‘Súper Sara’: la fabulosa fantasía de la diva manchega que tocó el cielo de Hollywood y descendió al infierno de la telebasura
Una serie documental de HBO Max, escrita y dirigida por Valeria Vegas, ajusta cuentas y reivindica la arrebatadora personalidad de la primera estrella internacional del cine español

Cuando Sara Montiel falleció, en abril de 2013, en su casa de Madrid a los 85 años, la actriz llevaba tiempo siendo la mofa de los programas de telebasura españoles que emergieron en los años noventa y en los que, por lo general, se le faltaba al respeto por su decadencia física. Ella se prestaba al circo porque, como tantas divas, necesitaba al público y a la cámara para respirar. Además, y no sin razón, porque confiaba en su dominio escénico y en su capacidad para la autoparodia. Contemplar hoy aquellos programas provoca una mezcla de vergüenza y vértigo. ¿Se comportan en otros países así con sus grandes estrellas? ¿Por qué resulta tan ofensiva una mujer mayor que no quiere renunciar a su erotismo? ¿Fue Sara, como hoy Madonna, víctima del edadismo? ¿Era patética ella o quienes la señalaban por ir vestida con transparencias o como le daba la gana?
El documental en tres episodios Súper Sara, escrito y dirigido por Valeria Vegas y estrenado en HBO Max, es algo más que un ajuste de cuentas contra el maltrato mediático —y el vacío de la industria del cine— que recibió la diva en sus últimos años. Vegas logra un acercamiento rico en matices, que pretende y logra acabar con la caricatura final de una mujer adelantada a su tiempo, que sufrió el látigo de una sociedad pacata por no querer renunciar al juego de su sexualidad y que, atrapada en su máscara de diva eterna, se convirtió en una inagotable inspiración para la comunidad LGTBI+.
Su increíble imaginación para vestirse y maquillarse —que estos días se ha podido comprobar en una exposición sobre su vestuario en la Academia de Cine– incluía llevar las uñas de colores y decoradas cuando en España nadie las llevaba y lucir los maquillajes más extremos con purpurina o infinitos adornos en el pelo. Todo esto la convirtió en una referente del transformismo y, como dice el periodista y DJ conocido como Crawford, una de las voces de la serie, “en el primer icono LGTBI de España. El primero”.
Súper Sara recorre la vida de una española pionera en Hollywood a través de archivos familiares inéditos y bustos parlantes bien articulados. Sin rendir pleitesía, pero con una admiración contagiosa, la serie consigue un retrato hondo y conmovedor en el que emerge la belleza interior de una mujer que, bajo sus capas de delirio kitsch, resultaba inimitable. Quizá el único reproche a la serie se queda en algunas ausencias y en la superficie de sus chirriantes decorados, más cercanos a la estética de los flamencos rosas que a las contradicciones del bling bling manchego.

Maria Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández (Campo de Criptana, 1928-Madrid, 2013) fue una belleza despampanante y una actriz que supo desviar la atención de sus límites como intérprete con una personalidad arrolladora. Sus primerísimos primeros planos son historia del cine español, aunque, para al menos dos generaciones, solo quedó la caricatura de la caricatura de la diva. Ella lo sabía. “Antonia, tienes que parar”, le decía su voz interior mientras Saritísima le respondía: “Pero es que si paro me aburro como una ostra”.
Sara Montiel trabajó desde los 13 años. Venía de una familia de humildes labriegos que, por problemas de salud del padre, se trasladó a vivir a Orihuela. Allí, una Semana Santa, un directivo de la productora Cifesa la vio cantar una saeta y gracias a sus dotes y belleza la niña empezó su carrera artística estudiando en Valencia. Después de varios concursos y becas, se instaló en Madrid. Ladislao Vajda le dio su primera oportunidad en Te quiero para mí (1944). Ese mismo año, ya bajo el nombre de Sara Montiel, actuó junto a Fernando Fernán Gómez en su segunda película, Empezó en boda (Raffaello Matarazzo, 1944). El trabajo más importante de este primer periodo llegó con Locura de amor (1948), el biopic de Juana la Loca de Juan de Orduña con Aurora Bautista en el papel de la reina de Castilla y Aragón y Sara en el de su dama de compañía, Aldara. En ese momento, la actriz tomó la gran decisión de su carrera: irse a México.
Ante la grisura franquista, Sara Montiel descubrió en México el mundo, la noche y la vida. Fue el éxito que tuvo en aquella industria —con títulos como Furia roja, Cárcel de mujeres, Ella, Lucifer y yo y, sobre todo, Piel Canela— lo que la llevó en 1953 a Hollywood. En aquellos años, a su turbulenta relación con un dirigente del partido comunista, se sumaron sus relaciones (platónicas o no) con Miguel Mihura, León Felipe o Severo Ochoa. Todos fueron hombres importantes en su vida y todos eran mucho mayores que ella. Se casó cuatro veces cuando, al menos en España, nadie se casaba cuatro veces. Los que mejor la trataron y entendieron fueron su primer marido, Anthony Mann, uno de los grandes maestros del wéstern y un miembro de la élite de Hollywood, y el tercero: el empresario mallorquín Pepe Tous, el amor de su vida y el hombre que mejor comprendió su sed de escenario. El segundo capítulo de Súper Sara está casi por entero centrado en esa etapa de su vida en Mallorca. Sin duda la más plena y feliz.
Fue su papel en Veracruz (1954), el wéstern de Robert Aldrich con Gary Cooper y Burt Lancaster, el que más ha perdurado en el imaginario de sus años en Hollywood, aunque también trabajó para Samuel Fuller en Yuma (1957), junto a Rod Steiger y Charles Bronson, y un año antes en el musical Serenade (Dos pasiones y un amor), con Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Price.

El director era Anthony Mann y allí se enamoraron. Él tenía 57 años y ella 29. La anécdota de los huevos fritos “con puntilla” para un Marlon Brando de resaca o la voz de Barbra Streisand cantando People en el salón de su casa de Beverly Hills forman parte de la leyenda de esta española pionera en Hollywood. La picardía de Sara Montiel contando estas anécdotas y su capacidad para adornarlas solo engrandecen al personaje y empequeñecen a los que se burlaban de ella. “¡Qué más da si era verdad o no, Sara era fantasía!”, afirma Alaska en el documental.
La actriz aseguraba que si no continuó con su aventura americana fue porque no quería otro papel más de “india sioux”; en resumen, prefería ser cabeza de ratón que cola de león. El sorprendente éxito, dentro y fuera de España, de El último cuplé (Juan de Orduña, 1957) determinó su regreso al cine español. Un año después estrenaba La Violetera (Luis César Amadori, 1958), que se convirtió en otro fenómeno popular y ella, en la mayor estrella nacional. Le siguieron años de relumbrón con películas junto a Rafael Gil, Tulio Demicheli, Mario Camus o Juan Antonio Bardem.
Entre el cine, los discos y los espectáculos de varietés, Sara Montiel fue mutando en Saritísima, esa versión exagerada de sí misma que fue perfeccionando —y redoblando— a lo largo de su vida. La precoz muerte de Pepe Tous en 1992, cuando ya habían adoptado dos hijos y estaban en su plenitud familiar, fue devastadora para la actriz. De las fiestas interminables en su casa mallorquina, de su vida en el mar sin la máscara de Sara Montiel, siempre desnuda y alegre, llama la atención lo bellísima y poco impostada que era al natural. La diva que convirtió en un ensueño su artificio ante la cámara era aún más imponente cuando solo era Antonia. Uno de los momentos más emocionantes de la serie es cuando le recuerdan a Loles León la carta que le escribió a la actriz cuando murió Pepe Tous y ella lee aquella tristísima y preciosa misiva.
Sara Montiel, que aprendió a fumar puros con Hemingway y que hizo del tabaco una extensión de su libertad, contaba que el día que escuchó a sus padres hablar de amos y señores se prometió vivir sin dueños: “Me juré no tener ningún amo, ser pájaro libre, y lo he cumplido”. Precursora del filtro de Instagram, como recuerdan a propósito de la famosa media en la cámara para disimular sus arrugas, Sara Montiel tuvo antes de morir cierto reconocimiento, aunque, según la serie, la mayoría fuera de España.
Fue la protagonista del anuncio Marvelous, de los MTV Europe Music Awards de 2002, y también colaboró con Fangoria en el videoclip Absolutamente, en 2009. Resulta chocante la ausencia del homenaje que en 2004 le hizo Pedro Almodóvar en una película tan fundamental como La mala educación. “España, que entierra muy bien, no enterró bien a Sara”, recuerda Bibiana Fernández. “Un país que ni respeta ni despide a sus grandes artistas me parece un país paleto y muy inculto”, añade Loles León. Sara Montiel fue, sin duda, una fantasía incomprendida, pero ante la adversidad ella siempre encontró su infalible receta: “¿Que estás triste? Pues saritízate y lo pasas bomba”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
