Jara y el clavo ardiendo
El libreto de la candidatura oficialista es el siguiente: levantar el ánimo de un sector que, con independencia de lo que digan las urnas en noviembre, ha sido derrotado y no acusa recibo
Han pasado ocho semanas desde que Jeannette Jara triunfó en las primarias presidenciales de la coalición de gobierno. Aunque el resultado no fuese enteramente sorpresivo, sí lo fue el margen de votos que obtuvo: suficiente para incentivar diversos y elogiosos análisis sobre el fenómeno Jara. Un tiempo que, a la luz de las encuestas de hoy, parece haberse desaprovechado. Si bien la candidatura de Jara ha logrado la adhesión unánime de los partidos del bloque oficialista y la Democracia Cristiana, su incapacidad para expandir su base de apoyo nos obliga a mirar con mayor detenimiento el proceso histórico y el diseño detrás de la misma.
Hasta la candidatura de Jara, ninguna otra luego del retorno de la democracia, con la posible excepción de Aylwin en 1989, había logrado este nivel de acuerdo desde el centro a la izquierda. El arco oficialista, ya bastante amplio en perspectiva histórica, se extendió hacia el centro —con el PDC— y hacia la izquierda, con Igualdad y el Partido Popular. Incluso muchos independientes de los “movimientos sociales constituyentes” han manifestado sus buenos deseos para con la candidatura oficialista. Sin embargo, las encuestas muestran al arco que va desde el centro a la izquierda, incluyendo las aventuras personales de Enríquez-Ominami y Artés, apenas logrando el 30% de intención de voto. Si se concreta, sería el peor resultado de este sector desde 1932: no —como entonces— ante Arturo Alessandri, un liberal respaldado por radicales y demócratas en una democracia restringida, sino frente a una derecha de retórica radical en una democracia de masas ya consolidada.
¿Qué ha ocurrido con la izquierda en Chile? Su actual propuesta, la candidatura de Jara, parece diseñada para ocultar más de lo que exhibe. Triunfó en las primarias prometiendo recuperar los sueños —contra una Tohá que encarnaba como pocos el realismo concertacionista—, reapropiarse de las identidades tradicionales de la izquierda —contra un Winter para quien lo popular y el trabajo parecían realidades distantes—, y proveer de cercanía a un electorado que hoy parece más preocupado de otros atributos. No obstante, para lograr estas promesas, su candidatura —hasta ahora— no ha hecho mucho más que ofrecer un puñado de frases hechas que prontamente han mostrado su techo de efectividad.
El libreto de la candidatura oficialista es el siguiente: levantar el ánimo de un sector que, con independencia de lo que digan las urnas en noviembre, ha sido derrotado y no acusa recibo. Desde el centro a la izquierda, políticos, activistas y electores se aferran a su candidatura como a un clavo ardiendo. Una tabla de salvación que, semana tras semana, parece debilitarse.
Observada desde la distancia, la candidatura de Jara parece un gran escape hacia adelante. Una postrera oportunidad de exorcizar a tres monstruos que campean en el armario de la izquierda: su jibarización y encapsulamiento tendencial, su muy limitada capacidad de reflexión y los modestos resultados del actual Gobierno.
Salvo honrosas excepciones, el amplio arco que va del centro a la izquierda todavía no ha logrado darse una explicación de lo ocurrido en los últimos diez años. Algunos están perplejos; otros, demasiado ocupados en salvar los muebles; y, por supuesto, no faltan quienes niegan lo evidente: por ejemplo, ocultando el fracaso político-social de la primera convención tras la derrota electoral de la segunda, o improvisando respuestas que rayan en la caricatura para escabullir responsabilidades propias en la actual crisis de seguridad y en la creciente incomodidad de la población con la inmigración. En este sentido, la reciente controversia en torno al programa de la candidata y sus voceros no es más que el reflejo de un fenómeno mayor.
Lo cierto —lo que se oculta tras esas cortinas de humo— es que el “despertar de Chile” fue más una interpretación voluntariosa que una descripción acertada de la realidad. Cualquiera sea la interpretación que se dé a la jabonosa formulación que llamaba a “superar el neoliberalismo”, la última reforma de pensiones y la incomodidad que esta generó en un sector del oficialismo indican que ese horizonte avanzó mucho más rápido que los pasos dados hacia su eventual superación. Y esto no es responsabilidad única y exclusiva de la falta de voluntad o de la inquina de quienes no comparten el diagnóstico. Es, ante todo, responsabilidad de una izquierda que supo señalar un horizonte rentable electoralmente —al menos hasta la segunda vuelta de 2021—, pero que se demostró carente de herramientas técnicas y teóricas para habilitar un camino viable hacia él. Una vez más, la imaginación mostró sus límites ante la realidad. El pesado andamiaje normativo que rige la acción del Estado, así como la complejidad de una sociedad funcionalmente diferenciada cuyos límites son el mundo y no las fronteras nacionales, vuelven los sueños algo en lo que ya no se puede creer.
Otro tanto ocurre con el encapsulamiento de la izquierda. Su tercio histórico de votantes continúa incólume. No obstante, enfrenta un problema estratégico: no hay un centro articulado con el cual conformar un bloque por los cambios como el que dio origen a la Concertación. La izquierda prescindió del centro —y la expresión política de este terminó por disgregarse— creyendo que con ello creaba las condiciones para abrir las grandes alamedas. Nadie pensó siquiera que ese vacío sería llenado por Kast, Kaiser y Parisi. El costo de esa miopía es la posibilidad cierta de enfrentar el peor resultado electoral en un siglo, y dinamitar cualquier perspectiva inmediata de gobernabilidad política y social.
Lo peor es que todo esto parece no importar demasiado. No hay aquí ningún vaticinio: en la edad del vacío, cualquier cisne negro puede poner de cabeza los pronósticos. Es una elección que refleja, en su pobreza, todas las miserias de la crisis política que atraviesa el país desde hace ya tiempo. Nuestra responsabilidad es, ante todo, reconocerlo y no perder el bosque detrás de los árboles. Más allá del resultado, los problemas de fondo del centro, la izquierda y de todo el sistema, seguirán ahí.
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