Ajustando cuentas con la historia
La pregunta es cuánto tardarán las izquierdas en asimilar lo que se avizora como una importante derrota electoral, y sobre todo cómo abordarán críticamente su propia conducta entre 2019 y 2022

¿Qué razones podrían haber para pensar que la candidata de izquierdas Jeannette Jara podría ganar la elección presidencial?
Ninguna.
Las razones para no ganar son múltiples y es importante detenerse en ellas, no solo para evaluar el difícil momento en el que quedarán todos los partidos de izquierda después de la elección, sino también para imaginar de qué modo salir de lo que bien podría ser un largo invierno.
La candidatura de Jeannette Jara y su campaña son una gran anomalía. En primer lugar, porque en tiempos en los que los vientos ideológicos en el mundo corren a favor de las derechas (especialmente esas derechas nativistas, radicales o simplemente extremistas), es paradójico que una candidatura que se impuso en elecciones primarias de izquierdas sea comunista. Nada sacamos con alegar que el eje derecha-izquierda ya no tiene el mismo peso que antes (lo que es cierto), y que el anticomunismo no hace sentido a buena parte del electorado (lo que también es cierto). Lo que es innegable es que hay algo extraño y profundamente disonante en esta selección de la candidata de izquierdas, entre otras cosas porque el eje derecha-izquierda sigue siendo el principal principio ordenador de la política chilena (aunque de modo cada vez menos exigente respecto del pasado). En segundo lugar, porque es una verdadera rareza que la directiva del Partido Comunista haya dado muestras evidentes de desafección con su propia candidata, obligando a esta a sincerar una crisis de la fraternidad comunista. Esta desafección llegó tan lejos que Miguel Lawner, exdirector ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante el gobierno de Salvador Allende y destacado dirigente comunista, sinceró públicamente su molestia con la candidata Jeannette Jara: “en mi caso, no participaré en acción alguna a favor de su campaña” (El Mercurio, 5 de octubre 2025). La pregunta viene de cajón: ¿para qué entonces haber realizado elecciones primarias?
Lo anterior no sería nada si a esta desazón con la candidatura no se sumaran factores vinculados a sus aliados de centroizquierda. La inquietante dificultad en encontrar figuras relevantes para encabezar el equipo económico de Jeannette Jara, y la tardanza -recién resuelta- en hacer público el programa de gobierno mediante la incorporación de los diálogos ciudadanos y, ciertamente, de los intereses de los nueve partidos que conforman la coalición que la sustentan, son pruebas de una candidatura en serios problemas.
Estas dificultades se han reflejado en las encuestas: si bien en la mayoría de ellas la candidata Jara se impone en primera vuelta, nunca se ha sabido de algún sondeo que pronostique un triunfo de la candidata comunista en la segunda vuelta. Es más: todos los estudios conocidos dan cuenta de una victoria aplastante de cualquiera de los dos candidatos de derecha, José Antonio Kast y Evelyn Matthei. Esto es lo que explica que varios candidatos a diputados y senadores hayan abiertamente rechazado fotografiarse con Jeannette Jara, desvinculando sus campañas con la campaña presidencial. Este fenómeno nunca lo habíamos visto con tal nivel de brutalidad, aunque sí venimos observando desde hace años candidaturas parlamentarias en donde no figuran ni el logo de los partidos por el cual son candidatos, ni el nombre de la coalición que los impulsa.
Todas estas cosas auguran un pésimo resultado presidencial, que bien podría traducirse en un mal desempeño en las elecciones parlamentarias (la totalidad de la Cámara de Diputados y la mitad del Senado): convengamos que en esto último no hay claridad sobre la magnitud de la correlación entre el voto presidencial y el sufragio para diputados y senadores, en tres papeletas que se emiten simultáneamente.
Esto nos lleva a la pregunta sobre las izquierdas después de la presidencia de Gabriel Boric.
Parece evidente que, de confirmarse todas estas razones para el pesimismo, lo que predominará durante un buen tiempo será un ajuste de cuentas con el Partido Comunista, cuya conducta de maximización del interés propio arrastró a toda una coalición de izquierdas. Pasado el tiempo de este ajuste de cuentas, vendrá un periodo de ajustes con la historia, el más difícil y doloroso de todos.
Por estos días se conmemoran seis años desde que se iniciara el estallido social, un fenómeno volcánico de masivas protestas sociales que iniciaron un proceso de cambio de Constitución. Pues bien, durante este acontecimiento cataclísmico, las izquierdas más radicales encabezadas por el Partido Comunista buscaron destituir al presidente de la República Sebastián Piñera mediante una acusación constitucional, arrastrando a los diputados de centroizquierda (socialistas y del Partido por la Democracia): hoy nadie quiere recordar este episodio, y muy pocos lo reivindican (tampoco una segunda acusación constitucional en 2021). Sin embargo, lo más grave de todo fue la fallida conducción de la Convención Constitucional hegemonizada por sectores de extrema izquierda entre 2021 y 2022: la propuesta de nueva Constitución fue masivamente rechazada por el 62% de los chilenos que sufragaron en un plebiscito el 4 de septiembre de 2022 (hace apenas tres años), con una participación del 85% del electorado. Dada la íntima conexión entre el estallido social y el plebiscito de 2022, aun no se ha aquilatado ni procesado lo que fue la peor derrota de la historia de la izquierda chilena en competencias democráticas. Pero la auto-crítica es inevitable y hace poco fue esbozada por el propio presidente del Partido Comunista Lautaro Carmona, quien criticó el primer proceso constituyente en una conversación con Pablo Iglesias: “creo yo que se exageró la necesidad de, primero, de qué se trata una Constitución. Faltó ponerle nombre a las calles y eso no se puede hacer”. Lo que se olvida es que, en el origen de esta radicalidad, no sólo se encontró el ultrismo de izquierda de la Lista del Pueblo, sino también el rol jugado por un puñado de convencionales comunistas liderados por Marcos Barraza (irónicamente, hoy situado en la disidencia del partido de la hoz y el martillo). Es esta falta de “análisis del periodo” (como se dice en el lenguaje clásico de comunistas y socialistas), lo que explica una derrota que ha marcado a la totalidad del gobierno de Gabriel Boric y buena parte del derrotismo de izquierdas en curso. Hasta ahora, esta derrota histórica había sido contenida por el presidente Boric con gran talento (y muy poco reflexividad sobre la conducta propia), pero la inteligencia presidencial no basta: tenía que llegar el momento de tocar fondo. La pregunta es cuánto tardarán las izquierdas en asimilar lo que se avizora como una importante derrota electoral, y sobre todo cómo abordarán críticamente su propia conducta entre 2019 y 2022, el epicentro de la peor de sus pesadillas, esas en las que se cree que puedes tomar el cielo por asalto y se termina en las puertas del infierno.
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