Ir al contenido
_
_
_
_
Tribuna libre
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estamos tontos

Mientras discutíamos la legitimidad de ‘El odio’, ignorábamos la crónica espeluznante de Philippe Sands sobre la barbarie de Pinochet

El escritor y abogado inglés Philippe Sands, este viernes en el CCCB (Barcelona).
Jordi Gracia

Hemos dedicado las últimas semanas a discutir la legitimidad de un libro sobre un asesino condenado de dos niños que eran sus hijos, y hemos dedicado horas a evaluar el inasumible daño que causa a la madre semejante barbarie, conocida como la peor de las violencias contra los niños y contra las mujeres (porque siguen vivas): la violencia vicaria. Sí, hablo de Luisgé Martín y El odio. Sin embargo, la repercusión mediática de otro libro que ha publicado la misma editorial Anagrama ha sido comparativamente insignificante, a pesar de que el relato que contiene ese otro libro es de una ferocidad insoportable. Lo que cuenta es el terror de Estado, organizado y sistemático, contra miles de chavales de 20 años sospechosos de marxismo, subversión y toda la repugnante retórica habitual de las dictaduras de extrema derecha, mullidamente amparada, entonces, por los Estados Unidos de Henry Kissinger.

Pero no lo cuenta así Philippe Sands, con esta sobreabundancia mía de adjetivos, sino mucho mejor y en buena ley: con testimonios, con datos, con reconstrucción minuciosa de hechos probados, con desapariciones muy bien trabajadas por el Estado chileno, con la maquinaria del terror a todo tren y sin ningún escrúpulo. Lo hizo Leila Guerriero con una sola mujer hace algo más de un año, en La llamada, también de Anagrama, pero este nuevo y deslumbrante libro de Sands, Calle Londres 38. Dos casos de impunidad: Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia, involucra a miles de personas que pasaron por la trituradora de carne de una dictadura. Y lo increíble es que lo hace como jurista, desapasionadamente, sin énfasis ni cabriolas estilísticas y enfáticas: solo encadena hechos, documentos, pruebas, declaraciones para contar el modo en el que el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, valiente, temerario y gustoso de la luz pública, decidió apurar al máximo los resortes de su profesión para conseguir que otro juez conservador de la misma Audiencia Nacional, Manuel García-Castellón, no eludiese su deber de perseguir al responsable de esas matanzas, Augusto Pinochet, o propiciase que Pinochet pudiera eludir la acción de la justicia universal, a la vez que logró que el fiscal general de España, otro muy conservador bajo Gobierno del PP, Eduardo Fungairiño, encontrase la vía para escapar a la persecución criminal como genocida de Pinochet amparándose en dilaciones y triquiñuelas legales que hubiesen permitido al anciano militar largarse corriendo de Londres antes de que lo pillasen.

En buena parte de este libro el héroe se llama Baltasar Garzón, arrogante, peliculero, ególatra. Cometiese los errores que cometiese a ojos de una judicatura puesta de perfil, lo echaron de la carrera judicial, cabe suponer que por errores propios. Pero sin él, nunca Pinochet hubiese sido detenido por crímenes de lesa humanidad y responsable directo y material de un genocidio que asesinó con total impunidad uno a uno a miles de opositores a una dictadura anticomunista y desaforada hasta el extremo de dictar una ley de Amnistía que absolvía a los militares de la Junta, y eso sí era una auténtica autoamnistía. Afortunadamente, Netanyahu tiene razones para temblar de puro miedo mientras extermina gazatíes.

Pues no: los españoles cultos y los intelectuales de izquierdas nos hemos dedicado a escribir enloquecidos sobre un libro a medio cocer que no ha sabido ocuparse de un asesinato de dos niños con la debida solvencia y sin embargo apenas nadie está escribiendo (y rompiéndose por dentro mientras lee) ante un libro excepcionalmente rico de información, de trabajo, de credibilidad y de maldad desvelada como es el que ha escrito durante muchos años Philippe Sands. Hemos cedido al alarmismo de las redes sociales y las conversaciones precipitadas, hemos cedido al amarillismo informativo y hemos dejado de lado la crónica espeluznante de la naturalidad con que personas humanas (perdón por el chiste) prescriben y ejecutan el exterminio de sus enemigos y lo hacen sin límites y sin reproche penal… hasta que la alianza de gente decente como Joan Garcés —asesor político con 29 años de Salvador Allende—, el juez Garzón y el propio Sands deciden relatar la barbarie institucional de una dictadura que destrozó la vida de decenas de miles de personas por salvar la patria, la patria chilena en este caso, tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973: fue Allende quien le dijo a Garcés que se largase corriendo, ante de matarse en el palacio de la Moneda.

Cuánto nos delata a los intelectuales, a los críticos, a los lectores exquisitos que la conversación haya girado en el último mes y pico sobre el asesinato execrable de dos niños de un perfecto psicópata y no estemos apenas abriendo la boca sobre una investigación ejemplar que explica el asesinato programado de miles y miles de jóvenes chilenos. Y encima, entre los asesinados había también sacerdotes como Antonio Llidó (“no es un sacerdote, es un comunista”, según Pinochet, y el caso tiene potente podcast: Canviar la vida, 50 anys sense Antoni Llidó) o como Carmelo Soria, nieto de un exiliado y fundador de la editorial Cruz del Sur, Arturo Soria. Definitivamente, estamos tontos.

Puedes seguir a Babelia en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_