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Tribuna
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Rentabilidad para apagar el monte

Solo con una política de Estado que impulse el sector económico forestal es posible combatir el fuego

Un hombre en las inmediaciones del fuego de Quiroga, en Bendollo, Lugo.

Hace 30 años, en este país, los selvicultores e ingenieros de montes e ingenieros forestales luchaban contra la idea del pirómano como responsable de los numerosos incendios de los veranos, e intentaban explicar que había intereses detrás. Hoy, treinta años después, y con muchísimos menos incendios que antes, pero de mayor magnitud, los políticos recogen el guante y explican que la mayoría de los incendios son intencionados, cuando esa tampoco es la respuesta correcta. Porque no es lo mismo la causa de ignición (origen) que la causa de propagación (gestión de la masa forestal). Los orígenes de los incendios casi siempre son humanos (de manera intencionada o accidental), pero el trasfondo es político. Y los gestores forestales no dejamos de decirlo año tras año tras año: son las condiciones del monte las que propician los grandes incendios.

En estas tres décadas hemos sufrido un abandono rural sin precedentes y sin gente en los pueblos. Eso significa que no hay ovejas ni vacas, las desbrozadoras naturales del matorral. Y que no hay habitantes, que eran los que recogían biomasa para sus chimeneas. Los montes en este país están abandonados y crecen sin control.

Los profesionales del sector insistimos tercamente en que hace falta una política de Estado para crear un sector económico forestal en el país. Una política preventiva que dote de recursos a las comunidades autónomas para que pongan en marcha políticas de conservación; pero también de aprovechamiento de los montes. Lo que llamamos gestión forestal sostenible. Porque si no hay rentabilidad no va a haber gestión forestal.

Cuando hablamos de gestión forestal nos referimos a labores de podas y clareos del monte, es decir, cortar algunos árboles para que otros crezcan más, reduciendo así la densidad. O cortar los que ya están viejos para plantar otros nuevos. También a abrir caminos para llegar a puntos más alejados, infraestructuras como cortafuegos, etc. Hablamos de desbrozar el excedente de vegetación arbustiva que se seca y a la menor chispa arde. A valorar la salud de los montes y las posibles plagas que los acechan. A cuidar la biodiversidad. Pero todo eso no puede hacerse sin una rentabilidad para el selvicultor. Recordemos que el 72% de la superficie forestal en el país es de titularidad privada.

Por eso es tan importante poner en marcha medidas incentivadoras de la gestión forestal y de los productos forestales. Se necesitan ayudas económicas, una fiscalidad favorable, normativas que favorezcan las agrupaciones forestales, actualización de los catastros y mejorar las condiciones de acceso al crédito y a la tierra. Somos el tercer país más forestal de Europa y tan sólo recaudamos por madera la mitad que nuestros vecinos. Pero la industria forestal va mucho más allá de la madera. Es la castaña, los piñones, las setas y trufas, la resina, el corcho, los frutos rojos, las plantas aromáticas y medicinales. Toda una industria forestal capaz de crear empleo y revertir el abandono rural.

Recientemente, varias voces se unen a lo que venimos diciendo hace mucho tiempo; la prevención es mucho más rentable y más barata que la extinción. El ingeniero de montes y experto en incendios Víctor Resco aporta los datos: sofocar incendios supone un gasto de 19.000 euros por hectárea. No obstante, las actuaciones de prevención cuestan 3.000 euros por hectárea.

El propio Plan Forestal Español 2022-2032 plantea un aumento de la inversión en prevención de incendios forestales, proponiendo que la inversión anual en prevención se incremente de 300 a 600 millones de euros. El objetivo es alcanzar un equilibrio en el gasto, de forma que la proporción de inversión en prevención y extinción sea 60/40 (actualmente está invertida, con más peso en extinción). Y los expertos hablan de un presupuesto para inversión en prevención que alcance los mil millones de euros.

Pero los políticos, que no quieren entrar en el problema estructural, remedian las crisis veraniegas de los fuegos hablando de incendios intencionados y de extinción. De dotaciones de bomberos forestales e instalaciones, que son necesarias y que deberían estar bien dimensionadas para que no pase lo que está pasando en Castilla y León. Pero serían menos necesarias y nos costarían menos si nuestros montes estuvieran sanos y gestionados.

El invierno de 2024 vimos con pavor que 122 personas habían perdido la vida en Chile porque el fuego había alcanzado 10.000 viviendas y 30.000 hectáreas forestales, una extensión parecida a la del primer incendio que se desató en la Sierra de la Culebra en Zamora en 2022. Algo que perfectamente puede pasar aquí, especialmente en la cuenca mediterránea, con muchos chalés encaramados en las montañas lindantes con las costas. O zonas con urbanizaciones enclavadas en el interior de bosques y masas forestales, cuyos campos próximos se han llenado de matorral, que en caso de incendio podrían verse muy comprometidos. Esto recuerda la necesidad de que todos los ayuntamientos dispongan de planes de emergencia y autoprotección, y que todos los habitantes de esas zonas los conozcan.

Las condiciones meteorológicas que provocaron estas catástrofes en Chile fueron muy parecidas a las que tenemos ahora en España: una ola de calor, vientos fuertes, baja humedad, y mucha lluvia en el invierno, que favoreció el crecimiento de la vegetación herbácea y arbustiva, que ahora está seca y es de fácil combustión. Y la mano del ser humano. Todo junto más la falta de gestión es una bomba que nos puede explotar. Que nos va a explotar.

Vemos gente literalmente llorando en sus redes porque su patrimonio forestal se quema. Pues dejemos de llorar y entendamos que las administraciones han reducido a la mitad los recursos de prevención en los últimos 13 años, de 364 a 136 millones de euros. Algunas comunidades como Castilla y León, el 90%. Se hace justo lo contrario de lo que hay que hacer. Se dedican más recursos a la extinción que a la prevención.

Menos lamentos y más exigir a nuestros políticos una serie de medidas que pongan la gestión forestal en el centro. El cortoplacismo político nos mata. Los montes necesitan compromisos a largo plazo y actuaciones continuas en el tiempo. El patrimonio inmaterial que aportan los montes es algo que deberíamos aprender en el colegio para luego saberlo proteger de adultos. No es una opción. La vida sin montes no es habitable.

Independientemente de la rentabilidad para sus dueños, los beneficios ecosistémicos de las masas forestales, regulando el ciclo hídrico, capturando dióxido de carbono, cuidando la calidad del suelo, permitiendo el ocio y el disfrute de los ciudadanos, son de un valor incalculable.

Por eso repetimos: hagamos prevención durante todo el año. Hagamos gestión, no sólo extinción. Aprovechemos todos los recursos de nuestros montes y entendamos cuáles son las cosas que importan para demandarlas con nuestros votos.

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