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Conclave
Tribuna
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Cómo elegir papa en la Edad Media: violencia, escándalos y el primer cónclave en 1274

El estudio de las crónicas medievales documenta el trauma que supuso la elección del Obispo de Roma

The Conclave of Viterbo, 14th century, miniature from the Nuova Cronica (New Chronicles) by Giovanni Villani (1276-1348), Chigi Codex, Vat Chigi L 296 VIII

Cualquier varón bautizado puede llegar a ser papa. Este simple principio destaca cuando se aborda la supervivencia de una institución cuya reproducción no descansa en la sucesión familiar. Las fuentes medievales describen, sin embargo, el trauma que suponía cada cierto número de años, o de meses en épocas particularmente agitadas, sentar a alguien en el trono de San Pedro. Las elecciones pontificias fueron en la Edad Media todo menos ordenadas y previsibles.

Algunas se decidieron por aclamación, otras como resultado de violentos conflictos (la del papa Dámaso en el siglo IV se saldó con 120 cadáveres en las calles de Roma solo en una tarde), otras se sucedieron en el interior de poderosas familias romanas que pasaban el oficio de padres a hijos, algunas las impusieron los gobernantes laicos, otras terminaron con papas y antipapas ejerciendo simultáneamente el gobierno.

Cuando el emperador germano Enrique III llegó a Roma para ser coronado en 1046, se encontró con tres papas. Los depuso a todos e instaló a uno nuevo. La historia ha sancionado como papas legítimos a quienes vencieron en la lid y en el relato, al margen de cómo se produjera la victoria.

La primacía del obispo de Roma se fue consolidando con el tiempo, no sin controversias, porque en ella pervivía la tradición de los apóstoles Pedro y Pablo. A fines del siglo IV comenzó a ser llamado Papa para diferenciarlo de todos los demás. Seguía siendo en teoría designado por la comunidad romana y consagrado por otros obispos, pero la elección siempre estuvo determinada, dependiendo de las distintas coyunturas, por los equilibrios o enfrentamientos entre facciones del clero, el peso de la nobleza romana, la influencia de los vínculos familiares de unos candidatos u otros, así como por la presión de los poderes políticos, en particular de los emperadores, ya fueran bizantinos, carolingios o germanos.

El Liber Pontificalis, compilación de las vidas de los papas escrita entre los siglos VI y IX, muestra una casuística casi inabarcable y la particular inestabilidad del papado entre los siglos VII y IX. Consigna pontificados de entre diez y veinte días, la aclamación de un miembro de la aristocracia romana por el ejército como si fuera un emperador, la incertidumbre durante los largos periodos de sede vacante, deposiciones y enfrentamientos violentos.

En el siglo X, la edad de hierro del papado para muchos autores, pocas elecciones acabaron bien. Los propagandistas de la reforma protestante en el siglo XVII, explotaron los excesos de una centuria que calificaron de pornocracia pontificia, amplificando la leyenda de la existencia de la papisa Juana, de quien se decía que se hizo pasar por hombre, ocupó el solio durante dos años y murió de parto en medio de una procesión.

En cien años hubo 30 papas y antipapas; de ellos la mitad murieron violentamente. Hay constancia de un papa de 18 años (Juan XII), de otro que asesinó a sus dos predecesores (Sergio III) o del llamado sínodo del cadáver, el juicio a la momia del papa Formoso que, una vez condenada, fue despojada de sus insignias pontificias, mutilada y arrojada al Tíber.

En abril de 1059, un decreto de Nicolás II estableció que solo los cardenales podían elegir al papa y que los laicos quedaban excluidos. Se fijaron otras normas que no siempre fueron respetadas, como la mayoría cualificada de dos tercios que sigue hoy en vigor.

El primer encierro de cardenales se produjo en 1198, en el momento de la elección de Inocencio III. A la muerte de Gregorio IX en 1241, los cardenales fueron confinados en el Septizonium, al pie del Palatino. Muchos cardenales enfermaron y uno murió. Según el biógrafo del futuro Inocencio IV, la comida era escasa y las condiciones sanitarias desastrosas.

La muerte de Clemente IV (1268) abrió un periodo de 33 meses de sede vacante, el más largo de la historia. Instalados los cardenales en el palacio de Viterbo, reinaba entre ellos una discordia sin fin. Los habitantes de la ciudad, desesperados, forzaron entonces la solución encerrando a los cardenales. Fue entonces elegido un papa, Gregorio X.

Quizás lo traumático del procedimiento de su elección llevó a Gregorio X a promulgar en el II Concilio de Lyon de 1274 la bula Ubi periculum, mediante la cual se estableció el método de elección y se definió el cónclave. Diez días después de la muerte del papa los cardenales debían reunirse en el palacio papal, donde se les encerraba con llave (cum clavis) y se les obligaba a hacer vida en común. La bula estipulaba que el camarlengo custodiaría las llaves y que, como forma de presión, a partir del tercer día de encierro se iría privando a los cardenales de comida y bebida.

A pesar de la trascendencia para el futuro de la institución pontificia, pocas elecciones posteriores siguieron el decreto. El establecimiento del papado en Aviñón durante más de 70 años y el llamado Cisma de Occidente, con sus dos sedes, Roma y Aviñón, cada una con sus papas y antipapas y sus curias, revelaron la enorme dificultad de regular la elección papal. El Concilio de Constanza de 1415 puso fin al cisma. El último papa de Aviñón, el aragonés Benedicto XIII, fue depuesto en 1417. Se declaró entonces, como tantas veces después, sede vacante.

Ana Rodríguez es profesora de Investigación en el Departamento de Estudios Medievales del Instituto de Historia CSIC.

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