Jeannette Jara: la batalla perdida contra la desconfianza
El 30% que la candidata marca generalmente en las encuestas es un primer lugar de un piso personal más bien bajo, que bien podría indicar que no está a tanta distancia de su techo electoral

Aún no se encuentran inscritos los candidatos presidenciales que competirán en la primera vuelta del mes de noviembre próximo, y ya es posible avizorar lo que serán las principales dificultades que enfrentarán cada uno de los contendientes.
En el caso de Jeannette Jara, casi todas las encuestas la colocan en el primer lugar en una primera vuelta con candidatos predefinidos que no constituyen ninguna sorpresa. En tal sentido, las encuestas se están moviendo con preguntas realistas y no con menciones espontáneas sobre candidatos hipotéticos: ya no hay tiempo para la espontaneidad de los encuestados. El realismo de las preguntas sobre candidatos verosímiles a partir de ahora inducirá a los electores a familiarizarse con quienes se encontrarán probablemente en la papeleta de la primera vuelta. Este es un resultado aparentemente alentador para una candidata de militancia comunista, quien se define como la representante de una ancha centroizquierda que va desde los partidos del Socialismo Democrático hasta el Partido Comunista, pasando por el Frente Amplio: si las matemáticas no me enredan, se trata de nueve partidos que la apoyan. Una sopa de letras reunidas bajo un apellido que está siendo popularizado en redes sociales: desde jarita hasta la jaraneta.
Pero cuidado: el 30% que la candidata Jara marca generalmente en las encuestas es un primer lugar de un piso personal más bien bajo, que bien podría indicar que no está a tanta distancia de su techo electoral. Esa es la razón de por qué Jeannette Jara expandió sus apoyos hasta el límite político posible: ya no queda nada más por capturar más allá de una coalición formalmente amplia de izquierdas (que carece de un nombre que supere la exigencia administrativa de existir bajo algún tipo de identidad), pero que electoralmente es mucho más pequeña de lo que fue la Concertación entre 1990 y 2010, y de la Nueva Mayoría liderada por Michelle Bachelet entre 2014 y 2018. Tomemos nota que desde aquellos denostados 30 años (los mejores años de la historia moderna de Chile), se impuso el voto obligatorio, expandiendo el electorado votante desde los 8 millones hasta los 13 millones, una enormidad, lo que introduce incertidumbre relativa sobre la conducta de tanto elector (el que ya ha votado de modo obligatorio en dos plebiscitos y en la última elección municipal). Si resulta ser cierta la noticia de que el PS estaría exigiendo a la candidata (como si dependiese de ella y de su simple expresión de voluntad) alcanzar el 40% de los votos en primera vuelta para maximizar las chances de elección de los candidatos a diputados y senadores de toda la coalición, pues bien, el irrealismo campea: el guarismo es matemáticamente pensable. Pero al mismo tiempo, las exigencias de éxito electoral tienden a ser políticamente imposibles de alcanzar si, dadas las características de la candidata, se considera como máximo racional (e ideológico) el 38% de los chilenos que votó “apruebo” en el primer plebiscito de salida de 2022 sobre un texto excesivamente avanzado para un Chile que cobija -cómo olvidarlo- un poderoso electorado conservador.
Por estos días hemos sabido, de boca de su flamante jefe económico Luis Eduardo Escobar, que “Jeannette Jara me dijo que era socialdemócrata y que no creía en la eliminación de las clases sociales ni en la dictadura del proletariado”. La información es impresionante: de confirmarse su veracidad de boca de la propia candidata, sería una dura confesión para su propio partido, abriendo la pregunta de en qué sentido preciso Jeannette Jara es comunista, a sabiendas que su partido nunca fue cercano al mundo del eurocomunismo. Aún más: un programa socialdemócrata es regularmente solicitado como la solución a todos los males de las izquierdas sin reparar en que las ofertas socialdemócratas están siendo avasalladas en los países europeos. Esto también ocurrió en Chile en la última elección primaria. Entonces, ¿en qué sentido, y sobre todo por qué razones la “candidata socialdemócrata” Jeannette Jara debiese asumir un programa de esa índole? No tengo dudas que las izquierdas no tienen otra alternativa que socialdemocratizarse, lo que obliga en tiempos no electorales a interrogarse seriamente sobre lo que ser de izquierda socialdemócrata quiere decir hoy en día. En el caso de Jara, la pregunta es feroz: no tendrá fácil respuesta en lo que queda de campaña para armonizar su militantismo comunista con sus convicciones aparentemente socialdemócratas.
De lo anterior se sigue una constatación: la candidatura de Jeannette Jara enfrenta un gravísimo problema de confianza, en primer lugar, con un electorado que es masivamente anti-Boric (según todas las encuestas, alrededor del 30% de los entrevistados confía en el actual presidente), y en segundo lugar con el empresariado y su capacidad inversora para asegurar crecimiento económico. Sobre lo primero: el actual gobierno garantiza una adhesión respetable pero muy minoritaria, que apenas posibilita pasar a una segunda vuelta. Sobre lo segundo: si ya el empresariado desconfió del presidente Boric y de su ministro de Hacienda (Mario Marcel, quien hace pocos años atrás fue considerado por una revista especializada como el mejor presidente de un banco central del mundo), ¿qué cabe esperar de Jeannette Jara y de su equipo económico?
Es cierto, la candidatura de José Antonio Kast tiene muy poca tecnocracia económica que mostrar, pero el tiempo de la historia lo acompaña: no necesita entregar muchas certezas ni equipo para enfrentar a una excelente candidata de izquierdas, Jeannette Jara, cuyo límite es precisamente ser comunista. Mucho se habla por estos días, y con razón, de que el fantasma del anti-comunismo ya no juega el mismo rol que en el pasado. Esto es cierto. Pero lo que también es cierto es la irremediable desconfianza empresarial con la candidata Jeannette Jara, quien carece de economistas respetados por el mainstream económico y de la gran empresa. Esto suena a chantaje gremial: y lo es. Pero las cosas son lo que son, y me temo que la desconfianza es una desventaja insuperable para la candidatura de Jeannette Jara. Lo mismo se puede afirmar sobre el electorado que se mueve por razones más que atendibles de seguridad física (más que social). Habrá que ver si la desconfianza se atenúa en un escenario fatalmente binario entre el candidato de extrema derecha José Antonio Kast y la candidata comunista Jeannette Jara: es un asunto de clima general de opinión, del que se beneficiará el candidato Kast en torno a quien nunca ha operado algún tipo de cerco sanitario, republicano y popular a la europea. Toda la derecha, económica y política, salvo excepciones individuales, se plegará a su candidatura, así como todo ese electorado que se encuentra aterrado por los problemas de seguridad y delincuencia. Salvo que se produzca una resurrección de la candidata de centroderecha Evelyn Matthei, o de que irrumpa de modo revolucionario desde la izquierda hasta el ancho centro de las cosas un candidato del tipo Marco Enriquez-Ominami, no se ve nada favorable la ruta a La Moneda para Jeannette Jara: de allí que no sea totalmente absurda la petición socialista de alcanzar el 40% de los votos, no para ganar, sino para garantizar una poderosa fuerza parlamentaria de izquierdas… con el fin de ser oposición.
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