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Poesia
Crónica
Texto informativo con interpretación

Nicaragua, República de poetas clandestinos

Jóvenes escritores en las sombras, contrabando de libros y festivales cancelados retratan la agonía de un panorama cultural nicaragüense arrasado por el régimen de Daniel Ortega

Cuenta la leyenda que Nicaragua es el país con más poetas por metro cuadrado del mundo. La historia del pequeño triángulo centroamericano no puede entenderse sin poemas. ¿El culpable? El padre del modernismo, Rubén Darío. ¿La culpable? La Revolución Sandinista. En 1979, la canción protesta se convirtió en arma y la poesía se utilizó como herramienta de alfabetización política, consolidando al país como una ‘República de poetas’.

“El triunfo de la revolución es el triunfo de la poesía”, se aprecia en una fotografía donde aparecen Ernesto Cardenal y Cortázar a finales de los años 70. Pero, ¿queda algo de aquella revolución poética? Año 2025. Nicaragua está sumida en una demoníaca dictadura bicéfala dirigida por Daniel Ortega y Rosario Murillo. Ambos han modificado la Constitución, quitan la nacionalidad a opositores, asesinan a universitarios, exilian a periodistas y, sobre todo, censuran. Acallan cualquier voz crítica contra su régimen. La ‘República de poetas’ se ha convertido en una ‘República de poetas clandestinos’.

Me encuentro en un punto ciego, espacio fronterizo ilegal, entre San Dimas (Costa Rica) y Cárdenas (Nicaragua). Aunque la señal se pierde, recibo un mensaje del joven poeta Phocás (un seudónimo para proteger a la fuente, como se hará en varios casos, por motivos de seguridad). “Estoy en una finca lejana escribiendo poesía. Vos sabés que estos tipos controlan todo”, advierte. Este joven autor mantiene un perfil bajo desde que en 2018 participó en las revueltas contra la dictadura que azota su país, donde asesinaron a 300 civiles. “Escribo poemas que no sé si algún día van a publicarse”, lamenta. Por todo el territorio hay pequeños Phocás escondidos. Escribir contra los ideales del gobierno te puede llevar a la cárcel.

En esta zona, el sol abrasa. Al fondo, entre un camino empedrado, aparece Camilo, un joven y corpulento de un metro ochenta. “¿Sos vos el periodista, verdad?”, pregunta mientras se acerca ofreciendo su mano derecha. En unos minutos, Camilo cruzará por este pasadizo ilícito con la ayuda de un coyote. El poeta me dice que a los guardias les incomodan los libros: “Si te ven que los traes revisan las páginas, los títulos, el contenido y si algo les suena sospechoso, no te dejan pasar o terminas preso”. Está nervioso. Su frente suda impotencia derretida. Da vueltas. Reflexiona y mira el reloj reiteradamente.

—¿Tan peligrosos son los libros?

—Sí, porque tratan de controlarlos y si los llevás, el interrogatorio se extiende mucho: ¿De qué tratan, por qué los tienes, por qué te gusta leer? Y si traes fotos o documentos en medio de ellos, eso es motivo de interrogatorio.

Este joven suele introducir obras difíciles de encontrar para sus familiares y amigos, como si de un contrabando se tratase. Esta vez lleva Violet hace el puente sobre la hierba, de Lana del Rey, La ventana en el rostro, de Roque Dalton. Rebelión en la granja, de Orwell; y el libro más censurado de la Nicaragua actual: Tongelele no sabía bailar, de Sergio Ramírez. Horas después, escribe desde Managua: “Estoy dentro. Libros a salvo”.

Los clandestinos

Dispersos por distintas zonas de Nicaragua, se esconden jóvenes escritores clandestinos. Su pluma resiste bajo seudónimos: María Elsa Natillo, Luis Sánchez y Dara Vega llevan años enfrentándose a la censura. Tres jóvenes y tres maneras de camuflar la palabra. Coinciden en que “no existe un solo espacio donde sentirse en libertad”.

Elsa Natillo, novelista de Managua, escribe desde la clandestinidad: “Hacerlo abiertamente significa desaparecer o cárcel”. Desvela que los temas de los que ella lo hace suelen ser la situación de la Iglesia o la libertad de expresión: “Escribimos así porque es necesario mantener una gota de sublevación y resistencia”. Una de las situaciones que ella narra es el control dictatorial, pues una vez le pidieron el conjunto de poemas que iban a leer para que “pasaran un filtro”.

Luis Sánchez, un poeta nacido en Nandasmo (Masaya), lamenta que los espacios culturales están centralizados o no existen. “Las muestras de arte, pinturas y danza son afines al régimen”. Incluso en la Alianza Francesa de Managua, que era una especie de oasis, últimamente “están censurando temas”, apunta.

La censura es lo que más preocupa a Dara Vega, la menor de los jóvenes, nacida en Diriamba (Carazo). “Es muy extraño encontrar eventos no vinculados al Gobierno, y si los hay, ocurren en silencio, sin dar pistas, sin convocatorias públicas ni señales que llamen la atención”, comenta. Una de las situaciones que más le impactó fue descubrir “un recital clandestino dentro de una iglesia católica”.

La mayoría de sus amigos están exiliados. Y ellos, ¿por qué han decidido quedarse y no optar por el exilio?Una nube de silencio los invade. Natillo la rompe confesando que han pensado en salir, pero no quieren separarse de su familia. Dara y Sánchez llegaron incluso a sacar los documentos para marcharse, pero prefirieron “no jugar con un futuro incierto”.

Medio pan y un libro

Madrid, junio de 2025. Samantha Jirón, de 25 años, sonríe con una mezcla de esperanza y nostalgia. En 2021, con solo 20 años estuvo encarcelada un año y tres meses por el régimen de Ortega. Actualmente, desnacionalizada y exiliada en España, estudia periodismo en la Universidad Complutense y muestra admiración hacia los jóvenes que escriben clandestinamente: “Son la única resistencia que nos queda dentro de un país con una dictadura que trata de liquidar toda manifestación de arte, pensamiento crítico y cultural”.

A Jirón, escribir dentro de la celda la mantuvo viva. “Escribí en los plásticos de las compresas o chicles con los que formaba mensajes para avisar a mi madre que estaba bien”, relata con voz entrecortada. Los escondía en los baños, único lugar sin vigilantes: “Los dejaba detrás de la cisterna y mi madre, antes de irse, los recogía”. También el poeta Álex Hernández ideó su propio método clandestino. En la cárcel de El Chipote empezó a escribir con pasta de dientes y papel higiénico para comunicar su estado de salud a la familia. Después consiguió una pequeña lámina de grafito donde inmortalizó sus versos, ahora reunidos en Verso libre y prosa cautiva (Amazon, 2025).

“No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”, escribió el poeta granadino Federico García Lorca. Estas palabras describen el calvario de exprisioneras políticas como Evelyn Pinto. El régimen de Ortega, en un principio, prohibió el acceso a libros dentro de la cárcel. Sin embargo, la presión conjunta de los reclusos, incluso con huelgas de hambre, dio pie a una rectificación, pero los ejemplares pasaban revisiones de 10 a 20 días y no debían tener tachones, contenido político o psicológico.

Pinto, compañera de celda de Samantha Jirón, leyó un total de 36 libros en prisión. “La lectura dio sentido a mi vida en esos días de incertidumbre”, recuerda desde Costa Rica, donde está ahora exiliada. Hay títulos que fueron censurados como La bailarina de Auschwitz, Los miserables, Arráncame la vida, Violeta, Los pacientes del Dr. García o El laberinto de los espíritus. Para Pinto, en Nicaragua no ha habido un deterioro de la cultura, sino una “abolición” de quienes cuestionan el statu quo y reflexionan sobre la realidad del país.

Apagón editorial

El dramaturgo soviético Mijaíl Bulgákov escribió que la obligación del escritor debe ser “luchar contra la censura y apelar a la libertad de expresión”. Envió cartas a Stalin pidiendo marcharse del país, mientras optaba por guardar sus textos en cajones por el sometimiento que sufría. Ese método asfixiante ha sido heredado por el régimen de Ortega: un control editorial estricto, dominio de la difusión y opresión hacia cualquier libro publicado en Nicaragua.

La cifra de librerías en Nicaragua oscila entre 100 y 140, aunque el recuento varía por la situación política y cambiante del país. Muchas se ven afectadas por la sombra de la censura que silencia a autores como Gioconda Belli, Sergio Ramírez o Daisy Zamora. En Hispamer, una de las cadenas principales, las estanterías conservan ejemplares antiguos de estos escritores, mientras que sus obras más recientes han desaparecido del circuito comercial. Apenas quedan señales de la vitalidad literaria anterior a la insurrección de 2018. Sobresalen libros autopublicados, obras apolíticas y ejemplares de sellos que subsisten como Anamá Ediciones o Edición Espiral.

Este fenómeno se repite en Literato, en la zona de Metrocentro, donde no están las últimas novedades de los escritores nicaragüenses. A lo sumo se pueden encontrar obras de autores que ahora escriben desde el exilio como Los jóvenes no pueden volver a casa, de Mario Martz, o Aunque nada perdure, de José Adiak Montoya.

Mantener viva una llama editorial es un acto de heroísmo invisible. En 2024, la bibliografía nacional apenas alcanzó 60 títulos, según los registros publicados por Jorge Eduardo Arellano, secretario de la Academia de Geografía e Historia. Los pocos editores que resisten lo hacen discretamente; temen acabar como la periodista y promotora cultural Fabiola Tercero, que se encuentra desaparecida desde el 12 de julio de 2024, cuando la policía allanó su vivienda e incautó su computador y otros materiales de trabajo. Fundadora de El rincón de Fabi, la periodista impulsó la lectura con sorteos, ferias y presentaciones. “Era una muchacha comprometida que trataba de acercar la lectura a los jóvenes”, confiesa un amigo que la vio días antes de su desaparición.

Resistencia literaria

Pese a la ausencia de novedades de autores críticos, la venta callejera de libros mantiene los pocos cimientos de la literatura nacional. En el mercado Roberto Huembes, la compraventa de ejemplares resiste entre bocinas, bullicio y gritos de vendedores. Montañas de ejemplares viejos se amontonan: El preso 198, un perfil de Daniel Ortega, de Fabián Medina Sánchez, cuentos infantiles y Azul, de Rubén Darío. Además, sobresalen La fugitiva, de Sergio Ramírez, y El pergamino de la seducción, de Gioconda Belli. Dos nombres míticos que, pese al exilio y la represión editorial de este último lustro, siguen presentes con obras pretéritas.

Desde 2018, en Nicaragua se cierran bibliotecas y despiden trabajadores. Recientemente, la Biblioteca del Banco Central de Matagalpa pasó a manos de la Alcaldía. La censura se ha expandido al ámbito académico y los métodos de enseñanza excluyen a autores como Ramírez o Belli. “A los profesores no se les pasa por la cabeza hablar de dictadura o literatura en el exilio”, lamenta el joven universitario Kenneth. A la Doctora en Filología y exprofesora de la UCA Xóchitl Montenegro, le da tristeza que “el relevo generacional no tenga ni una biblioteca para leer libremente”.

Uno de los golpes más duros para la cultura literaria nicaragüense se produjo en 2022 con la cancelación del Festival Internacional de Poesía de Granada, creado en 2005, que llegó a congregar a más de 1200 poetas de 120 países. El régimen canceló la personaría jurídica de la ONG que lo financiaba, provocando su cancelación. “La cultura murió ese día. Nos arrebataron todo”, denuncia Gioconda Belli. Frente al aislamiento, algunos festivales sobreviven desde el exilio, como Centroamérica Cuenta, fundado por Sergio Ramírez en 2013, que celebra dos ediciones al año y mantiene viva la programación cultural. “Prohibir expresiones literarias evidencia el valor de la cultura”, afirma su directora, Claudia Neira.

Un poema entre rejas

Nicaragua es un desierto cultural que nadie ve agonizar. Un verso con sed. En estos miles de kilómetros cuadrados ya nada queda de esa revolución poética impulsada por Ernesto Cardenal. Parece que el fantasma de Somoza ha vuelto con otro nombre: Daniel Ortega. La poesía se ha escondido en fincas, se organizan recitales ocultos en parroquias y catedrales. No existen editoriales independientes y el contenido de las que subsisten está condicionado por lo que dicta el régimen.

Los poetas temen ser oídos. Temen escribir. Temen salir afuera y que cuatro camionetas con encapuchados los esperen para llevarlos a prisión, por ‘traidores a la patria’. El régimen ha sabido herir a Nicaragua donde más le duele: su corazón poético. Primero llegó la censura de libros, luego la cancelación de festivales y redes artísticas independientes, el exilio de las voces críticas y, ahora, poseen el control total de todo lo que se publica dentro del país. Poco a poco han ido cayendo los espacios culturales autárquicos y los jóvenes artistas se asfixian.

Esto es Nicaragua: un poema entre rejas. Venid aquí. Leedlo. Miradlo. Presenciadlo como yo ahora mismo lo veo: desangrándose verso a verso. Esto es Nicaragua, una república de jóvenes poetas clandestinos que sueñan con lo que anhelaban sus ancestros: ser libres.

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