Parapetos lingüísticos: palabras para difuminar responsabilidades
Esta manera de informar lleva al lector a pensar en la técnica, en la tasa, en la ratio; y aleja a los contaminados, a los pobres


Los dos terroristas arrepentidos que declararon en abril de 2024 ante el juez Manuel García-Castellón seguían utilizando todavía, inconscientemente, la fórmula que tantas veces habrán oído dentro de ETA: sus jefes les habían ordenado que atentasen “contra casas cuartel de la Guardia Civil”, según recogían las actas judiciales que publicaría EL PAÍS el 23 de septiembre.
“Atentar contra casas cuartel”, como la de Santa Pola en 2002 o la de Zaragoza en 1987, constituye un duro ejemplo de palabras parapeto, aquellas que interponen objetos o conceptos entre esas acciones y los perjudicados por ellas (adultos y niños asesinados), con el efecto de reducir el impacto de lo ocurrido. Porque “atentar contra las casas cuartel” resulta compatible en su sentido con el hecho de que estuvieran vacías, y expulsa de la expresión a las personas que las habitaban. Sin embargo, aquellos atentados no se dirigían contra viviendas desocupadas, en cuyo caso daríamos por buena la afirmación, sino contra los hogares donde vivían los agentes y sus familias, personas que murieron entre los escombros y que quedaban silenciadas. “Casas cuartel” se sitúa, pues, como parapeto entre las bombas y los asesinados.
De parecido modo, Israel dice que bombardea “objetivos” en Gaza; unos objetivos muy subjetivos, por cierto. En ellos se encuentran familias desarmadas que mueren simplemente por vivir allí: dentro del objetivo; como murieron quienes vivían dentro de una casa cuartel.
Hemos leído también que un “fallo mecánico” había causado el accidente de un buque escuela mexicano bajo el puente de Brooklin, el 17 de mayo, en el que murieron dos cadetes. Pero se trató más bien de un “fallo del mecánico”, igual que el “fallo informático” en el control de pasaportes en Barajas el 2 de julio se habrá debido a un fallo del informático.
Las palabras “índice” o “tasa” se han asentado asimismo como parapetos porque no tienen cara ni ojos. “Sube el índice de precios”, se dice; como si el problema residiese en un cálculo, cuando en realidad lo grave no es que suba el índice, sino que suban los precios y que la gente pueda comprar menos; se titula “Sube la tasa de criminalidad”, y eso aleja de nosotros la idea de que en verdad lo que ha subido son los crímenes; “sube el índice de desempleo”, “sube el índice de contaminación”, “preocupa la tasa de pobreza”, “baja el poder adquisitivo”. Todo eso aleja del lector a los desempleados, los contaminados, los pobres, a los que no llegan a fin de mes.
Esta manera de informar lleva subliminalmente al receptor a pensar en la técnica, en la informática, en los medidores, en las variables incluidas o excluidas…, y no en las realidades mismas. La tasa de mortalidad es un dato; la gente que muere es una emoción.
Hemos leído y oído que “el algoritmo empuja hacia arriba los comentarios ultraderechistas en las redes sociales”. Pero ese nefasto resultado no depende del algoritmo como ente autónomo, sino de quien lo programa. No es el algoritmo de X, es Elon Musk. Es la ultraderecha.
Este tipo de palabras parapeto logran difuminar las responsabilidades. A diferencia del eufemismo, no esconden términos como “pobreza” o “paro”; esa omisión haría saltar las alarmas del público atento. Pero sí los difuminan tras un vocablo intermedio: la fórmula, la tasa, la ratio; lo cual presenta los problemas humanos como si fueran asuntos matemáticos, para sacar de la frase a los que sufren y, a menudo, a quienes causan ese sufrimiento.
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