Teatro y cine comunitario para construir memoria colectiva en la selva peruana
Jakon Nete, un proyecto desarrollado en Pucallpa, trabaja con niños y niñas, algunos de origen shipibo, para ampliar su educación y que tengan una vida más plena

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Un grupo de adolescentes se refugia del sol en la casa Jakon Nete, un centro comunitario situado en La Hoyada, en la Amazonia peruana, y conversa con su director, Luis Gonzales Polar, conocido como Puchín, sobre Mundialito, un corto al que le falta un final y con el que, como explica el creador de la iniciativa, los alumnos aprendieron sobre la marcha. La cinta que hicieron siete chicos de entre 13 y 17 años, trata sobre el pedido de uniformes que el colegio hace cada año para el campeonato de fulbito. Cuestan 60 soles (alrededor de 17 dólares), o tres días de comida para una familia en La Hoyada, como menciona uno de los chicos. No es justo para los que no pueden pagarlo y genera discriminación. Las mamás no suelen reclamar. “Nos avergonzamos de la pobreza”, lamenta Puchín.
Pero esta vez, dos mamás consiguieron uniformes más baratos, hablaron con el director del colegio y solucionaron el problema como mágicamente. Los alumnos de Puchín decidieron agregar un texto explicativo al final para exigir que los colegios garanticen la gratuidad de la enseñanza, que no demanden gastos innecesarios. “Si soy consciente de mi error, la siguiente vez será mejor”, dice el maestro. En la cosmovisión shipiba, Jakon Nete es el mundo donde habitan los espíritus buenos de humanos, plantas y animales. En el barrio de La Hoyada, en la ciudad de Pucallpa, Jakon Nete es un proyecto que usa el arte y la educación comunitaria para que los chicos del barrio tengan una vida más plena.

Puchín llegó a La Hoyada en el 2017, buscando un espacio para empezar Jakon Nete. Lleva 30 años como educador popular en la Amazonia peruana, aunque su verdadera motivación surgió de niño, en Iquitos. Sus primeros amigos eran hijos de migrantes indígenas que se asentaron frente a su barrio de clase media en un pueblo joven llamado Versalles. Sus compañeros de colegio privado se burlaban de sus apellidos o pueblos de origen y eso lo enfurecía. “No sabían nada de la selva”, dice.
Jakon Nete comenzó como un piloto. Ocho años después, tiene un equipo de nueve personas entre educadores, psicólogos, comunicadores y convoca a unos 70 niñas, niños y adolescentes divididos en tres grupos: los Ashishitos, de seis a nueve años, los Mostros de nueve a 12, y los adolescentes, de 13 a 17. Trabajan con módulos temáticos y utilizan el arte, el juego y la ritualidad como base formativa.
La Hoyada es uno de esos vecindarios que llaman urbano-marginales, barriadas o villas que fue forjado por migrantes del interior. Está cerca del centro, tiene pocos servicios y recursos económicos. Como muchos barrios de América Latina, las calles por donde corren los niños son de tierra.

Pero La Hoyada es también un barrio amazónico. Las familias, en su mayoría de origen shipibo, llegaron a Pucallpa desde comunidades ribereñas y levantaron sus casas sobre palos elevados en los márgenes del río Ucayali. Cuando el río se retiró por un cambio en el cauce, afirmaron calles e instalaron un mercado donde antes hubo un puerto. El Estado puso luz, pero no desagüe.
“Muchas veces, los chicos no dicen de dónde son en el colegio porque los fastidian”, dice Puchín sobre el estigma de pobreza y delincuencia que tiene el barrio. “Yo estoy en el instituto técnico SENATI y La Hoyada es mal vista”, coincide Ruister Sangama, de 19 años, quien en Jakon Nete aprendió a rapear, a pintar murales y a hacer videos. “No se concentran en ver las cosas buenas. Hay jóvenes que tienen talento, creatividad”, agrega. Cuando Sangama terminó el colegio, el equipo le ofreció cubrir sus estudios de diseño gráfico en SENATI a cambio de horas como asistente en las actividades. Como él, son cuatro adolescentes más en esa dinámica.
Lo que no se asume, no se defiende
Hablar de identidad en Jakon Nete no ha sido fácil, pero una obra de teatro consolidó el camino. En 2024, crearon ¿Grandeza o Genocidio? Las huellas que nos dejó el caucho, sobre el boom de esa materia prima de fines del siglo XIX e inicios del XX que permitió el crecimiento de ciudades como Iquitos a costa de la vida de decenas de miles de indígenas forzados a extraerlo.
Aún hoy, existen homenajes oficiales que reivindican a los promotores de aquel boom, sin considerar el racismo sobre el que se sostuvo. “Estos personajes en Iquitos son vistos como dioses”, dice Sangama, quien conoció el tema al participar en la obra. Fueron tres meses de trabajo con 51 niños, niñas y adolescentes que aprendieron sobre los pueblos huitoto o bora de la zona del Putumayo, los más afectados. Conocieron sus historias, danzas y vestuarios, crearon máscaras y observaron la shiringa, el árbol de cuya savia brotaba el caucho. También vieron las pinturas de Santiago Yahuarcani sobre la época y, algunos chicos evocaron a sus abuelos y abuelas y discutieron sobre las implicancias económicas y sociales de aquel período y las formas como se construye la memoria colectiva. Presentaron la obra en diciembre en un colegio cercano al barrio y en mayo de este año en el Teatro Municipal.

En las calles de Pucallpa, pueden verse murales con rostros shipibos y los motivos kené adornan algunos cafés o restaurantes, pero el autorreconocimiento sigue siendo un tabú para muchas personas. “La gran mayoría ha desconocido identificarse como shipibos, e inclusive niega su propia historia, o a sus parientes, para no ser discriminados”, dice Elí Sánchez, docente y miembro de la Asociación de Raíces Indígenas Amazónicas Peruanas. “Es una de las luchas que tenemos como cultura”.
“Yo le pregunto a mis padres de qué comunidad soy y ni me quieren responder bien, o se enojan”, comenta Sangama. El equipo de Jakon Nete empezó a trabajar el tema de a pocos hace un par de años. Como cuando fueron al cine a ver Historias de Shipibos, una producción nacional que narra las experiencias de migración de un joven a Pucallpa y uno de los chicos le dijo a Puchín: “Ya he entendido a mi papá”.
Derribando muros
“El arte puede sanar, criticar, hacer reflexiones sobre un trauma, o una problemática social”, dice Patrick Murayari, un reconocido artista del barrio de Belén, quien descubrió su vocación a los 14 años en La Restinga, otra organización cofundada por Puchín en Iquitos.

Para el equipo de Jakon Nete, el trabajo puede ser paradójico. Es gratificante involucrarse con los chicos y sus familias. Pero esa misma cercanía, a veces genera frustración frente a situaciones injustas como el hambre o la violencia en casa que sufren algunos. “He aprendido más dentro de Jakon que en la universidad y eso lo agradezco mucho”, dice Anita Rodríguez, psicóloga del equipo, quien empezó como voluntaria en 2017. “Desde lo pequeño sí se pueden generar cambios”, se suma Flore García, administradora del proyecto y encargada de los Ashishitos.
Jakon Nete ampliar el imaginario de los niños y jóvenes. “Que decidan acorde a lo que quieren, a lo que sueñan, a lo que puedan”, dice Puchín. “Las próximas generaciones van a tener otro pensamiento”, concluye Sangama, en una frase en la que bien pudiera incluirse él mismo.
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