Esperando a María Corina Machado en Oslo: ¿y ahora qué?
Si se presenta en Noruega, es casi seguro que la líder de la oposición venezolana enfatizará que Maduro tiene las horas contadas, como ha dicho en las últimas semanas. Pero lo más probable es que la respuesta quede envuelta en una niebla de incertidumbre

Una pequeña multitud se agolpa frente a las puertas del Grand Hotel en la Karl Johans Gate 51 de Oslo. Cordones de seguridad y otro grupo de policías custodian el acceso al edificio. Al fondo de las escaleras, unas puertas acristaladas tras las cuales brillan altas lámparas de araña. Son las siete de la noche y la escena recuerda un momento de redes sociales: los fanáticos de siempre esperando a su estrella. “¿Quién se aloja aquí, Dua Lipa?”, le pregunto al hombre a mi lado. Ríe antes de contestar: “Parece que aquí se está alojando la ganadora del premio Nobel, María Corina Machado”. Apenas menciona este nombre, las puertas del hotel se abren para dejar pasar a un hombre que escolta a una señora mayor en una silla de ruedas. “Es Corina Parisca, la mamá de María Corina”, dice alguien, y los periodistas que merodeábamos la asediaron para confirmar lo que hasta esa hora era todavía un acertijo rodeado de un enigma metido en un misterio. “¿Vendrá María Corina?”.
Anoche se insistió en que María Corina Machado estaría ya en Oslo para recibir el premio Nobel de la Paz y continuar su campaña para liberar a Venezuela del gobierno fraudulento de Nicolás Maduro. Pero incluso en la mañana persistía la duda sobre si comparecería a la conferencia de prensa agendada para la primera hora de la tarde, que fue pospuesta a media mañana, desatando otra ola de rumores sobre si Machado habría o no salido de Venezuela.
Sea cual sea la situación, la pregunta a partir de hoy es qué viene ahora. No sabemos cómo la responderá. Si se presenta en Oslo, es casi seguro que la líder de la oposición venezolana enfatizará que Maduro tiene las horas contadas, como ha dicho en las últimas semanas. Pero lo más probable es que la respuesta quede envuelta en una niebla de incertidumbre, como la que cubre las calles de la ciudad en esta época oscura y brumosa del año. Será Donald Trump quien tome la decisión de iniciar una acción terrestre con la armada que se encuentra en el Caribe. Ante la creciente presión de la opinión pública, los demócratas y el propio circuito MAGA, no está claro que esto ocurra.
Trump ya ha girado dos ultimátum a Maduro sin materializarlos, lo que ha provocado toda clase de especulaciones. Una de las hipótesis más lógicas es que, antes de actuar, era estratégico extraer a Machado del país para evitar el peligro de que fuera capturado por la dictadura y usado como moneda de cambio.
Si logró salir, hay que evaluar el hecho como otra de las astucias de Machado, quien hace unos meses estuvo detrás de la exitosa extracción de los miembros de su equipo que se encontraban asilados bajo condiciones de asedio en la embajada argentina –sin electricidad ni medicinas y con escasos víveres–. Se supone que esa evasión se logró con la connivencia del propio cuerpo de seguridad que los custodiaba.
Para llegar a Oslo, Machado fue construyendo un relato durante semanas. En varios mensajes en sus redes y presentaciones públicas por video, aseguró que asistiría. Hace pocos días reveló que en la entrega del Nobel la acompañarían los presidentes de Panamá, Argentina, Ecuador y Paraguay, quienes hoy representan la nueva derecha latinoamericana. Pero más allá de eso, su salida de Venezuela indicaría que maneja recursos dentro del país que lo hicieron posible, pese a la estrecha vigilancia que el gobierno ha mantenido sobre ella.
Si tres características han definido a Machado en los años recientes, han sido su sentido de la oportunidad política, su capacidad estratégica y su coraje personal.
Primero, fue elegida candidata opositora en las primarias de 2023, con más del 90% de los votos. Lo hizo desafiando a un gobierno que le impedía viajar en avión y la hostigaba en mítines proselitistas. Tras su inhabilitación ilegal, logró dar credibilidad a la candidatura de Edmundo González Urrutia en la campaña presidencial y coordinó, a través de los llamados comanditos, el operativo cívico-militar que recuperó las actas de votación para demostrar el fraude de Maduro.
El gobierno la quería fuera de las calles y la empujó a la clandestinidad, de la que solo salió por unas horas el 9 de enero. Mientras tanto, desmanteló su estructura operativa deteniendo arbitrariamente a sus cuadros y principales colaboradores en todo el país. Pero tampoco así pudo frenar la intensa actividad en redes sociales que la ha mantenido presente en las esperanzas de los venezolanos. Más recientemente, Machado asestó dos golpes críticos a Maduro: el respaldo de Trump y el Nobel de la Paz, que la ha convertido en un símbolo mundial de la lucha por la libertad. (Y esta mezcla de astucia y planificación con arrojo e incluso temeridad bien vale un paréntesis, porque la distingue de todos los líderes opositores que la precedieron).
Sin embargo, no ha logrado el objetivo principal de liberar a Venezuela de una dictadura represiva para seguir trabajando por la justicia social de los venezolanos más vulnerables, una lucha que inició en su juventud y que ella definió como una experiencia transformadora. Por eso, los días, horas y semanas después de recibir el Nobel representan para Machado y sus compatriotas un momento axial; definirán si funde su destino con el de los venezolanos que han depositado en ella la esperanza de recuperar la libertad y avanzar hacia una nueva democracia, o si pasa a la historia como otros que lo intentaron con gran ahínco antes de ella pero sin lograrlo.
Es en ese después –no en el Nobel, pese a su enorme poder simbólico– donde se jugará el verdadero significado de su apuesta política.
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