muy similar al chico que irrumpía en este mismo escenario de la mano de su tío y técnico en 2005. Nadal, en esencia, continúa siendo el mismo de siempre. Con sus aristas y sus particularidades; con los códigos isleños de su círculo y sus muletillas; con su firme pensamiento, también. Un ideario grabado a fuego en una mente que resistió a casi todo. Al frenesí constante de la competición. A las derrotas, que las hubo y duras. A una rutina que a él todavía le fascinaba.
Nada de hastío por eso de ir a entrenar, por la repetición enfermiza que se ha llevado a muchos por delante. “Yo nunca terminé cansado del tenis. Sigo viéndolo, no me hace daño, pero me da igual quién gane, aunque prefiero que lo haga un conocido o alguien de mi país, claro”, matiza. “Libro cerrado”, asevera. Y confirma que la retirada le ha sentado bien, porque puede ser feliz “con menos adrenalina” y porque vislumbra un horizonte que le gusta entre la paz de su pueblo, su academia y los negocios: “Vivo bien este nuevo día a día, dentro más del anonimato y en una vida más normal y corriente”.
Durante los dos últimos años de su trayectoria, el balear apenas pudo competir por las lesiones. A la estancia en la enfermería se sumó el paso por el quirófano para reparar el psoas y la cadera, y los periodos de baja fueron cada vez más prolongados. Pese a que se rebeló y apuró hasta la última curva, fue aceptando lo que estaba por venir. “Aún no he tocado una raqueta, llevo ocho meses sin pisar una pista de tenis”, precisa. “Pero lo haré”, anticipa, planteando la posibilidad de alguna exhibición. No a corto plazo. Es una nueva etapa de descubrimientos: “Necesito darme un tiempo de desconexión. Hoy no tengo rutina. Y me lo estoy pasando bien, no echo de menos esto. Lo di todo”.
Vacío físicamente, se unió a Federer (2022) y Murray (2024) en el apartado de exjugadores. Media naranja histórica del suizo, mezcló siempre muy bien con el segundo, que se acordó de él recientemente; en concreto, cuando el Arsenal eliminó al Real Madrid en la Liga de Campeones. Coge Nadal el móvil y lee en alto el wasap del escocés, también futbolero: “Ey, Rafa. Hace un tiempo que no hablamos y te escribo solo para ver si estás bien y tu familia también”. “Me lo mandó nada más acabar el partido. Tardé cinco segundos en darme cuenta de que Andy no se estaba interesando por mí”. “Eso es muy británico, humor británico…”. Y así se cierra el día. Domingo de tributo, risas, lloros y reunión sobre la arcilla sacra de Roland Garros.
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