Sexo, violencia y llantas
Vale la pena atender a este nuevo giro (habrá que ver si perdura o es fugaz), en donde una referente contemporánea de la música urbana, haciendo las veces de alquimista, se atreve a convertir la oscuridad en luz y la violencia en gracia

En el Teeteto, Platón simboliza la búsqueda por la esencia del habitar a partir de la contraposición entre un filósofo y una muchacha: Tales de Mileto y una sirvienta de Tracia. El primero, mientras camina, reflexiona absorto en la bóveda celeste para «conocer las cosas del cielo», mientras que la otra mira a sus pies, al aquí y al ahora. Absorto en el infinito Tales cae en un pozo, y la criada lo mira y ríe. Tales quería conocer el cosmos prescindiendo del mundo tangible, anteponiendo la teoría y el conocimiento abstracto por sobre la realidad inmediata.
Dos mil años más tarde, Martin Heidegger se adentró en un territorio nuevo de la filosofía al decirnos que “no comprendemos el mundo cuando reflexionamos sobre él, sino cuando actuamos en él y en él somos activos con toda naturalidad. Tenemos la experiencia del mundo en tanto que estamos unidos con él y nos compenetramos en él”. Conocer y amar el mundo es, dicho de otra manera, resultado de nuestra relación con las cosas y con los demás.
Heidegger sugiere que la respuesta por el ser no se encontraría arriba, en el infinito «frente a lo cual el pensamiento esencialmente no puede hacer nada», sino en el ámbito de lo cercano, en el destello de lo cotidiano, de aquello que nos rodea en nuestro entorno. Por eso, ocuparse y preocuparse del mundo van de la mano para el pensador germano. Precisamente porque el mundo es imprevisible e incierto, hemos de ocuparnos y preocuparnos por él, y “es en esta relación preocupada por el mundo donde el individuo puede definirse, aunque a riesgo de que, preocupándonos en exceso, acabemos refugiándonos en supuestas seguridades renunciando a la aventura de vivir”.
Esto último será poco tiempo después complementado y contrastado por quien fuera discípula del filósofo alemán: Hannah Arendt. Ambos hicieron justicia a esta vida ‘activa’, tan denostada por una tradición filosófica que priorizó la abstracción metafísica. Sin embargo, a diferencia de su maestro, Arendt comprendió que el éxito de la vida activa no era “una cuestión del individuo, que debe encontrar una relación transformada consigo mismo” a través de un “alejamiento consciente de sus congéneres”, sino más bien a la vinculación con el mundo, lo que significa, ante todo, que hemos de compartirlo con los demás.
Es en este intercambio mutuo donde aflora algo que rebasa la suma de individuos: es ese “entre” del que habla Arendt, esa corriente de aire que nos separa de los otros, pero que a la vez nos engloba a todos y desde el cual cada uno puede entenderse mejor a sí mismo y a los demás. Amar el mundo es una actitud vital que supone abrazar este ‘entre’ que es la tierra de la pluralidad, ya que es en él donde podemos bosquejar sentido y orientación. Es a partir de este entre, el “entre” de la muchacha de Tracia, que podemos desplegar ese otro entre, acaso más sublime: el entre que se extiende entre el cielo y la tierra, entre la finitud y lo sagrado, entre el hombre y los dioses.
Sesenta y siete años después, este mismo entre nuevamente se nos presenta, aunque ahora bajo el umbral de la música. En su nuevo disco LUX, Rosalía hace referencia a este espacio al cantarnos: “Quién pudiera/ Vivir entre los dos/ Primero amaré el mundo/ Y luego amaré a Dios/ Quien pudiera/ Venir de esta tierra/ Entrar en el cielo/ Y volver a la tierra/ Que entre la tierra/ La tierra y el cielo/ Nunca hubiera suelo”.
Pertenezco a una generación que creció yendo a fiestas donde generalmente se bailaban letras antitéticas a esta. En ellas no había cielo, ni entre, ni Tierra, sino más bien sexo, violencia y llantas. Pienso que parte importante de la sensación de vacío que aqueja a tanta gente joven, o la creencia de que la felicidad está en un mundo sobrecargado de diamantes, dinero, fiestas y vidas exóticas se alimenta a partir de esto mismo: algo así como un dime qué escuchas y te diré qué quieres.
Por esto, pienso que vale la pena atender a este nuevo giro (habrá que ver si perdura o es fugaz), en donde una referente contemporánea de la música urbana, haciendo las veces de alquimista, se atreve a convertir la oscuridad en luz y la violencia en gracia, al interpelarnos y hablarnos de la ceguera que aqueja a nuestro tiempo, a la vez que cultiva con sus letras ese entre que tanta falta nos hace como humanidad para volver a amar el mundo.
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