Zeina Abirached, ilustradora y autora de cómics: “No necesitamos experimentar la guerra para conmovernos con Gaza”
La narradora libanesa, de visita en la Alhambra en el festival cultur_ALH, dedica gran parte de su obra a reconstruir la memoria de su Beirut natal y quienes lo han habitado


A Zeina Abirached se la ve feliz caminando por la Alhambra, donde ha llegado el primer fin de semana de octubre invitada por la Fundación Tres Culturas para participar en el Festival cultur_ALH, una cita sobre literatura en sus muchas manifestaciones, oral, escrita, musical o ilustrada. Esta es la que afecta a Abirached (Beirut, 1981), ilustradora y autora de cómics que convivió sus primeros años de vida con la guerra del Líbano. Cuando tuvo que decidir qué hacer con su futuro, se centró en la reconstrucción de su ciudad. Pero la suya no es una reconstrucción física, sino espiritual, de la memoria. Construirla y que perdure a través de sus novelas gráficas es su búsqueda. Desde hace dos décadas vive en París, donde ha publicado obras como Beyrouth. Catharsis (2006), El juego de las golondrinas (2007), referencia del cómic autobiográfico y su primer gran éxito, o El piano oriental (2015), premio en el festival de cómic de Angulema, en el que dibuja/narra la divertida historia de su bisabuelo, músico e inventor de un piano bilingüe capaz de unir la música de Oriente y de Occidente. En año y medio, dos a lo sumo, presenta nueva obra, comenta.
PREGUNTA. ¿Cómo vivió la guerra del Líbano siendo una niña?
RRESPUESTA. Aunque la guerra duró 15 años, ningún año era igual al otro. Cada dos meses sucedía algo diferente. Pude ir al colegio todos los días hasta el último curso escolar, en 1989. Entonces, un día de enero, nos quedamos atrapados en clase y tuvimos que pasar la noche allí. Ese curso sí que ya no pudimos volver al colegio durante unos meses. Y por fin, llegó el fin de la guerra.
P. ¿Cómo fue ese final?
R. Pues la guerra terminó así [hace un gesto con chascando dos dedos]. Hay una expresión en el Líbano, más bien una imagen, para decir que después de tantos años de guerra, el final fue como si estuviéramos en un partido de fútbol y alguien de pronto tocara el silbato del final, de un momento para otro, y dijera “todos a casa, hasta aquí”. Pero, claro, las consecuencias duraron mucho más.
P. ¿Dejó secuelas en usted aquella guerra?
R. Personalmente, yo me siento muy afortunada de haber sobrevivido a toda aquella violencia y de haber sido protegida por mis padres y todas las personas que nos rodearon. Protegidos física, pero también mentalmente. Y aun así, probablemente todos estamos un poco traumatizados por lo que vivimos. Pero me siento agradecida porque, de alguna manera, logré transformar esta experiencia en dibujos, escritos y libros.

P. ¿Cómo niña que vivió una guerra, que siente hoy por los gazatíes y, en concreto, por los niñas y niños palestinos?
R. No necesitamos experimentar la guerra para conmovernos y sentir que lo que está sucediendo en Gaza es insoportable. No necesitamos haberlo experimentado en nuestra infancia. Es, sencillamente, algo que no se puede aceptar como ser humano.
P. ¿Existe alguna conexión entre aquella infancia en un país en guerra y su elección de estudiar Bellas Artes?
R. Nací en un país destruido por la guerra que terminó cuando yo tenía 10 años. Descubrí entonces que mi ciudad estaba en ruinas. Esa era mi herencia como joven libanesa, ruinas. Y quizás crecí con la necesidad de reemplazar esas ruinas y todo lo destruido por algo que pudiera ser hermoso.
P. Y ante esa necesidad de construir, o reconstruir, ¿Por qué no estudiar, por ejemplo, arquitectura?
R. ¿Por qué no arquitectura? De hecho, quería dedicarme a la arquitectura. Pero lo que más me interesaba era lo que las calles de una ciudad, los edificios y la gente podían contar. Me interesaba más la vida cotidiana que surge durante una guerra. Cómo sobrevivía y se las arreglaba la gente. Me di cuenta de que, aunque mis primeros años transcurrieron durante la guerra, tengo recuerdos maravillosos. Aunque claro que hubo muchos días y noches difíciles, mi infancia no fue terrible. Tengo muchos buenos recuerdos y decidí centrarme en eso. Y así fue como empecé a hablar con la gente, a intercambiar recuerdos e información. Y en lugar de arquitectura, decidí escribir historias sobre esas personas.
P. Y en esos comics que reconstruyen no edificios, sino memoria ¿traslada todo lo vivido o evita cosas especialmente duras?
R. Intento hacer con el lector lo que mis padres intentaron hacer conmigo cuando era joven, explicarme y, a la vez, protegerme. Contarme cosas pero no todo, dejándome entender por mi cuenta lo que podía entender. Eso intento hacer con el lector. Le doy información, intento transmitirle emociones con el dibujo, pero dejo que sea él quien una los puntos. Que tenga la imagen completa, pero su imagen completa, no algo que yo le imponga. Cuando hablo de la guerra, nunca lo hago de forma frontal, sino que intento guiar al lector dando un paseo tranquilo, no necesariamente directo. Es como aquí en la Alhambra, abres una puerta y casi nada continúa recto. Tienes que girar, volver, subir y bajar.
P. Hablando de la Alhambra, un lugar evidentemente de origen árabe e islámico, ¿Qué siente una persona de ese origen hoy día aquí?
R. Refleja, creo, al menos una parte del mundo árabe. Tiene una arquitectura espiritual, un vínculo con la naturaleza y con el agua. Y tiene, sobre todo, algo que a mí me gusta mucho y que uso en mis dibujos, la repetición. Es una arquitectura con ritmo.
P. Su obra prescinde del color, pero también de los grises ¿Por qué solo blanco y negro?
R. Quise eliminar lo que no era útil para la historia y eliminé dos elementos, la perspectiva y los colores. Quedó el blanco y negro porque para este tipo de historias transmite emoción. Y porque siento que permite una propuesta abierta a la que el lector puede aportar su imaginación, tal vez su propia experiencia. Siento que deja un gran espacio para el lector ponga de su parte. Eso dificulta, claro, otras cosas, como el equilibrio de la página. El blanco puede generar sensaciones de vacío o ligereza, y el negro es oscuro y quizás pesado. Son contrates que generan emoción. Y a la emoción me gusta añadir un elemento que me fascina y que abunda en la Alhambra: el ritmo. Los patrones y la repetición del ritmo me permiten darle al dibujo un toque musical.
P. Una vez que decidió reconstruir y dar a conocer la memoria de Beirut, ¿Cuánto tiene de autobiográfica, su obra?
R. De un modo u otro, yo aparezco en todas mis obras, aunque no sea exactamente yo, ni el personaje principal. O sea, no escribo para contar mi historia propiamente. El personaje principal normalmente es Beirut. A veces el Beirut de la guerra, a veces el actual.
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