¿Corazón sin cabeza?
Jeannette Jara pertenece al Chile de los González y Tapia de Los Prisioneros, pero también al de la música urbana y al de los mejores comediantes e intérpretes de la sociedad contemporánea como Luis Slimming, Pedro Ruminot y Pamela Leiva

Inmediatamente después de que las urnas hablaran –con tamaña elocuencia- el domingo pasado, empezaron a hablar los intérpretes de Chile y del “fenómeno Jara”. Entrevistas, columnas, cartas al director, programas de televisión y streaming circularon y seguirán circulando profusamente. No es para menos. Ver a una mujer como Jeannette Jara convertida en candidata presidencial no deja de ser impresionante y, para muchos, emocionante.
Los análisis se repiten: ganó por su simpatía, por su carisma, por sus “habilidades blandas”. Ganó “a pesar” de ser comunista. Fue un triunfo de la personalidad por sobre las ideologías. El voto emocional e identitario pudo más que el voto racional y útil. Ganó su biografía y origen social. Revivió el clivaje pueblo-elite. Para la mayoría de los analistas con tribuna, Carolina Tohá representaba la alternativa racional, la experiencia, la seriedad, la preparación. Era el voto útil, frío y cerebral. La exministra del Trabajo, en cambio, movilizaba las emociones, gracias a sus atributos personales. Por Jara, la gente votó con el corazón, sin cálculo racional.
La forma en que se ha evaluado la votación del domingo responde a distintos marcos teóricos. Se mezcla la dicotomía razón/emoción tan cara al pensamiento occidental/ patriarcal desde su origen, con una concepción de la política muy afectada por el marketing. El vínculo entre crecimiento de la extrema derecha y desarrollo exponencial de las redes sociales y la inteligencia artificial ha reforzado estos encuadres.
Desde que la extrema derecha muestra sus dientes y crece a ambos lados del Atlántico, se ha venido instalando una reflexión sobre las emociones en política que, siendo fundamental, requiere ajustes. Desde las izquierdas y el progresismo se suele sostener que las derechas agitan los miedos y malestares de los sectores populares gracias al uso intensivo de plataformas digitales. Esto supone, aunque no se enuncie claramente, la concepción de un pueblo pasivo y manipulable y de la política como estrategia comunicacional. Y esa forma de pensar nos desarma intelectual y políticamente.
Se me ocurren dos ejemplos, uno del pasado y otro del presente, para ilustrar el problema de fondo.
Vamos al pasado. Existe un relato, incluso en círculos progresistas, que explica el resultado del plebiscito del 88 por la genialidad de la franja del No. Esa tesis, que hasta compitió en los Oscar, es propia de quienes conciben la política como estrategia publicitaria y al pueblo como “audiencia”. En el presente, ante la explosión de iniciativas comunicacionales de la derecha extrema, cuyo producto más elaborado es el programa Sin Filtro, una parte de la izquierda se ha mareado con la convicción de que nos hace falta gritar tan fuerte y ser tan agresivos como ellos, sin poner en cuestión si el campo afectivo que queremos promover es el que la derecha instala.
Estos ejemplos, y podrían ser muchos, muestran un déficit de elaboración, una insuficiencia en nuestra manera de entender los afectos y las emociones y su trabazón con la experiencia cotidiana y material. El fenómeno Jara, sin embargo, y esta es una de las muchas posibilidades que abre, nos permite repensar las relaciones entre lo material y lo simbólico, entre la razón y el corazón, de forma tal que logremos deshacer las dicotomías maniqueas tan tentadoras como engañosas.
Hagamos el ejercicio con el mapa de la votación en la región Metropolitana. Carolina Tohá ganó en las comunas de altos ingresos y Jara arrasó en las comunas populares. Un racionalismo aristocrático podría llevarnos deducir que el bajo pueblo vota con el corazón y las elites con la cabeza. Pero gracias a la larga tradición que va del feminismo al marxismo y al pensamiento anticolonial, y desde Spinoza a Marx y Deleuze, sabemos que el corazón tiene muchas veces enormes cantidades de razón.
El corazón que movió a las y los obreros de las fábricas inglesas del siglo XIX a organizarse y luchar contra la explotación, el corazón rebelde de las sufragistas del siglo XX y el corazón independentista de los pueblos que se levantaron contra los imperios tras la Segunda Guerra Mundial, fue el origen de sendas elaboraciones intelectuales y científicas desarrolladas por escritoras, filósofas, historiadores y economistas, que “demostraron” con estudios y con datos los secretos de la acumulación capitalista, la construcción social de las desigualdades de género y el funcionamiento de la economía global con su división internacional del trabajo, el poder y la riqueza. Corazón y razón.
Aplicado a nuestro caso, la dimensión emocional que Jeannette Jara despierta no solo está confirmada por los innumerables estudios que muestran cuantitativa y cualitativamente las fracturas que la desigualdad y el neoliberalismo han provocado en la sociedad chilena y en el vínculo entre política, particularmente entre izquierdas, y sectores populares, sino que tiene la potencialidad de convertir la emoción de quienes se sienten identificados con su figura y su biografía en conciencia, en razón, y en esperanza de que, a pesar de todo, “las cosas” –y sabemos qué cosas son “las cosas”- puedan mejorar.
Es la primera vez que competirá por llegar a La Moneda una dirigenta política que proviene del Chile popular y eso tiene un sentido muy hondo. Jeannette Jara pertenece al Chile de los González y Tapia de Los Prisioneros ,pero también al de la música urbana y al de los mejores comediantes e intérpretes de la sociedad contemporánea como Luis Slimming, Pedro Ruminot y Pamela Leiva. Jeannette Jara viene de Chiley, el formidable cuento con el que Chiqui Aguayo, por nombrar a una más, cerró su presentación en Viña: un país que se ríe con desparpajo de los cuicos, de los que nacieron con la vida resuelta, de los que fueron a Disney cuando niños, en los noventa y los tempranos dos mil. Un país que no desea el ascetismo sino al contrario, que quiere gozar, viajar, y también ir a Disney (aunque sea a los 40), y que, al mismo tiempo, quiere que se acaben las listas de espera, que la educación sea buena y que los barrios sean seguros.
Ahora bien, para no exagerar el entusiasmo, porque algo hemos aprendido de las derrotas recientes, no se puede perder de vista que la derecha tiene todas las de ganar y que la elección del domingo pasado es lo que es y no más que eso. El 10% del padrón que le dio a Jeannette Jara la victoria es una fracción muy pequeña y absolutamente insuficiente. Sin embargo, no es menos cierto que su candidatura abre dos posibilidades remotas y bellas: que la extrema derecha no gane la elección y que una niña que nació en El Cortijo llegue a La Moneda. Que no nos falte ni corazón ni cabeza para trabajar por lograrlo.
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