Cómo fotografiar a un padre que ya no está
Diana Markosian y Cristóbal Ascencio articulan con ‘Father’ y ‘Las flores mueren dos veces’, respectivamente, dos investigaciones visuales nacidas del recuerdo fragmentario y lo que permanece sin resolver

“Cuando tenía siete años, mi madre nos despertó a mi hermano y a mí en nuestro apartamento en Moscú y nos dijo que hiciéramos las maletas. No nos despedimos de mi padre”, escribe Diana Markosian (Moscú, 1989) en Father, la segunda monografia de la fotógrafa armenia-estadounidense, quien de nuevo recurre a su biografía para dar forma a una experiencia visual cargada de emoción. Si en Santa Barbara (Aperture, 2020) relataba su viaje hacia el anhelado sueño americano, mediante una fotonovela basada en su vida, en esta ocasión aborda la agridulce experiencia de reencontrarse con su progenitor.





Markosian creció en California junto a su hermano y su madre, quien se encargaría de borrar la figura paterna recortando su imagen del álbum familiar. Una de esas enigmáticas siluetas compone la portada del nuevo monográfico: un trabajo introspectivo y directo que indaga en la desconexión, la pérdida y el intento de reconciliación tras 15 años de separación. La autora hará uso de su propia obra, además de imágenes de archivo y de otro tipo de documentación, como las cartas escritas por su padre y su abuelo a distintos destinatarios —entre ellos, al presidente Bill Clinton—, con la esperanza de encontrar a sus descendientes. Entrelazado con las observaciones de la fotógrafa, el proyecto adquiere el tono de un ejercicio diarístico, donde la alegría y el dolor van de la mano. Puede verse en su formato expositivo dentro de la programación de la última edición de los Encuentros de Arlés.
Lo que en su día fue apenas una sombra empieza a tomar cuerpo: página a página, la figura del padre, antes lejana e imprecisa, va adquiriendo presencia y forma. La cámara servirá a la fotógrafa no solo como vehículo para enfrentarse abiertamente a su progenitor, sino también como medio para que ambos puedan construir una experiencia juntos. Son imágenes silenciosas, meticulosamente compuestas, y es, curiosamente, en las más pulidas donde resulta más difícil silenciar la extrañeza y el vacío de esos años de separación. Bajo el papel pintado quedan las grietas. Bajo la superficie de la armonía y los gestos de reconciliación, queda la certeza de que no siempre es posible recuperar el tiempo perdido, ni regresar intacto a un lugar que ya no existe.
La obra de Diana Markosian no responde, no busca resolver una ausencia, sino que despliega un espacio habitado por la tensión. Lo que queda fuera del marco pesa tanto como lo visible
Esa tensión articula el relato, desde la primera imagen, e inevitablemente conduce a una pregunta: ¿qué ocurrió para que una madre decidiera cortar con su anterior vida y desapareciera de esa forma llevándose a sus hijos? La obra no responde, no busca resolver una ausencia, sino que despliega un espacio habitado por la tensión. Lo que queda fuera del marco pesa tanto como lo visible, permite que el espectador lo contemple sin la necesidad de entenderlo todo. Tal vez, en esa contemplación, encuentre algo de sí mismo.

En otro punto del mapa, pero también desde la intimidad y el dolor de una pérdida, y el deseo de reconstrucción, el fotógrafo Cristóbal Ascencio (Guadalajara, México, 1988) emprende un viaje similar: un intento por acercarse a la figura del padre ausente a través de lo que queda —la imagen, la memoria y la fisura que deja el silencio—. Su padre se llamaba Margarito. Era jardinero. Murió cuando él tenía 15 años. Le dijeron que había sido de un ataque al corazón. Quince años después, descubrió que su progenitor se había suicidado: “Así murió por segunda vez”, escribe el fotógrafo en Las flores mueren dos veces, el fotolibro ganador del Premio Fotocanal. Libro de Fotografia 2024. Al igual que ocurre con Father, la autobiografía se convierte en el motor creativo y toma forma como una respuesta del autor a la carta de despedida que dejo su progenitor: “Perdóname y comunícate conmigo”, le pedía.
Entre las consecuencias de aquel trágico descubrimiento, se encuentra el cambio que experimentó Ascencio en la forma de percibir las fotografías familiares. De ahí que la publicación indague en la fragilidad y la plasticidad de la memoria; en cómo al revisar los álbumes familiares, buscamos rastros que nos permitan reconstruir nuestro origen e identidad, “sin tener en cuenta sus imprecisiones [las de las fotos] ni todo aquello que quizás no consiguen reflejar”, como advierte Jon Uriarte en uno de los textos que incluye la publicación.

Así, mientras revisita el archivo familiar, Ascencio recurre a distintas estrategias de manipulación de los datos estructurales de las imágenes. Introduciendo errores en su codificación, corromperá las instantáneas familiares para dar paso a nuevas asociaciones y significados, en alusión a la naturaleza subjetiva y manipulable del medio fotográfico. En paralelo, busca una respuesta al suicidio de su padre en las plantas que este sembró en distintos jardines de México. A través de la fotogrametría —la creación de un modelo 3D a partir de múltiples fotografías—, genera representaciones virtuales del jardín paterno que le permiten explorar cuestiones relacionadas con la memoria y la materialidad de la imagen.
Cristóbal Ascencio consigue trasformar la ausencia en un medio de diálogo entre dos realidades: la tangible, la que habita el presente, y la intangible, representada por el recuerdo fragmentado y la memoria de su padre
Ascencio consigue trasformar la ausencia en un medio de diálogo entre dos realidades: la tangible, la que habita el presente, y la intangible, representada por el recuerdo fragmentado y la memoria de su padre. Después de todo, “nada es para siempre, ni siquiera la muerte. Al final, la verdad es solo una forma de contar el pasado”, advierte el autor.
En ambos trabajos, el padre no deja de ser un extraño, un enigma que persiste. No hay una voluntad de cierre, ni una respuesta definitiva al gesto de quien se va o se borra, solo el registro de lo que sobrevive: las grietas, las omisiones, los intentos fallidos por nombrar lo que pasó. El gesto de quien desaparece —o es borrado— deja un espacio que ninguna imagen puede llenar, solo bordear.
Father. Diana Markosian Aperture/ Atelier EXB, 2025. 144 páginas. 45 euros.
Father. Diana Markosian. Espacio Monoprix. Arlés. Francia. Hasta el 5 de octubre.
Las flores mueren dos veces. Cristóbal Ascencio. Dispara, 2025. 64+64 páginas (dos cuerpos). 35 euros.
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