Jon Rahm sobrevive a La milla verde de Quail Hollow
El golfista vasco firma -1 en una primera jornada del Campeonato de la PGA en la que Scheffler destaca entre los favoritos (-2) y el líder es el venezolano Jhonattan Vegas (-7)


Lo llaman La milla verde y es uno de los finales más complicados en el golf mundial. Se trata del diabólico tramo que componen los tres últimos hoyos del campo de Quail Hollow, en Charlotte, sede de este Campeonato de la PGA, el segundo grande de la temporada. El 16 es un par cuatro de 483 metros protegido por el agua; el 17 es un par tres de 203 coronado con un green en península; el 18 lo forman 451 metros escoltados por una ría a la izquierda que actúa como un imán. Los tres hoyos registran históricamente medias superiores al par y la PGA americana vistió la retransmisión televisiva de la primera jornada con sus terroríficos registros: cientos de bolas hundidas en las profundidades, decenas de dobles bogeys, triples y peor, y un número de golpes sobre el par muy por encima del resto de los 15 restantes hoyos juntos. Un potro de tortura.
La famosa milla verde hizo honor a su merecida fama y no tuvo piedad de los tres primeros de la clasificación mundial. Scottie Scheffler, Rory McIlroy y Xander Schauffele compartían el partido estelar y braceaban por el campo después de partir por el hoyo 10, defendiéndose entre aciertos y fallos, cuando plantaron sus pies en el tee del 16. Salieron del green escaldados los tres, con un doble bogey por cabeza, Scheffler y Schauffele tras marcharse al agua, McIlroy tras mucho rodeo sin acercarse a la bandera y un resbalón en una cuesta. Eran tres gigantes derrotados por un hoyo. Esa fue la imagen en el estreno de este PGA en el que manda el venezolano Jhonattan Vegas con -7 y cinco birdies en sus seis últimos hoyos, por el -5 del australiano Cam Davis y del estadounidense Ryan Gerard (-5). Con otro protagonista, el barro que manchó las bolas y provocó el desajuste de muchos tiros. Las calles, donde las bolas no pueden cogerse y limpiarse, estaban muy húmedas por las recientes lluvias; y duros los greens gracias a los sistemas de secado con aire caliente.

Del triunvirato solo Scheffler (-2) consiguió levantar cabeza después del bofetón. Por algo es el número uno del mundo y el favorito en una cita que reúne a 98 de los 100 primeros de la clasificación mundial. El norteamericano no fue sin embargo el jugador imperial que asombró en el reciente Byron Nelson, un robot que no fallaba un golpe. Esta vez era un humano que igual erraba desde el tee que cedía un putt muy corto. O que embocaba en dos ocasiones desde fuera del green, destellos del genio que es. Entre sus colegas de ronda, Schauffele ya no se recuperó (+1) y mucho menos McIlroy (+3), sin rastro del campeón del Masters de Augusta. Otro de los peces gordos, Bryson DeChambeau, finalizó en el par.
Del triángulo de las Bermudas de Quail Hollow salió como si nada Jon Rahm. El vasco despertó con alguna duda, una escapatoria corta de búnker en el 10, pero afiló pronto los palos: un putt largo en el 11 y un approach en el 15 antes de encarar La milla verde. Por esas curvas pasó con tres pares como tres soles (por primera vez en siete participaciones en este campo no cargó con ni un golpe de más) y con la sensación de haber superado las rampas más empinadas al cerrar sus nueve primeros hoyos. No sería así y los nueve segundos traerían toda la tormenta que había evitado, una montaña rusa en la que no era capaz de evitar el sube y baja: bogey, birdie, bogey, bogey, birdie y bogey en las seis primeras estaciones hasta un par en el 7 y otro en el 9. Fue un ejercicio de supervivencia hasta el -1 final, en toda la pelea. Rahm reforzó así el mensaje que lleva semanas repitiendo: “Estoy muy cerca de mi mejor juego. Siento que viene algo muy bueno”.
El póster de la resistencia fue David Puig. El golfista catalán pasó de no saber si podría tomar la salida por culpa del dolor de espalda a auparse al coliderato con -3 durante algún momento de la jornada. Puig arrastraba la lesión desde los últimos hoyos del anterior torneo de LIV, en Corea, y aterrizó en Charlotte en manos de su fisioterapeuta, Katty. En Quail Hollow apenas pudo dar bolas en la cancha de prácticas y solo jugó nueve hoyos de ensayo antes de partir muy temprano, a las 7.11 hora local. Seguramente no hubiera jugado de no tratarse del quinto grande de su carrera, pero este joven golfista es todo pundonor y no solo jugó sino que dejó una actuación sobresaliente hasta que llegó... a La milla verde. En el 16 le esperaba un bogey y el 18 le castigó cruelmente con un doble bogey para entregar una tarjeta en el par. Muy meritoria. “Si hay una palabra con la que pueda definir esta primera vuelta es orgullo. Ha sido un pequeño milagro porque el martes no tenía apenas opciones de jugar”, afirmó Puig.

Mejores sensaciones previas disponía Eugenio López-Chacarra y en cambio peor resultado se llevó (+2). El madrileño pagó de inicio los nervios del segundo grande que disputa en su ajetreada trayectoria: de la universidad estadounidense a LIV y de la Liga saudí a los orígenes del circuito europeo para soñar de nuevo con el PGA Tour. En ese renacer le queda tajo por delante para pasar el corte, y más aún a Sergio García (+4), que sigue sin encontrarse desde el Masters.
Y un apunte curioso. Entre los mejores destacaron los dos capitanes de la Ryder Cup: el jefe europeo, Luke Donald (-4), que a los 47 años fue el único jugador sin cometer ningún bogey en la jornada, y el jefe estadounidense, Keegan Bradley (-3), un pequeño anticipo de la batalla del próximo septiembre en Nueva York. Los dos, por cierto, salieron limpios y sin barro de La milla verde.
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