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Un juez absuelve en Brasil a los acusados de un incendio que mató a diez futbolistas adolescentes del Flamengo

La sentencia, que alega falta de pruebas, indigna a las familias y la Fiscalía de Río anuncia que recurrirá

En febrero de 2019, un incendio acabó con la vida de diez chavales de entre 14 y 15 años que jugaban en los equipos de base del Flamengo, uno de los clubes de fútbol más importantes de Brasil. El fuego se produjo en la ciudad deportiva, mientras los jóvenes dormían en unos barracones en condiciones precarias. La tragedia conmocionó al país, pero seis años después, la Justicia de Río de Janeiro acaba de decidir que no hay culpables.

Entre los imputados estaban dos directivos, representantes de empresas que prestaban servicios al Flamengo, el monitor de los niños y el expresidente del club Eduardo Bandeira de Mello, que ya salió de la lista de imputados hace unos meses porque, al haber cumplido 71 años, su caso ya había prescrito, según la legislación local.

El juez Tiago Fernandes alega ahora en la sentencia que no hay pruebas suficientes para vincular a cada acusado con los hechos y que la denuncia de la Fiscalía era genérica y no individualizaba las conductas de cada imputado. Además, considera que ninguno de los acusados tenía responsabilidad directa sobre el mantenimiento de los módulos que ardieron. La Fiscalía, que había pedido que se condenara a todos los acusados, anunció que recurrirá la sentencia.

El incendio se originó en la ciudad deportiva del Flamengo, conocido como el Ninho do Urubu (el nido del buitre, en alusión al animal con que se identifica al equipo), situado a las afueras de Río de Janeiro. Un cortocircuito en el sistema de aire acondicionado, que estaba encendido las 24 horas, originó el fuego en los barracones que habían sido habilitados como cuartos para los jugadores adolescentes. Las llamas se propagaron rápidamente sobre un material plástico altamente inflamable. Había 26 menores durmiendo, 16 pudieron escapar a duras penas por unas ventanas estrechas. Tres de ellos sufrieron heridas graves.

Tras la tragedia, enseguida se supo que las instalaciones no tenían el obligado permiso municipal ni el visto bueno de los bomberos. Después, los peritos constataron que aquello era una verdadera chapuza, con marañas de cables a la vista sin ningún tipo de seguridad. La investigación también reveló que el Flamengo estaba al corriente de la situación. Nueve meses antes del incendio, un técnico revisó el cuadro eléctrico del alojamiento y alertó de “gran riesgo” y la necesidad de una actuación “de emergencia”. El club llegó a contratar unas obras que nunca se ejecutaron.

La decisión de la Justicia de absolver a todos los acusados cayó como un jarro de agua fría en los familiares y provocó una ola de críticas en las redes sociales. “Es una indignación muy grande, es un sentimiento de impotencia, nos sentimos una basura. Son nuestros hijos, y alguien le quita la vida a nuestros hijos y no pasa nada. No es justo, no tenemos palabras, es indignante”, decía a la prensa local el padre de uno de los chavales, Darlei Pisetta. Su hijo, Bernardo Pisetta, tenía 14 años cuando falleció. Había dejado su estado natal de Santa Catarina, en el sur de Brasil, para instalarse en Río persiguiendo el sueño de ser portero en el Flamengo.

Su historia y la de los demás menores es muy similar: jóvenes, algunos de origen muy humilde, que pasaban meses lejos de sus familias con la ilusión de conseguir dedicarse al fútbol profesional. A la frustración por el sentimiento de impunidad se suma el trato que los familiares han recibido por parte del Flamengo en los últimos años. El club, que en 2024 tuvo un beneficio neto de más de 270 millones de reales (más de 50 millones de dólares), recurrió constantemente las peticiones de indemnización de las familias y hasta febrero de este año no alcanzó el último acuerdo.

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