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CENTROAMÉRICA CUENTA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un espejo oscuro ante la silla de un Rey

El idioma es una patria compartida con estrategias de resistencia lo suficientemente diferentes para saber que los k’iche’s de Totonicapán y los k’iche’s de Quetzaltenango y los k’iche’s de Sololá y los k’iche’s de K´iché son pueblos muy cercanos y muy diferentes

En El infinito en un junto, Irene Vallejo recuerda que, al sentarnos, lo hacemos sobre uno de los inventos más antiguos: la silla.

Sobre las cuatro patas de madera -o metal o plástico- de una silla descansan milenios de historia. Como sucede con el lenguaje, las sillas evocan el recorrido de nuestros ancestros, que caminaron hasta acá, entre otras razones, para posar el culo.

En honor a la lucidez de algunos de esos ancestros, esos líderes del pasado, es que al trono de Atanasio Tzul le llamaremos “la silla” -así la llaman, además, muchos de los habitantes en su pueblo-: utem, en el idioma maya k´iche´que se habla en Totonicapán, Guatemala.

La de Atanasio es una silla a la que se llega tras una larga y sinuosa carretera, a la que se accede en cualquiera de los puntos del cinturon de fuego; respira profundo en unas termas, en un crater, en una fumarola; sumérgete en la larga y sinuosa serpiente que conecta igual Indonesia que Chile, llega a ese sitio donde lanzaron ofrendas a los creadores, regalos de amor telúrico, igual que lanzaron presos políticos a los que querían desaperecer pero ahora nos llueven con ceniza. Ahora bien, si no te quieres sumergir, puedes tomar un vuelo y luego un bus, recorrer así los 200 kilómetros de la ciudad de Guatemala a Totonicapán, por la carretera con memoria que cruza las montañas del altilplano sobre los dos mil metros.

Ese gesto de resistencia a la gravedad es, también, un territorio ganado: la silla donde la autoridad legítima se sienta no puede ser usurpada. Vamos a empezar este viaje de lo que no sabemos y apenas sospechamos haciendo un pequeño ejercicio, sobre tu silla, lector, pronuncia el nombre de esta otra: Utem re ri k’amal b’e Atanasio Tzul.

Vaya asunto, les hablo de la silla de Atanasio Tzul porque quiero hablarles de los árboles que antes fueron esa silla, del bosque que los arropaba, de la legítima propiedad de aquel bosque y de una palabra maya que signifa bosque, además de que significa un pueblo y significa un idioma y una tradición y un camino milenario. K’iche’ significa bosque, y Totonicapán es un pueblo k’iche’ y Atansio Tzul era un k’iche’ de Totonicapán, pero él seguramente le llamaba Chuimekená.

Entre 1811 y 1812, Atanasio tuvo que viajar a España para comprarle a un rey que no era él las tierras que siempre habían sido de su pueblo. Luego, no muchos años después, otro rey que tampoco era él, intentó hacerles pagar impuestos de nuevo a una corona que no es la que aparece en su utem, situación que desencadenó un levantamiento en el que Atanasio fue nombrado Rey por los suyos, los k’iche’s de Chuimekená, ganado el derecho de sentarse, pues, en aquella silla de la que hablo.

CEC

Les hablo, pues, de esa utem, para contarles que, en el kilómetro 169 de la serpiente entre montañas, en la llamada “cumbre de Alaska”, el 4 de octubre de 2012 el ejército de Guatemala, a las órdenes del ahora expresidente, general retirado y actual privado de libertad, Otto Pérez Molina, el ejército de Guatemala disparó contra el pueblo de Totonicapán, que se manifestaba en contra de los abusos del servicio de energía eléctrica. Fue la primera masacre perpetrada por el ejército tras la firma de los Acuerdos de paz en 1996, la primera masacre de este siglo, en el que pensamos que no volveríamos a escribir esa palabra. Ni exilio ni tortura ni dictadura ni presos políticos.

Les hablo de la silla de Atanasio para volver a nombrar a las víctimas de aquella mascre: Santos Hernández Menchú, José Eusebio Puac Baquiax, Jesús Baltazar Caxaj Puac, Arturo Félix Sapón Yax, Jesús Francisco Puac Ordóñez, Rafael Nicolás Batz y Lorenzo Isidro Vásquez. Todos ellos nacieron, vivieron, trabajaron y lucharon en alguno de los 48 cantones que conforman el municipio de Totonicapán. Todos fueron k’iche’s que participaron de asambleas en las que, cada año y a viva voz, se nombra al alcalde que les representará y recibirá la vara de madera que representa su autoridad. Ese alcalde forma parte de una asociación de alcaldes indígenas que, a su vez, eligen cada año a su junta directiva y cuyo presidente lleva la voz de todas las personas representadas en un sistema de gobierno ancestral que puede parecer complejo -lo es-, pero que resguarda la dignidad y la memoria de este pueblo, como hizo con los siete mártires de aquella masacre.

Una silla, pues, para contarles que, además de la junta directiva de los 48 cantones, hay también un sistema de justicia electo de la misma forma, conformado por alguaciles representantes de esas mismas aldeas, quienes resuelven los conflictos de sus comunidades a la usansa histórica de su tradición. Este sistema de justicia habla de jueces que conocen a las personas, que hablan su idioma, que saben su historia y comprenden el entorno en el que un conflicto sucede. Estos alguaciles tiene su propia casa, su propio espacio comunal en el que hay 49 sillas, una para cada uno de ellos: 48 alcaldes y, resguardada en una urna de cristal, la silla de Atansio Tzul. En cada silla el nombre del cantón que representan: Chuanoj, Pajumujuyup, Poxlajuj, Patzarajmac, Juchanep.

CEC

Les hablo de esa utem para que la resistencia de sus cuatro patas de madera nos empujen a buscar, a googlear nombres como Felipa Tzoc o Lucas Ak’iral y las rebeliones del siglo XIX; Gladys Tzul Tzul, Andrea Ixchíu o Romeo Tíu y el pensamiento político contemporáneo del pueblo de Totonicapán, o el levantamiento del 2 de octubre de 2023 y los 106 días de resistencia y defensa de la democracia guatemalteca, durante ese año en el que pasaron todas esas cosas que no pensamos que fuéramos a vivir otra vez y que, sin las autoridades indígenas, no habrían dejado atisbo alguno de esa misma democracía, la cual, desde hace tanto y tan poco tiempo a la vez, se sostiene gracias a las varas levantadas por todo el país.

Les hablo de la silla de Atanasio porque no la pude fotografiar, pues el presdiente de los alguaciles, guardianes de la memoria del pueblo de Totonicapán, me explicó que habían decidido no permitir retratar la silla. Por eso, para conocer la silla, como ya dije, tendrán que transitar el Cínturon de fuego y ser expulsados por un volcán que les traiga hasta la Casa de los Alguaciles, donde se encontrarán, en las paredes, una publicación elaborada por el profesor Pedro Marcos Aguilar Vásquez, alguacil de 2009, en la explica que Chuimikená significa “lugar situado arriba del agua caliente”; Poxlajuj significa “trece elementos o unidades”; Chuanoj, “delante de las ideas”; Chuculjuyup, “lugar situado al pescuezo de la montaña”; Paxtoca, “lugar donde vivió un señor llamado Pax que le gustaba tocar el tambor”, o Berreneche, “lugar donde vivió un español que tenia el apellido Barrenech”. Y que Totonicapán significa cerro de pájaros, así como Independencia significa “que no depende del otro”.

Les hablo, pues, de la silla de Atanasio, Utem re ri k’amal b’e Atanasio Tzul, resguardada en la casa de los alguaciles, porque en otra pared del salón comunal, Santos Simón Tzul Tzul, del cantón Paquí, publicó un documento que se titula “Significado de la sagrada vara”, donde escribió: “significa dignidad, justicia, autoridad, elemento sagrado. La vara es la representación del aval y voz de la comunidad o del pueblo. También representa un árbol o eje del mundo”. En ese salón también se puede ver una imagen de San Miguel, el patrono del pueblo, así como obras de arte que explican el regresó de la silla, flores, velas y una estructura en la que se colocan las varas de los alguaciles, cuando estos se reunen.

Les hablo de una silla para compartir hallazgos simples y, por simples, significativos. Datos que no pensamos hasta que alguien que quiere hablar de la silla de las autoridades indígenas de los 48 cantones de Totonicapán se pone a hacer generalizaciones. Revisiones básicas como pensar a los pueblos indígenas como unidad totémica, conjunto de otredades y fallo estructural de la historia.

Actualmente podemos pensar que los pueblos indígenas mayas de Guatemala están “esctructurados” linguísticamente; y sí, pero no. Claramente, el idioma es una patria compartida con estrategias de resistencia lo suficientemente diferentes para saber que los k’iche’s de Totonicapán y los k’iche’s de Quetzaltenango y los k’iche’s de Sololá y los k’iche’s de K´iché son pueblos muy cercanos y muy diferentes, también. Cosas evidentes que nacen al pensar en una silla y hacernos preguntas simples, páusas imprescindibles ante el espejo aún oscuro de nuestra ignorancia.

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