Netanyahu, alto el fuego y el espejo de Gaza
La paradoja es que el acuerdo podría salvar al primer ministro de Israel, por un tiempo, de sus múltiples procesos judiciales y del repudio social. Pero también sellará su legado: haber conducido su país al borde del abismo moral


En los últimos meses, la presión internacional contra el Gobierno de Netanyahu ha ido creciendo, sumándose varios países europeos. Con el deterioro de la posición de Netanyahu y el uso cínico de rehenes y soldados como escudo político, este llegó a la Casa Blanca y dijo que sí a un acuerdo de alto el fuego. No lo hizo por convicción moral ni por una súbita iluminación diplomática, sino porque la realidad —económica, militar y política— le impuso un límite.
Detrás de la escena, el alto el fuego promovido por Donald Trump reactivó la única salida viable para garantizar una seguridad duradera: la solución de dos Estados. Una idea que el propio Netanyahu había contribuido a sepultar en una década de bloqueos, asentamientos ilegales y desprecio por la legalidad internacional.
El espejo del aislamiento
El discurso del primer ministro en la Asamblea General de la ONU fue un intento desesperado por sostener un relato de fuerza. Pero lo que transmitió fue aislamiento. Las imágenes de Gaza reducida a ruinas, el colapso humanitario y las denuncias de crímenes de guerra, son devastadoras.
Netanyahu ha convertido a Israel, otrora referencia de resiliencia, en un Estado cuestionado en todos los foros multilaterales. Los aliados de siempre —Estados Unidos y parte de la Unión Europea— comienzan a marcar distancia, más por vergüenza que por principios. El costo político de seguir justificando lo injustificable se ha vuelto insostenible.
La rendición diplomática
Haaretz lo resume con precisión: Netanyahu no firmó un acuerdo de paz, sino una rendición diplomática ante la evidencia de su propio fracaso. En nombre de la seguridad, destruyó la seguridad. En nombre de la defensa, devastó la legitimidad de su país. El alto el fuego incluye fases de intercambio de rehenes, retiro gradual de tropas y apertura de corredores humanitarios supervisados por Naciones Unidas. Esto marca el principio del fin de su liderazgo.
La paradoja es que el acuerdo lo podría salvar, por un tiempo, de sus múltiples procesos judiciales y del repudio social dentro de Israel. Pero también sellará su legado: haber conducido su país al borde del abismo moral.
Europa y la cobardía del orden mundial
Nada retrata mejor la crisis de la política internacional que la pasividad de las instituciones multilaterales ante el drama de Gaza. El Consejo de Seguridad, paralizado por vetos y cálculos electorales; la Unión Europea, atrapada entre su discurso humanitario y sus negocios armamentísticos; y Naciones Unidas, reducida a un eco moral sin fuerza ejecutiva. El silencio europeo no es neutralidad, acaba siendo “complicidad”.
El caso Netanyahu es más que un capítulo en la historia de Medio Oriente. Es una advertencia global sobre los límites del poder sin control, de los gobiernos que confunden impunidad con liderazgo. La verdadera seguridad no se impone con drones ni misiles, sino con justicia y dignidad. Si la comunidad internacional no aprende esta lección, Gaza será solo un preludio, y se convertirá en un espejo donde otros líderes, con otros uniformes y banderas, volverán a mirar la sombra de su propia arrogancia.
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