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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Quién cojones es Ozzy Osbourne?

Las canciones son como tarros vacíos en los que metemos recuerdos, olores, sensaciones… Para los amantes del ‘heavy metal, el padre del ‘heavy metal’ había abierto muchos de esos botes

El cantante Ozzy Osbourne posa para una fotografía en los ochenta.
Julio Núñez

No sé si realmente la fe puede mover montañas, pero sí que las canciones de Ozzy Osbourne conseguían que Fernando ‘Politra’, un anciano tremendamente delgado y con una aparatosa dificultad para moverse, se levantara de la silla para aplaudir mientras daba gritos de emoción con una sonrisa mellada. Antes de conocernos, Politra, pintor de brocha gorda y un rotulista de precisión de Casar de Cáceres, nunca había pasado de la dureza instrumental de Los Indios Tabajaras. Tampoco sabía una palabra de inglés y mucho menos se hacía una idea de quien era Black Sabbath cuando mis colegas y yo se lo intentábamos explicar. Nosotros cavilábamos con lo que pasaba por su cabeza esos momentos: “¿Quién cojones es Ozzy? ¿Será del pueblo?”. Politra solo repetía la misma frase cuando mi banda le dedicaba en el local de ensayo Paranoid o Crazy Train: “¡Buena gente!”. Solo eso. Y se marchaba a casa. De eso hace más de 15 años, una época en la que no había nada más revolucionario que un señor mayor que vivía en la Barriada de las Eras se fuera cada noche cargado de ilusión por descubrir música nueva.

Las canciones son como tarros vacíos en los que sin darnos cuenta metemos a lo largo de los años recuerdos, olores, sensaciones… Para los amantes del heavy metal, Ozzy había abierto muchos de esos botes, desde su etapa como cantante en Black Sabbath hasta el final de carrera en solitario. Con su marcha este miércoles, a los 76 años, deja una multitud de himnos: Changes, Iron Man, War Pigs, Goodbye to Romance, I’ Don’t Know, Over the Mountain, Mr. Crowley, No More Tears… Una larga lista de genialidades donde este inglés de Birmingham demostró que además de ser uno de los padres del metal pesado podía ser el padrino, el abuelo y el tío borracho que la lía en las cenas de Navidad.

Y es que parte de la atracción que desprendió radicaba en su personalidad autodestructiva, que abarcaba tanto el prototipo de rockstar de los setenta como la carne de meme de TikTok e Instagram. A las grandes borracheras y kilométricas rayas de cocaína (y de hormigas) se le han sumado las anécdotas dalinianas, como arrancarle la cabeza a un murciélago o petarlo en la MTV con un reality-show de su familia en mansión. Y a pesar de ese rosario de excentricidades que acabarían con la carrera de cualquier músico, el Príncipe de las Tinieblas sacaba periódicamente un disco con canciones que hacían temblar a cualquier músico con décadas de experiencia. Más de 40 discos de platino en casi 60 años de carrera. Un tipo más heavy que las puertas del infierno, pero que se derretía escuchando a John Lennon y escribía las letras más bellas del género.

Su esencia ha cruzado el globo para sonar tanto en los pubs más selectos de Los Ángeles hasta en las verbenas veraniegas de la España vaciada. Por eso, hace dos semanas durante su concierto de despedida, las lágrimas de sus asistentes (y de los telespectadores en las redes) se mezclaron con los sudores fríos: “Gracias desde el fondo de mi corazón”, dijo el cantante sentado en un trono de cuero, aquejado de párkinson.

Detrás de esa voz oscura y su estética demoniaca, las canciones de Ozzy han proyectado un rayo de luz para mucha gente que ha sufrido (y sufre) el rechazo y la soledad. Para muchos otros, ha acompañado las fiestas en lugares remotos o ha servido para fortalecer vínculos con personas a las que, de otra manera, jamás le hubieran cruzado una palabra. Detrás de esas melodías hay un camino que a todos ellos los lleva al mismo sitio: a casa. Ozzy ha vuelto allí, pero ha dejado los tarros abiertos para que aquellos que aún siguen vivos sigan llenándolos.

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Sobre la firma

Julio Núñez
Periodista de Casar de Cáceres. Escribe en EL PAÍS sobre tribunales. Desde 2018 y hasta la actualidad investiga el escándalo de la pederastia en la Iglesia, trabajo que en 2022 obtuvo el Premio de Periodismo Ortega y Gasset.
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