Sobre la crisis de las humanidades
Es posible que las izquierdas libren una linda batalla latinoamericana entre universalistas y partidarios de los estudios subalternos, de-coloniales y postcoloniales

Desde hace varios años ha vuelto al tapete de la discusión pública el tema de la “crisis de las humanidades”. No es primera vez que esta crisis captura el interés de los intelectuales (ya había ocurrido en el siglo XX con la irrupción del nazismo, pensemos tan solo en los filósofos de la Escuela de Frankfurt), y tampoco será la última.
Sin embargo, hay algo distinto hoy en día, perturbador e inquietante.
En una larga entrevista concedida al diario El Mercurio, el rector de la Universidad Diego Portales y destacado intelectual público chileno Carlos Peña, señaló que lo que subyace a la crisis de las humanidades en estos tiempos es que “no sabemos muy bien qué es lo humano”. No queda claro si alguna vez supimos qué era lo humano: lo que su afirmación indica es que nuestra comprensión de lo humano, hoy, es defectuosa. Esta aseveración es correcta, pero el argumento es demasiado débil para caracterizar a las humanidades en crisis en la actualidad: lo que falta es un elemento de contexto, esto es el asedio en el que se encuentra el pensamiento ilustrado, aquel que se origina en la revolución francesa, en su universalismo y racionalismo. Recién comenzamos a aquilatar la radicalidad del pensamiento de dos corrientes de extrema derecha que no son fáciles de distinguir, cuya influencia política en Estados Unidos es enorme: por una parte, la tesis de la “ilustración oscura” de Nick Land y, por otra parte, el aceleracionismo de los tecnolibertarios de Silicon Valley. Es a este universo de ideas que se le conoce como Neoreacción (NRx), y hay que tomarlo en serio: sus efectos civilizacionales ya se están haciendo sentir mediante la tecnología y las periódicas correcciones de sus fallas y límites.
Es en este contexto que hay que entender la crisis de las humanidades.
Lo que realmente se encuentra en disputa no es solo que estamos teniendo dificultades para entender lo humano: lo grave es que en la NRx hay intentos de modificación radical de lo que cabe entender por lo humano.
La tesis de la “ilustración oscura” de Land es, como su nombre lo indica, un ensayo por recorrer el camino inverso al de la ilustración: no para volver al pasado o al oscurantismo del medioevo, sino para reestablecer el apego a las tradiciones y a las jerarquías, lo que implica modificar el concepto de lo humano abandonando la autonomía y la libertad de juicio que se originó a partir de la revolución francesa. La razón es muy simple: la racionalidad ilustrada no es solo una promesa irrealizada de emancipación, sino que puede perfectamente alimentar dinámicas totalitarias. En palabras de Land: “el pluralismo incapaz de una sociedad libre se transforma en un multiculturalismo asertivo de un suave totalitarismo democrático”.
El “aceleracionismo” de los oligarcas de Silicon Valley tiene una orientación mucho más orientada hacia el futuro. Lo que lo define es la pasión por el capitalismo y la tecnología, al argumentar por un empuje sin pausa hasta sus últimas consecuencias. Este aspecto de “últimas consecuencias” es lo realmente importante: precisamente porque no conocemos las últimas consecuencias de este desarrollo sin límites (más allá de constatar los fenómenos extremos de desigualdad en el aquí y en el ahora), es que se han abierto paso ya no redefiniciones de lo humano, sino más bien algo parecido a lo post-humano, especialmente el transhumanismo. De allí la importancia de leer, y entender a dos de estos oligarcas de Silicon Valley: Peter Thiel (empresario alemán fundador de Palentir), cuya radicalidad tecnológica es sorprendente, y Sam Altman (propietario de OpenAI), quien profetiza la emergencia de una inteligencia artificial general bondadosa (ver al respecto el extraordinario diálogo entre Altman -partidario de una aceleración tecnocapitalista- y Tucker Carlson -quien sospecha de todo esto a partir de preguntas de corte más religioso en la revista Le Grand Continent).
Curtis Yarvin (bloguero y desarrollador de software) opera como el gran conector entre estas dos sensibilidades, conjugando el espíritu de la ingeniería moderna y la herencia histórica del pensamiento pre-democrático de la Antigüedad, el periodo clásico y la época victoriana.
Todo esto puede parecer muy gringo, lejano de los debates intelectuales europeos y latinoamericanos (y qué decir de las preocupaciones de sus pueblos). Por su origen, la lejanía es evidente. Pero si uno se interesa en los efectos del desarrollo desenfrenado de la tecnología, la reconfiguración de lo humano la estamos presenciando todos los días. En cada innovación tecnológica (por ejemplo en materia de inteligencia artificial), hay una justificación normativa y una nueva ontología de lo humano que se instala, siguiendo un hilo conductor anti-racionalista. Es allí en donde se inscribe la crisis de las humanidades.
No es una casualidad si esta crisis de las humanidades en tiempos de asedio a la ilustración afecta tan dramáticamente a la izquierda universalista, la que además se ve desafiada por la deriva identitaria de nuevas izquierdas que rechazan lo universal por traicionar la identidad étnica, racial o de género. Este es el meollo de la discusión de intelectuales de izquierda universalista con el mundo woke, desde Stéphanie Roza hasta Susan Neiman. Tampoco es el fruto del azar si el influyente escritor Gonzalo Contreras dedicó su columna literaria en El Mercurio a las derivas de la identidad, el mismo día en que Carlos Peña tomó posición sobre la crisis de las humanidades. Algo está pasando en Chile para que esta coincidencia esté teniendo lugar.
Estas disputas entre izquierdas palidecen ante todo lo que se encuentra en juego en el ánimo destructor (y a ratos apocalíptico) del universo de ideas NRx.
Es posible que las izquierdas libren una linda batalla latinoamericana entre universalistas y partidarios de los estudios subalternos, de-coloniales y postcoloniales. No tengo dudas que, sin universalismo, no hay izquierda posible. Pero puede terminar importando bien poco ante el feroz emprendimiento de oligarcas tecnológicos y neo-reaccionarios quienes, sin mucha sofisticación intelectual, tienen el poder de transformar dramáticamente el mundo redefiniendo, o tal vez cancelando, lo humano.
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