El penúltimo golpe de mano de Nayib Bukele
La reelección presidencial indefinida, aprobada esta semana por el Congreso, es el enésimo paso emprendido por el presidente de El Salvador para allanar el camino a perpetuarse en el poder

El presidente salvadoreño, Nayib Bukele, ha abierto esta semana las puertas a perpetuarse en el poder y todos los mensajes lanzados hasta ahora por el político apuntan a que tiene la intención de hacerlo. El jueves, la Asamblea Legislativa, controlada por su partido, aprobó una reforma a la Constitución que permite la reelección presidencial indefinida, prohibida desde 1983. La enmienda fue aprobada en menos de seis horas y un día antes de que la población salvadoreña se fuera de vacaciones con motivo de las fiestas de San Salvador.
El legajo de reformas a los artículos 75, 80, 133, 152 y 154 de la Ley Fundamental fue presentado por la bancada del partido gobernante Nuevas Ideas y aprobada con 57 votos a favor y solo tres en contra, de los únicos diputados de oposición en el Congreso. Estos cambios no solo desbloquean la elección presidencial indefinida. Además, amplían el periodo presidencial de cinco a seis años y adelantan las elecciones generales a 2027, dos años antes de que termine el actual mandato presidencial. Ambas disposiciones violan la Constitución, tal y como está redactada actualmente.
Los diputados y funcionarios fieles a Bukele han salido a defender la reforma, al asegurar que se trata de un mecanismo para ahorrar dinero público. El argumento es que, al celebrar votaciones cada tres años para alcaldes y diputados y cada cinco para elegir a un presidente, el país convoca constantemente elecciones. Los cambios recientes en la Constitución, sin embargo, se perfilan como los últimos pasos de un largo camino emprendido por Bukele con miras a una apuesta más grande: quedarse en el poder.
Una jugada, catorce años en el poder
Con la reforma aprobada este jueves, Bukele apunta a permanecer al menos 14 años en el poder. El mandatario, de 44 años, ya ha cumplido seis al frente del Gobierno. Para cuando se celebren las elecciones de 2027 habrá cumplido ya ocho al frente del Ejecutivo. El bloque gobernante asegura que el presidente está quitándose años en el poder al adelantar los comicios.
Sin embargo, la oposición en El Salvador es inexistente actualmente y las últimas encuestas le dan al mandatario un apoyo superior al 80%, gracias a su guerra sin cuartel contra las pandillas. Con esos números y con tan poco tiempo para que los partidos opositores se recompongan y planteen una alternativa política real, el mandatario tiene prácticamente asegurado un nuevo periodo, esta vez de seis años, con los que sumaría ya 14 años en el poder.
Tan seguro está de ganar que, entre 2023 y 2024, el Ejecutivo adquirió tres terrenos por un valor de 1,4 millones de dólares, donde iniciará la construcción de una nueva residencia presidencial, a solo tres cuadras de la casa privada donde vive el mandatario con su familia. Esta jugada, sin embargo, es la culminación de una estrategia más amplia, emprendida por Bukele desde que llegó al poder en 2019. Después de alcanzar la presidencia por la vía de las urnas, aplastó al sistema de partidos políticos tradicionales y finalmente, el pasado febrero, les quitó la financiación pública, dejándolos sin capacidad de hacer campaña, mientras que su figura se alimenta de la propaganda gubernamental.
Todo el poder en una sola persona
Desde que asumió la presidencia, Bukele ha orientado sus esfuerzos a controlar todo el aparato del Estado. Primero se hizo con el control de la Asamblea Legislativa, destituyó a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, así como al fiscal general que lo investigaba por actos de corrupción y supuestas negociaciones con las pandillas, e hizo una purga masiva de jueces en todo el país. Después modificó las reglas electorales y redujo el número de escaños parlamentarios para volverse a hacer con la mayoría en el Congreso, que ahora le ha dado poderes absolutos.
Bukele, además, enfiló todo el aparato de Estado a endiosar su figura y presentarse como un ser omnisciente y omnipresente. Durante la pandemia de la covid-19, por ejemplo, cuando el Gobierno desplegó miles de cuadrillas en cada rincón del país para distribuir paquetes de comida a la población sin empleo, los alimentos se entregaban a las personas con el mensaje: “Aquí le manda el presidente Bukele”. En otra ocasión, en una conferencia de prensa en 2022, el presidente dijo que no había un solo baño de ninguna institución que estuviera sucio sin que él lo supiera. En resumen, todo lo bueno que pasa en El Salvador, así sea asfaltar una calle o sembrar un árbol en un parque, es gracias a Bukele. Si es algo malo, es culpa de la oposición.
Demasiados enemigos poderosos
Bukele es ahora una suerte de esclavo del poder. Desde que llegó al cargo empezó a arrollar a los estamentos en El Salvador. Empezó por los partidos políticos, continuó sustituyendo a la élite empresarial y cooptando a los sindicatos y a las organizaciones gremiales de trabajadores, y finalmente, destruyó a la mafia criminal más poderosa del país: las pandillas Mara Salvatrucha-13 y Barrio 18.
Con tantos enemigos, Bukele tiene ahora, de acuerdo con la mayoría de los analistas, una necesidad de permanecer en el trono. Durante sus primeros seis años en el poder, el periodismo y organismos de la sociedad civil han documentado cientos de casos de supuesta corrupción que involucran a su círculo íntimo, incluyendo a su familia, que ha multiplicado por 12 la cantidad de tierras que poseía antes de llegar al poder.
Además, el mandatario ha aplicado medidas que, según denuncian varias organizaciones de derechos humanos, pueden constituir delitos de lesa humanidad, como desapariciones forzadas o el encarcelamiento de cientos de venezolanos deportados por Estados Unidos en su prisión de máxima seguridad, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), estos últimos devueltos a su país en un canje a tres bandas.
Pacto con los militares
Desde su llegada a la presidencia, Bukele ha forjado una alianza inquebrantable con las Fuerzas Armadas de El Salvador. Duplicó su presupuesto, elevándolo de 145 a 314 millones de dólares, el más alto desde el fin de la guerra civil y los acuerdos de paz de 1992.
También ha blindado el acceso a los archivos militares y ha abandonado las causas abiertas por delitos de lesa humanidad durante la guerra civil, como la masacre de El Mozote, perpetrada en diciembre de 1981, en la que fueron asesinadas más de 1.000 personas. La mayoría, mujeres y niños.
Expulsión de las voces críticas
En los últimos dos meses, la Administración de Bukele ha emprendido una serie de embestidas autoritarias contra organizaciones de derechos humanos y periodistas independientes. Solo entre junio y julio, al menos 40 periodistas y 20 activistas han abandonado El Salvador por temor a represalias. Cristosal, la organización que más denuncias ha hecho durante este Gobierno, dejó el país el mes pasado. Ruth López, jefa de la unidad anticorrupción y de justicia de la ONG, fue encarcelada junto a otros tres activistas.
En medio de una desbandada de voces críticas que huyen del país, Bukele ha dado un nuevo golpe para quedarse en el poder. El último mensaje que mandó a organismos de defensa de los derechos humanos y periodistas fue durante su discurso de su sexto año en el poder, a principios de junio. “Me tiene sin cuidado que me llamen dictador”, dijo.
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