Sara Montiel y los huevos fritos
‘Súper Sara’ es el último exponente de un género de éxito en España: la serie documental sobre estrellas populares de nuestro pasado, una mirada que viene a compensar el desprecio que a menudo han sufrido desde ciertas élites culturales

En Un lunar en el sol, la obra teatral de Lorraine Hansberry —no confundir, por una letra, con la película de Liz Taylor y Montgomery Clift—, un personaje exclama: “¡Quiero volar! ¡Quiero tocar el sol!”, y su mujer le responde: “Primero cómete los huevos fritos”. Descubrí este diálogo gracias a Stephen King. En su fabuloso Mientras escribo, el autor cuenta que se enamoró de Tabitha, su esposa, en un taller de poesía. En aquellas reuniones, “si se le ocurría a alguien preguntar al poeta por el significado del poema, se exponía a una mirada de desprecio y el silencio incómodo del resto del grupo”. Al escritor y a su inminente novia les unió, por supuesto, el rechazo a la vaguedad creativa disfrazada de trascendencia. A King le enamoró de Tabitha que, para ella, “escribir poesía (o cuentos o ensayo) tenía tanto que ver con fregar suelos como con los episodios míticos de revelación”.
De los huevos fritos de Hansberry y de King me acordé mientras veía el primer episodio de Súper Sara (Max), la serie documental de tres episodios sobre Sara Montiel, dirigida y escrita por Valeria Vegas. Me imaginé a la de Campo de Criptana después de freírle unos huevos con puntilla a Marlon Brando, zanjando las intensidades del actor con un: “Primero cómete los huevos fritos”.
Súper Sara es el último exponente de un género de éxito en España: la serie documental sobre estrellas populares de nuestro pasado, una mirada que viene a compensar el desprecio que a menudo han sufrido desde ciertas élites culturales. Un género que debería ser patrimonio de RTVE, por lo que tiene de cultural, pero que ha despegado gracias a Movistar Plus+ (Lola, Raphaelismo) y que ahora debuta en Max. Por supuesto, como en todos los géneros exitosos, en él abundan ejemplos superficiales, con voces a granel, centrados en intentar captar al público más joven y hagiográficos hasta el sonrojo. Sin embargo, en Súper Sara, la mano de Valeria Vegas, devota de nuestra cultura popular, se nota para bien. Hay concesiones, pero están las voces adecuadas, cuenta con imágenes caseras inéditas y levanta una estructura que genera preguntas y claroscuros alrededor de la estrella a la que muchos solo recuerdan como una caricatura de sí misma. Si Súper Sara logra llegar a los que solo conocen el “¿Pero qué invento es esto?” —y a los que ni eso—, me comeré unos huevos fritos a la salud de Sara y de Valeria.
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