El dragón azul, la espectacular babosa marina que cabe en la palma de la mano y cierra playas al baño
Este verano se ha avistado en Cádiz, Valencia, Alicante y Lanzarote. Su picadura puede producir irritaciones en la piel parecidas a las de una medusa, en general de carácter leve

Este miércoles un bañista avistó a dos ejemplares de dragón azul (Glaucus atlanticus), una espectacular especie de molusco o babosa marina, en las playas de Vivers, en Guardamar del Segura (Alicante). El arenal acabó cerrado al baño hasta el día siguiente. Lo mismo ha ocurrido en la playa de Santa Bárbara en La Línea de la Concepción y en las de la Garita y Famara en Lanzarote. El cerrojazo se debe a que, a pesar de que la babosa mide como máximo cuatro centímetros, puede picar y provocar irritaciones en la piel o escozor. “Son lesiones de carácter leve y excepcionales; no es comparable a una carabela portuguesa, de la que se alimenta el dragón azul y que porta en sus largos tentáculos un número muchísimo mayor de células urticantes”, señala Juan Lucas Cervera, catedrático de Biología de la Universidad de Cádiz y experto en babosas marinas.
En todo caso, no hay que tocarlos, por si se produjera una reacción alérgica, y los ayuntamientos piden que se avise de su presencia.

Cuando aparecieron los dos dragones en Guardamar del Segura “se estaba a media hora de que acabara la jornada de los socorristas y no sabíamos si había más ejemplares varados o cercanos a la costa, por lo que pusimos en marcha el protocolo y se izó la bandera roja”, explica José Luis Sáez, alcalde de la localidad. Se desplegó un dispositivo de vigilancia y no se detectó ningún ejemplar más. Aun así siguen atentos, como hacen con las medusas, que en la zona suelen ser las conocidas como huevo frito, bastante inofensivas, y con la temida carabela portuguesa, que ha aparecido en alguna ocasión.
“Siempre puede haber algún usuario al que le genere alguna reacción grave”, concreta el regidor, que manda, al mismo tiempo, un mensaje de tranquilidad al tratarse de “un episodio muy puntual que ha quedado en una anécdota vacacional”.
En Cádiz fueron media docena de ejemplares los que provocaron el domingo 17 de agosto la aparición de la bandera roja en la playa de Santa Bárbara, en La Línea de la Concepción. También se encontró un ejemplar en agosto en la playa de Canet de Berenguer, en Valencia. En Mallorca, se localizó a otro ejemplar en aguas profundas de la Sierra de Tramuntana. Todo un hallazgo, porque no se tienen datos científicos de ningún otro en Baleares desde 1916.
Para Cervera, “cerrar las playas por tres o cuatro ejemplares es una sobrerreacción porque no existe ninguna evidencia científica de su peligrosidad”. Este exceso de precaución se puede deber a que “hasta la fecha la presencia del dragón azul no es muy habitual en nuestras aguas y habrá que ver si a partir de ahora se hace más frecuente”, plantea el científico.
A esta falta de costumbre se suma una dieta que aumenta las sospechas de ser una amenaza. “Como se alimenta de carabela portuguesa, que es muy tóxica, pues la gente piensa que esta especie también lo debe ser”, explica. El dragón azul muerde un poco a esa especie de medusa, “no la engulle entera”, y así se hace con las células urticantes de esta, que todavía no están maduras, las acumula y las guarda como sistema de defensa. “Los tentáculos de las carabelas tienen como unos dardos enrollados a presión que disparan cuando tocan a otro organismo e inyectan una toxina neurotóxica que afecta al sistema nervioso”, aclara Cervera.
La especie vive en la superficie del mar y se deja arrastrar por las corrientes. “Flotan boca arriba, como cuando nosotros hacemos el muerto, para camuflarse con el color azul del mar y por debajo son blancos, porque así se difuminan con la luz del sol cuando se mira desde el fondo. Es una estrategia defensiva”, explica. Esta característica diferencia al dragón azul de otras babosas marinas, que permanecen en la zona intermareal o a más profundidad. En la península Ibérica hay descritas unas 300 especies y se siguen descubriendo nuevas.
Vaga por las aguas del Atlántico Norte y Sur y por el Pacífico, en aguas templadas, pero verlo por el Mediterráneo como está sucediendo es más complicado. “La especie fue citada [en una publicación científica] en la segunda década del siglo XX en Baleares, aunque la primera vez fue en 1839 en Canarias, pero después ha pasado mucho tiempo hasta que ha vuelto a ser detectada”, sostiene Cervera. No como la carabela portuguesa, que tiene una distribución más amplia en el Mediterráneo.
La llegada de estos ejemplares se ha relacionado con el aumento de la temperatura en el Mediterráneo, que a finales de junio superaba los 28 grados, con anomalías térmicas de cinco grados. El investigador sostiene que no hay todavía suficientes evidencias, porque faltan estudios de la ecología de la especie y cuáles son las condiciones ambientales más favorables para ella. “Lo que sería muy interesante es realizar un seguimiento y que cuando alguien vea un ejemplar le haga una foto y que nos la envíe para poder tener un registro”, propone.
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