Ir al contenido
_
_
_
_
Red de redes
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Esos malditos recuerdos

Ozzy Osbourne se emociona en el último concierto de Black Sabbath y las redes se llenan de vídeos que para algunos han sido un puñetazo en la garganta, una máquina de morriña y un impulso para quedar de nuevo con los colegas

Ozzy Osbourne, fotografiado en Londres en 1991.
Julio Núñez

A mi amigo Panu le voló la cabeza la primera vez que escuchó Black Sabbath. “¡Chacho, tío! Esto es una pasada. ¿Has visto el cantante? El Ozzy este está colgao…”, me gritó mientras metía en una de mis orejas uno de los auriculares de su MP3. Por el diminuto aparato sonaba War Pigs. El “acontecimiento” sucedió en 2006, frente al paseo de La Charca de Casar de Cáceres. Ya ven, en el pleistoceno de mi vida adulta. Un tiempo que tenía casi por olvidado hasta que este domingo un torrente de mensajes del grupo de WhatsApp de mis colegas me arrastro hasta a aquella época: Sabbath daba su último concierto al lado de un ejército de leyendas del heavy metal. Las imágenes eran potentes: un inmenso escenario en el estadio del Aston Villa de la ciudad inglesa de Birmingham, donde los integrantes del cuarteto nacieron hace 75 años, apoyado por los gritos de una multitud empapada en sudor.

El catálogo de los músicos que salían en los vídeos que ese día llenaban las redes parecía la exposición de un museo arqueológico: Metallica, Pantera, Guns and Roses, Steven Tyler… y, por supuesto, la formación original de los creadores del género; Ozzy, Tommy Iommi, Bill Ward y Geezer Butler. Era difícil no emocionarse. Para nosotros —la minoría absoluta que escuchaba esas bandas en el pueblo―, la música era el aire que nos mantenía vivos en el vacío existencial. Invadía la mayoría de nuestros temas de conversación y acabó por formar parte de un lenguaje que solo nosotros entendíamos. Y siempre, claro, estaba de fondo. En las fiestas, pero también cuándo nos juntábamos para consolar a un colega cuando había perdido a un ser querido.

Entre todas esas canciones, Paranoid ―la última que tocó Black Sabbath en el festival— era la que más apreciábamos. La banda que formamos cuatro de los amigos de la cuadrilla cerrábamos los conciertos con ella. De hecho, el cantante y mi mejor amigo, Alfredo, la ha enseñado siempre a sus alumnos en la escuela que fundó en el pueblo. Más de medio centenar de niños y niñas aprendieron a tocar un instrumento con Black Sabbath. Estos padres del heavy les abrieron la puerta a otras bandas, y que para ellos también se volvieron personas tan cercanas que parecía que los conocían de toda la vida: como si Ozzy viviera en la Calle Sanguino, Grace Slick tomara café en Majuca o Bob Dylan fuera a comprar tabaco al estanco de mi tía La Riza.

Es verdad que de no todos los recuerdos que nos destaparon X, YouTube e Instagram han sido complacientes. Al visionar el extenso recital, uno se da cuenta de que la canción que con 16 años era gloriosa, ahora le parece mediocre; y que le apesta que del porrón de músicos que subieron al escenario solo hubiera una mujer. Otras imágenes del espectáculo, sin embargo, transmitían tristeza. Ozzy, famoso por arrancarle la cabeza a murciélagos durante sus espectáculos, estaba sentado en un trono a causa del Parkinson que padece. No solo gritó a los asistentes para que se volvieran “jodidamente locos”, sino que también les habló con ternura y emocionado: “Gracias desde el fondo de mi corazón”.

Quizá por eso el grupo de colegas cobró vida. Normalmente está muerto: vivimos separados por cuestiones de trabajo y hacer planes conjuntos nos cuesta más que al Gobierno aprobar unos presupuestos. Estas publicaciones en las redes nos han despertado y esta semana hemos seguido hablando para quedar y ver juntos el concierto con unas litronas y unas Pipas Tijuana.

Es posible que al ver estos vídeos hayamos caído en la cuenta de que el ecuador de nuestra vida se acerca y que había “que juntarse más”. Internet nos llevó de nuevo al banco donde nos reuníamos para escuchar música mientras bebíamos y contábamos chorradas. Este domingo, Panu, como hizo aquel día de verano de hace casi 20 años, me envió un mensaje con la lista de Spotify del mismo disco que esa tarde escuchaba en su MP3 y una frase que lo resume todo: “Qué putos recuerdos”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Julio Núñez
Periodista de Casar de Cáceres. Escribe en EL PAÍS sobre tribunales. Desde 2018 y hasta la actualidad investiga el escándalo de la pederastia en la Iglesia, trabajo que en 2022 obtuvo el Premio de Periodismo Ortega y Gasset.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_