Fundación Santo Domingo: inversión social que transforma el destino de los territorios
Desde megabarrios que proyectan el futuro urbano de Cartagena y Barranquilla hasta un laboratorio nacional de evidencia educativa, esta fundación impulsa soluciones estructurales y sostenibles. Su propósito es generar movilidad social, no dar asistencialismo

La Fundación Santo Domingo ha sido escuela de desarrollo social desde hace más de seis décadas en Colombia. Nació con una ambición más grande que atender coyunturas a través de programas asistenciales: su propósito es construir futuro al transformar generaciones. La semilla se sembró en la década de los 60 como un proyecto de la familia Santo Domingo, reconocidos empresarios del sector de alimentos, medios de comunicación y retail, entre otros, para impulsar el desarrollo de Barranquilla. A lo largo de las décadas ha ido evolucionando hasta convertirse en una estrategia nacional.
Desde el 2016 es dirigida por José Francisco Aguirre, un bogotano de 42 años, con más de 15 años de experiencia en gestión de proyectos sociales. Desde muy joven, este ingeniero industrial entendió que la desigualdad se resuelve con proyectos de largo aliento capaces de transformar generaciones. “Crecí en Cajicá (Cundinamarca), entre cultivos, galpones y caballos. Mi mamá era floricultora y mi papá fabricaba botas industriales. Yo viajaba con mi mamá por los cultivos y lo que más me interesaba era la vida de la gente, cómo vivían, qué problemas tenían sus hijos. Mi abuelo materno nos dejó un legado de conciencia social. Fue dueño de terrenos en Altos de Cazucá (Soacha, Cundinamarca) y dedicó su vida —hasta los 95 años— a legalizar predios, construir colegios y organizar comunidades”, recuerda.
Aguirre es claro en su filosofía al mando de la Fundación: “Uno solo no puede. Ni el Estado solo, ni el sector empresarial solo, ni la filantropía sola. Los retos estructurales exigen sumarse, coordinarse y persistir”. Esa convicción guía los proyectos urbanos, educativos, de salud y ambientales más profundos de la organización. “No se trata de dar, se trata de transformar y de invertir con propósito para demostrar que se puede tener impacto social y sostenibilidad al mismo tiempo”, explica.
La apuesta más ambiciosa de la Fundación se materializa en la vivienda social para la transformación de territorios. En Cartagena, gerencia y articula la construcción de una ciudad dentro de la ciudad. 380 hectáreas, 50.000 viviendas proyectadas, y capacidad para albergar entre 15% y 20% de la población de la capital de Bolívar. Aguirre define sin rodeos el sentido del proyecto denominado Ciudad de Bicentenario: “estos mega barrios son motores de movilidad social, no de asistencialismo”. Actualmente hay alrededor de 4.100 viviendas ya construidas que albergan a más de 16.000 personas.

A diferencia de otros modelos, este no se enfoca solo en construir casas. Tiene urbanismo, con colegios, centros de salud, espacios deportivos y empresas instalándose para generar empleo. “Regalar vivienda es fácil; construir comunidad requiere ciencia, paciencia y confianza”, insiste Aguirre. En noviembre pasado se concluyó la construcción del Centro de Desarrollo Infantil (CDB), en el corazón de Bicentenario, para brindar atención y cuidado a 200 niños, en un trabajo articulado con la Alcaldía de Cartagena, el Ministerio de Vivienda y Findeter. El modelo incluye acompañamiento directo a las familias, formación para el empleo y apoyo al emprendimiento local.
Barranquilla tiene su propio capítulo: Villas de San Pablo es el segundo megabarrio que promueve la fundación, con 18.000 viviendas de interés social proyectadas. Además, incluye infraestructura cultural y recreativa emblemática, como la Fábrica cultural, que hace parte del complejo recreativo del barrio donde hace presencia el Sena. También cuenta con un colegio y un parque recreodeportivo.
Allí, líderes como Judith Payares han visto cómo se levanta el tejido social. Cuenta que desde que llegó a este megabarrio se ha fortalecido su liderazgo. Primero hizo parte del frente de seguridad junto con Iván Hernández, su esposo. Luego, juntos lideraron iniciativas para el bienestar de los adultos mayores. Su mayor orgullo es haber sido seleccionada por la Unión Europea y el programa GenerACTOR para realizar un intercambio de experiencias y buenas prácticas ambientales en Roma, Italia. “Lidero Huerteritos, un programa que forma a 75 niños, niñas y jóvenes como guardianes del medio ambiente en el barrio. Uno de mis grandes proyectos para 2026 es implementar un sistema de cultivos hidropónicos como una técnica sostenible que se adapte a las viviendas. Mi sueño es que se pueda convertir en una solución alimentaria para la comunidad”, cuenta.
“La Fundación puso una gran parte de su patrimonio en riesgo con estos proyectos. Se va a ir recuperando en el futuro y se reinvertirá en otras labores”, dice Aguirre, antes de lanzar una reflexión que enmarca su propósito: “La inversión social mejora la vida de generaciones enteras”.
Multiplicar capacidades para acortar brechas
Las apuestas van más allá del urbanismo. En educación, otra de sus líneas esenciales de trabajo, impulsan un modelo inédito: un laboratorio de evidencia que evalúa proyectos con rigor técnico para saber qué funciona, y qué se debe replicar o corregir. “Colombia invierte miles de millones en educación sin medir resultados. Nosotros apostamos a la evidencia, no a las tendencias”, afirma Aguirre. De este laboratorio hacen parte 14 territorios. Financian y escalan los proyectos exitosos que desarrollan las comunidades educativas. “Tenemos una inversión cercana a los 70 millones de dólares. Puede ser el proyecto con más recursos desde el orden privado que tiene hoy Colombia para innovar en el sector público educativo”, explica su director.
Una muestra más del trabajo con Impacto Colectivo Barú 2030, un colectivo creado en el 2022 liderado por la fundación como principal inversionista, en conjunto con otras ocho organizaciones. Buscan transformar las condiciones sociales, económicas y ambientales de la isla, en el departamento de Bolívar, donde, como explica el gerente del proyecto, Arsenio Daza, existen realidades sociales que necesitan intervención inmediata. “Solo el 60% de la población tiene acceso al acueducto y no existe alcantarillado”, dice. El colectivo está impulsando la articulación del sector público y privado para acelerar la resolución de estas falencias históricas.
Hasta ahora, el proyecto ha beneficiado a 1.382 personas, el 90% de ellas a través de programas educativos que acompañan a los cuatro colegios de la isla y fortalecen las capacidades de madres comunitarias. “Otro de los aportes más innovadores es la implementación del primer piloto de Pagos por Resultados en Educación con la Embajada de Canadá”, explica Daza. “Consiste en mejorar las competencias en matemáticas y lectoescritura. Si los estudiantes alcanzan las metas, el financiador internacional retribuye la inversión realizada para crear un fondo sostenible y seguir fortaleciendo la educación de la isla”.
El listado de proyectos podría ser interminable: desde acciones ambientales para proteger el corredor del jaguar —clave para la conservación de las regiones donde aún habita este felino—, hasta la construcción de la sede de la Clínica Santa Fe en el Eje Cafetero, o el informe que está por publicarse sobre las iniciativas de largo aliento impulsadas durante la pandemia. Las huellas de seis décadas de trabajo de la Fundación Santo Domingo demuestran que su labor no atiende síntomas: interviene causas, construye sistemas y multiplica capacidades. Hoy puede afirmarse que los territorios donde actúa se transforman al acortar brechas que en otras circunstancias tardarían generaciones en cerrarse.
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