Pedri hace respirar al fútbol
Deja la impresión de que imanta el cuero, pero es que los compañeros lo buscan porque darle la pelota es como depositarla en el banco

A veces, jugar al fútbol de una forma atractiva es jugar con fuego, y el Barça lo hace divinamente. Somete al rival al precio de asumir riesgos. Esa defensa adelantada deja la sensación de que, detrás de la línea del fuera de juego, hay un precipicio. Si nos remitimos a la tabla de clasificación de la Liga, el negocio parece redondo. Si hablamos de Champions, es otro cantar, como supimos esta semana. Que el árbitro, que la suerte, que el puto fútbol, lo que quieran… Pero si recibes siete goles en dos partidos hay que hacérselo ver.
Hasta aquí la idea. Arriesgada y atractiva, porque mira que es divertido ver al Barça. Luego viene el compromiso colectivo: cuando pierden la pelota, corren para recuperarla como si todos compartieran un mismo impulso eléctrico. Lo hacen en cada partido, lo hicieron durante toda la temporada porque es uno de los pilares del estilo.
Finalmente, los nombres propios, porque el fútbol es hombres que juegan. Es inevitable empezar por Pedri, que se adueña de los partidos moviendo los hilos como un titiritero. Deja la impresión de que imanta el cuero, pero es que los compañeros lo buscan porque darle la pelota es como depositarla en el banco, te la devolverá con intereses. No solo la cuida, sino que la gestiona con un criterio que uno, en su ignorancia, solo descubre cuando Pedri suelta la pelota. Como esos escritores que describen con exactitud lo que uno siente, solo que no sabíamos lo que sentíamos hasta que lo leemos. En este fútbol cada día más asfixiante, Pedri logra hacer respirar las jugadas. Cuando Pedri está en el campo, el Barça tiene oxígeno para subir el Everest corriendo. Cuando se va, se cae el sistema eléctrico y de las consecuencias qué les voy a contar.
Ahí está el equipo, con su mareante juego interior y, cuando suelta el balón, despertamos de la sesión de hipnosis porque la pelota le llega a Lamine o a Raphinha, dos maneras de apretar el acelerador, el primero culebreando y el segundo en línea recta, pero los dos con la portería entre ceja y ceja. En el último eslabón esperan Olmo, Fermín, Lewandowski o Ferran para culminar la obra.
Este estricto acuerdo futbolístico lo logró un tipo que ama el control y la disciplina. Según oigo repetir, como buen alemán. Pero lo que logró fue sacarnos de un malentendido. Porque tenemos a los alemanes como un pueblo de reflejos maquinales que lo programan todo. La fuerza del prejuicio pone en olvido a Beethoven, Bach, Kant, Nietzsche, Marx, Mann, Einstein o Freud, que sin nacer en Alemania desarrolló su carrera en ese ámbito. Algo de creatividad habrá por ahí. Esa síntesis parece haber en este Barça de Hans-Dieter Flick (con todos los nombres, para darle relieve) que, sin destacar en la música, la filosofía, la literatura, la ciencia o la psicología, logró que aquel equipo que a principio de temporada parecía estar hecho de retazos se nos revelara como una máquina que gusta y gana más de lo que pierde. No es que Flick haya logrado hacer rico a un pobre, pero sí que le permitió al pobre olvidarse de sus apremios. El buen fútbol hace este tipo de milagros.
Un estilo definido, jugadores comprometidos y permiso para que en los últimos metros los más dotados desaten su imaginación. Entrenador, equipo y talentos superiores, la vieja fórmula con ritmo moderno.
Lo cierto es que los madridistas, que veíamos asomar las llamas del infierno a comienzo de semana, después de ver la clasificación del Inter llegamos al clásico con un ánimo renovado. Si se puede ganar sin merecerlo, ¿quién mejor?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.