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Donald Trump
Tribuna
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Trump, un contrariado partero de la historia

Varias decisiones del presidente de Estados Unidos modifican el tablero regional, no siempre según sus propios deseos. Es más, a menudo provocan el efecto contrario al esperado

Javier Milei y Donald Trump

La política internacional de Donald Trump, que supone el repliegue de los Estados Unidos sobre el hemisferio occidental como plataforma de una gran contradicción con China, está exhibiendo una influencia inesperada sobre América Latina. Varias decisiones de Trump modifican el tablero regional, no siempre según sus propios deseos. Es más, a menudo provocan el efecto contrario al esperado.

Una de las intervenciones más abruptas y explícitas del presidente de los Estados Unidos fue el rescate financiero al gobierno de Javier Milei, que se produjo el 22 de septiembre pasado. El programa económico de Milei había comenzado a naufragar en una crisis cambiaria. La falta de reservas del Banco Central de la Argentina se combinó con un atraso en la paridad entre el peso y el dólar que llevó a los agentes económicos a presumir una devaluación de la moneda una vez que se celebraran las elecciones legislativas del 26 de octubre.

Esa especulación aceleró la compra de dólares y acorraló a las autoridades. El ministro de Economía, Luis Caputo, declaró que usaría hasta el último dólar para defender la paridad pretendida por el gobierno. La promesa hizo temblar a los tenedores de bonos que, con lógica, temieron que el Estado no podría pagarles esos papeles. La tormenta cambiaria se transformó en una crisis de deuda. Las consecuencias políticas prometían nefastas para Milei. Sólo un milagro lograría que su equipo económico siguiera siendo el mismo cuando se realizaran los comicios. Su propia situación en el poder estaba expuesta a una gran inestabilidad. La oposición a Milei aprovechó esa fragilidad, aprobando leyes adversas al gobierno y alentando denuncias de corrupción. La inestabilidad iba en aumento.

El fracaso de Milei era el de alguien muy identificado con Trump a escala internacional y también para sectores de la opinión pública norteamericana. Y es posible que tuviera consecuencias en otros procesos electorales, como el chileno, en los que competían candidatos identificados con la ultraderecha argentina.

Aquel lunes 22 de septiembre el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, anunció que su país otorgaría a la Argentina un crédito de 20.000 millones de dólares que, al fortalecer las reservas del Banco Central, detendría el ataque contra el peso. Trump fue muy sincero al explicar el sentido político de esa ayuda: “Esperaremos a que las elecciones las gane Milei. Si no gana él, no seremos generosos”.

Gracias a esa ayuda la historia cambió su curso. Milei se impuso por mucho en los comicios y consolidó su liderazgo. A Trump le costó un debate interno por ese uso de los recursos de los contribuyentes con criterios de afinidad política. Por eso no pudo cumplir con una segunda promesa: dotar a la Argentina de otros 20.000 millones de dólares, prestados por un conjunto de bancos, para un plan de recompra de la deuda que tiene la Argentina hasta finales de 2027, que es cuando termina el período de Milei. Los bancos convocados para esa operación exigieron garantías que el Tesoro no podía ofrecer, al menos por ese monto. Trump puede ser arbitrario, pero no es omnipotente. El idilio financiero se enfrió y Bessent debió suspender un viaje a Buenos Aires.

Además del triunfo de los candidatos de Milei, el salvataje de la Casa Blanca tuvo otra derivación. La Argentina quedó a merced de Trump en la negociación por el régimen arancelario dispuesto por el presidente de los Estados Unidos para proteger su mercado interno. Los funcionarios de Washington pretenden avanzar sobre varios mercados: sobre todo el de la industria farmacéutica, el de automotores y el de semillas transgénicas. Esa aspiración ha demorado el anuncio de la versión definitiva del tratado. La solidaridad paternal de Trump hacia Milei tiene un límite en el comercio.

Así como el presidente norteamericano influyó en el curso de la política argentina, también produjo importantes novedades en Brasil. Aunque en este país terminó beneficiando a quienes serían sus adversarios ideológicos. Trump dispuso sanciones comerciales contra Brasil con el argumento de que su Poder Judicial estaba sancionando a su amigo, el expresidente Jair Bolsonaro. La retaliación fue un aumento de 40 puntos porcentuales en los aranceles de importación de productos brasileños. También se condenó al ministro del Supremo Tribunal Federal Alexandre de Moraes y a su esposa por haber ordenado la suspensión de cuentas de redes sociales.

El efecto inicial de estas decisiones, sobre todo las que tienen que ver con el comercio, fue una mejora sustancial en las encuestas para el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Y una caída de Bolsonaro, a quien se asoció con esas sanciones. Esa imputación tenía una base cierta: uno de los hijos el expresidente, Eduardo Bolsonaro, a quien su padre denomina “03”, se atribuyó gestiones para que Trump castigara a las empresas brasileñas que exportan a los Estados Unidos.

Los funcionarios de Brasil no lograban que la burocracia norteamericana revise esas medidas. La rigidez concluyó cuando tomó cartas en el asunto Joesli Batista, dueño de un frigorífico con gran despliegue en los Estados Unidos. Según fuentes muy calificadas, Batista habría financiado la última campaña electoral de Trump con 5 millones de dólares. La gestión de este empresario permitió un descongelamiento, que comenzó en un brevísimo encuentro que Trump y Lula tuvieron en la sede de Naciones Unidas durante la última Asamblea General. Fue el punto de partida de una negociación que, protagonizada por el secretario de Estado, Marco Rubio, y por el canciller brasileño, Mauro Vieira, ya dio varios resultados positivos.

Los aranceles de importación a exportadores de Brasil fueron eliminados. También se cancelaron las sanciones al juez De Moraes. Aparece aquí una paradoja: fue mucho más rápida y eficiente la negociación de Trump con Lula que con su amigo Milei. Lo que lleva a pensar lo obvio: Trump, como cualquier hombre de Estado, no tiene amigos.

Las secuelas de este entredicho siguen siendo relevantes. Bolsonaro debió retirar la candidatura de “03”. En su reemplazo postuló a Flavio, “01” en la nomenclatura familiar. El lanzamiento de este hijo, que en la actualidad de senador, produjo un temblor en la derecha brasileña, sobre todo entre los que tenían el sueño de competir por la presidencia. El más destacado, Tarcísio de Freitas, gobernador de San Pablo. La propuesta de un Bolsonaro abroquela a la base electoral de la familia, que es muy radicalizada. Pero desalienta el voto moderado y el voto independiente. Conclusión, la intrincada relación bilateral con los Estados Unidos está beneficiando en Brasil a la izquierda de Lula y su Partido de los Trabajadores. Nada que sorprenda: la reacción nacionalista que produjo en Canadá convirtió a Trump en el contrariado jefe de campaña de Mark Carney, el primer ministro del Partido Liberal.

Entre Trump y Lula subsiste un motivo de discordia: la presión del presidente norteamericano para derribar al dictador de Venezuela, Nicolás Maduro. El presidente de Brasil quiso introducir la semana pasada, en el último pronunciamiento del Mercosur, sin éxito, una advertencia contra cualquier intervención militar de los Estados Unidos en Venezuela.

Venezuela es el escenario en el que Trump interviene de manera más abierta. La estrategia para sacar del poder a Maduro tiene su eje central en el bloqueo al comercio de petróleo. Esa estrangulación del principal producto de las exportaciones venezolanas tiene una derivación crucial: la dramática reducción del petróleo que llega a Cuba. La matriz energética del régimen cubano depende de los hidrocarburos de Venezuela como de ningún otro factor. Desde que las fuerzas norteamericanas obstruyen ese flujo los cortes de luz en Cuba se han convertido en un problema cotidiano.

También en este escenario la historia puede no ser lineal. La dictadura cubana tiene una influencia determinante sobre Maduro y su gobierno. Controla, sobre todo, los servicios de espionaje, indispensables para que el régimen se mantenga sobre sus pies. El ajedrez del Caribe podría presentar una jugada impensable: que los cubanos sean los gestores de Trump para que, en beneficio de su propia supervivencia, Maduro deje el poder al que se aferra con tanta tenacidad.

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