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CUIDADOS SOCIALES
Tribuna
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Derecho al cuidado: reconocimiento público y acción cotidiana

¿Cómo interactúo con la persona que me pide saltar la fila para comprar el pan? ¿Cómo cuido el espacio público del barrio donde vivo? ¿Acaso recuerdo que detrás de mi viene alguien más?

Derecho al cuidado: reconocimiento público y acción cotidiana

Se dice que uno de los primeros vestigios de civilización es un fémur roto que alcanzó a cicatrizar: nadie sobrevive a una lesión así sin que otro le inmovilice la pierna, le proteja y le alimente. Ese hueso soldado condensa una verdad biológica y social: cuidar es lo que nos mantiene con vida, porque activa conductas prosociales, regula el estrés y organiza la cooperación.

La reciente notificación de la Opinión Consultiva OC-31/25 por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos acerca del derecho al cuidado marca un avance histórico sin precedentes. No sólo destacamos el involucramiento de nuestro país, vinculando al Ministerio de Desarrollo Social y Familia y el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género para aportar con definiciones y observaciones, sino también que finalmente la problemática de los cuidados se esté instalando transversalmente en el discurso público.

Desde la academia y la investigación social, el cuidado es un concepto polisémico que ha sido definido desde múltiples perspectivas y disciplinas. Todas ellas coinciden en que el cuidado se define por preocupaciones, afectos y acciones dirigidos a atender las necesidades de otro o de uno mismo, generalmente incluyendo una dimensión invisible de gestión de los espacios para el cuidado. La ética del cuidado, impulsada en los años 80 por Carol Gilligan, nos recuerda que la vida humana es esencialmente relacional: antes o después, todos y todas necesitaremos cuidar y ser cuidados/as. Y pensarnos desde el cuidado asegura el derecho de que todos y todas, con nuestros diversos grados de dependencia, tengamos siempre reconocimiento en la sociedad.

El desafío, sin embargo, no termina en la norma. Si el fémur cicatrizado es la metáfora, la ética del cuidado es la práctica cotidiana. Esto nos lleva a debatir no sólo directrices para el ámbito de las políticas públicas, sino también a analizar a micro-escala cómo vivimos el día a día de la ética del cuidado. ¿Son mis hijas/os escuchadas/os en sus colegios? ¿Y en casa? ¿Cómo interactúo con la persona que me pide saltar la fila para comprar el pan? ¿Cómo cuido el espacio público del barrio donde vivo? ¿Acaso recuerdo que detrás de mi viene alguien más? ¿Cómo me relaciono con mis colegas en el trabajo? ¿Y cuando veo que alguien necesita ayuda?

Hace poco tuvimos el placer de lanzar nuestra Unidad de Investigación ANIDA en la Universidad Adolfo Ibáñez y compartir con los y las asistentes nuestras reflexiones acerca de cómo la educación en nuestro país puede avanzar hacia concebirse como un espacio que cuida. Desde nuestra preocupación por las trayectorias de las infancias y juventudes, y con la mirada puesta en el carácter relacional de su desarrollo, compartimos el anhelo de poder pensar que distintos espacios microsociales –como la escuela, el barrio y la familia- estén atravesados por una ética basada en el cuidado de otros, de sí mismos/as y del entorno, que nos invite a construir una sociedad en la que todos y todas tengamos voz. Para eso, creemos, la ética del cuidado debe permear nuestros discursos y conciencias, nuestras políticas, tanto como nuestras prácticas cotidianas. El derecho al cuidado no será real sólo por estar escrito en un documento internacional; será real cuando impregne la forma en que educamos, trabajamos, convivimos y nos relacionamos día a día, cuando ese fémur deje de ser una anécdota y se vuelva política, cultura y hábito compartido.

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Beneficiarios del Centro Comunitario de Cuidados como parte del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados, Chile Cuida, en junio 2024.

El cuidado ya no es invisible, ahora es un derecho humano autónomo

Miriam Henríquez Viñas / Victoria Martínez Placencia

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