Tipos complicados
¿Cómo interpretar una narrativa que no marea la perdiz y toma la línea recta para contar algo?


—Algunas personas dicen que no entienden lo que usted escribe, incluso después de leerlo dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría que hicieran?
—Que lo leyeran cuatro veces.
Esta mañana de finales de junio, la legendaria respuesta de William Faulkner para The Paris Review me permite entrar directamente en materia y acordarme de las diferencias entre libros que se venden mucho (porque, como decía Bolaño, “cuentan historias que se entienden”) y libros que, por inscribirse en una tradición más compleja de construcción de historias, “se entienden” menos y salen malparados cuando se les compara con esa narrativa que podríamos llamar “normal” y que no es otra que la que todo el mundo consume sin más problema.
¿Narrativa normal? Retiro el monstruoso adjetivo. Porque, ¿cómo interpretar algo así? ¿Narrativa que no marea la perdiz y toma la línea recta para contar algo? Creo que detrás de la división bolañesca se esconde un conflicto entre el impulso antintelectual de la cultura de masas que no ha parado de crear bestias bestiales y narradores sencillos. Toda esa serie incesante de escritores que se adaptan, que se someten a cierta tentación analfabeta y se presentan ante los lectores (para no asustarlos) como personas no intelectuales o no demasiado intelectuales, alejadas de esa clase de gente que lo enrarece todo porque piensa demasiado.
Volvámonos simples, sencillos, es una opción bien divertida, aunque solo sea porque a algunos les permite hacerse pasar por burros. Y es evidente que entre una y otra forma de mirar la vida hay un claro abismo, muy probablemente el mismo que existe entre los que se contentan narrando las historias sin más (como si hubieran recientemente llegado al mundo y fueran del todo inocentes y no tuvieran referencias de que alguien hubiera hablado ya antes de todo aquello) y los que, en cambio, sienten la necesidad de construir esas historias de una forma más compleja y diferente, no ignorando que es preciso relacionarlo todo e investigar, no cesar en los intentos de ver más.
Dicho de otro modo. Ante todo, dos grupos, tendencias, por mucho que sepamos que hay muchas más: los de la taberna (o tabarra) es decir, la de los narradores lineales o registradores de lo positivo, ahí el mundo, tal como nos ha sido dado, no es puesto nunca en duda; pero en el otro extremo, en el callejón de los tipos complicados, se evoca lo negativo y, de un modo u otro, todos parecen afiliados a este aforismo de Kafka: “Sé nadar como los otros, pero tengo mejor memoria que ellos y no he olvidado el no-saber-nadar de antaño. Y como no lo he olvidado, el saber-nadar no me sirve de nada y, en consecuencia, no sé nadar”.
En el sobrio y a veces terrorífico ambiente de los tipos complicados —probablemente un callejón de mala vida, de ásperos muros de ladrillo cubiertos de sombras— se considera un crimen desaprovechar con un relato lineal las inmensas posibilidades que ofrece una historia que para ser más profundamente comunicada exige a veces un inteligente zigzagueo en la narración. También es cierto que, quizás porque han de pagar su osadía o melancolía, los tipos complicados no saben nadar y suelen tener menos lectores, pero eso no tiene nada trágico; al contrario: habiendo nadado tanto, ¿qué le queda ahí por aprender, suponiendo que crea que ha de aprender?
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