Un Open Británico para los artistas frente a los científicos
El grande que se juega en Royal Portrush es un reducto para el golf más creativo en una época dominada por la tecnología


¿Es el golfista un artista o un científico? El melón lo abrió la semana pasada Rory McIlroy, número dos del mundo, e impregna al Open Británico que hoy comienza en Royal Portrush, Irlanda del Norte (de 7.30 a 21.30 en Movistar Golf). “A mí me gustaría considerarme más un artista que un científico en lo que respecta al juego. Pero creo que en esta generación, con la biomecánica y todos los avances tecnológicos, y cómo ha evolucionado nuestro deporte en los últimos 20 años, somos más científicos que artistas”, afirmó el norirlandés, héroe local en este British y en la terna de los grandes favoritos junto a Scottie Scheffler y Jon Rahm.
El golf parece a veces un concurso de pegadores en el que la imaginación queda arrinconada. Pero como si fuera la Galia, un reducto sobrevive. Es el Open Británico, el regreso a la esencia, a los campos moldeados por la naturaleza junto al mar, links a merced de los vientos que todo lo cambian. Aquí no vale la ley del más fuerte sino que triunfa quien mejor se adapta al medio. Nadie lo entendió mejor que Seve, el niño que aprendió a jugar al golf en la playa de Pedreña. La necesidad le curtió para imaginar golpes que otros no veían. Pero ese tipo de jugador ha desaparecido.

“La tecnología ha quitado creatividad al golf”, asume Sergio García; “en los noventa se jugaba con un tipo de bola que obligaba a darle con más efectos, alta o baja según los vientos. Ahora vuela mucho mejor. Al menos el Open es especial porque te exige de otras maneras y depende mucho del clima”.
La estadística es contundente. Este 2025 es el curso que registra una mayor distancia media con el driver en toda la historia del circuito americano, 302,9 yardas (277 metros), y el segundo consecutivo en el que por primera vez se supera la barrera de las 300. En el año 2000, el promedio en el PGA Tour era de 270 yardas (246). También en esta temporada se ha batido el récord de mayor velocidad media de la bola: las 174 millas por hora (280 km/h) son otro pico histórico. Más lejos, más fuerte y más rápido. Los pegadores al poder.
José Enrique Ruiz-Giménez, especialista en material que ha trabajado en Callaway y TaylorMade, da fe de esta deriva: “La tecnología influye de manera importantísima en el juego. El presupuesto que hay en investigación y desarrollo se ha disparado. Las principales marcas fichan a ingenieros de la NASA para llevarlo todo al límite. El golf es hoy como la Fórmula 1 en cuanto al material. Los coches se apuran tanto que a veces se rompen. Se está llegando a unos límites increíbles para sacar el máximo rendimiento. Las marcas se miran unas a otras para copiarse y buscar recovecos en la legalidad para llegar más allá con palos más largos y más fáciles”. De ahí, por ejemplo, que el driver de McIlroy fuera declarado ilegal en el pasado Campeonato de la PGA.
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El mejor ejemplo de la nueva estirpe es Bryson Dechambeau, precisamente apodado El científico por su obsesión por medir y pesar cada aspecto del juego como si fuera una ecuación matemática. El estadounidense ha mandado cortar sus palos a la misma longitud (37,5 pulgadas, 95 centímetros, la medida de un hierro 7) y este martes desveló que ahora pretende introducir la fuerza y la dirección de los vientos, tan determinantes en el Open, en su fórmula de laboratorio. “Quiero descifrar el viento de los links, saber cómo usarlos a mi favor, dominarlos, entender exactamente qué le va a pasar a la bola en según qué circunstancias”, explicó.
Ángel Hidalgo, el malagueño que juega su segundo Open, elige en cambio ser “artista antes que científico”. “Cada vez nos estamos llevando el golf más a un límite de pegar todo lo fuerte que se pueda y jugar al que más cerca la deje. Por suerte el Open es lo más diferente en ese sentido. La velocidad de los greens es distinta y el planteamiento de muchos golpes también lo es. En un Open hay que jugar con los vientos, las cuestas y el rough. Es el torneo más diferente que hay en el golf”, cuenta Hidalgo.
En ese escenario, McIlroy avisa de una trampa extra respecto a otras ediciones del British: la ubicación de los búnkeres los convierte en un peligroso lugar de aterrizaje tanto si el jugador parte con un driver como con un hierro.
En medio de la invasión tecnológica, el grande británico reclama el golf para los artistas. La naturaleza es su poderosa aliada, y hoy se espera lluvia, viento y frío en Royal Portrush. Será, sin embargo, solo un pequeño oasis. El juego de antes ha desaparecido. Lo asume Jon Rahm, el perfil de jugador moderno que reúne los dos mundos: “Ya nadie ganará un Open como Seve”.
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