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Brayan Carreño, el bailarín de salsa que conquistó el mundo del patinaje artístico

Con 25 años, es el colombiano más laureado de la historia de esa disciplina. En octubre pasado, obtuvo doble oro en danza y figuras, y bronce en cuarteto durante el Mundial de Beijing, en China

Brayan Carreño, en Pekín (China).

La competencia lo mueve. No importa el escenario: el caleño Brayan Carreño busca siempre la excelencia. Es disciplinado, tiene metas claras, bordea lo psicorígido, admite. “Desde pequeño me ha gustado medirme por resultados, me muestra de lo que puedo ser capaz”. A sus 25 años es el patinador artístico colombiano más laureado en la historia. Ha participado en todos los mundiales desde 2014 y solo en dos se fue sin medalla. Suma seis oros, dos platas y cuatro bronces. Al tiempo cursa cuarto semestre de Medicina en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, donde se ha destacado como uno de los mejores estudiantes.

Apasionado por el deporte, Carreño llegó al patinaje por casualidad, cuando lo invitaron a ver un entrenamiento. Había pasado por natación y gimnasia olímpica, pero quedó “flechado”. Lo amarró su instinto competitivo, pero también su otra gran pasión: el baile. A los cinco años había entrado a una academia de salsa en Cali y formado parte de la célebre compañía Delirio. “Eso me atrapó del patinaje artístico: ver cómo las personas flotaban y hacían lo que yo hacía, pero sobre ruedas”.

En cuestión de días tenía puestos unos patines “hechos nada” que le prestó quien fue su primer entrenador. Tenía ocho años. Con 13 participó en su primer mundial juvenil, compitiendo contra rivales cinco años mayores. “Me adelantaron porque veían cualidades en mí”, recuerda. Terminó sexto y comenzó una carrera de triunfos. El más reciente: doble oro y un bronce en el Mundial de China de este año, en el que quedó primero en danza y figuras, y tercero en cuarteto.

Carreño ve el deporte no solo como una pasión, sino como una herramienta de transformación social. Nació en el barrio San Judas de la comuna 10, en el suroriente de Cali, que surgió como asentamiento informal y de autoconstrucción, por lo que es una zona de robusto tejido social que también ha estado marcada por la violencia y la pobreza. “El deporte siempre fue una oportunidad de buscar mis sueños”, asegura.

Su familia le repetía que sobresalir podía abrirle las puertas de la universidad, y eso fue lo que hizo. “Siento que soy ejemplo de cómo el deporte sirve para construir sociedad. Mis compañeros y yo hemos demostrado que no importa el lugar socioeconómico en el que hayas nacido para buscar lo que quieres”, enfatiza. Por esa razón también le gusta representar a Colombia, a su ciudad y a su barrio en los escenarios más importantes del patinaje artístico. “Proyectar esa fortaleza en otras personas y decir: ‘Continúe en la lucha”, manifiesta.

Con frecuencia recibe comentarios negativos en redes sociales por su orientación sexual y su identidad de género: “A mí, sinceramente, no me afecta; sé muy bien quién soy”. Reconoce, eso sí, que hay pocos hombres dedicados al patinaje artístico, en gran parte por prejuicios. “La gente cree que si un niño practica deportes artísticos, está condicionado a algo y que, si alguien no piensa de forma heteronormada, está en el lugar incorrecto”. En su caso, ha contado siempre con el apoyo de su familia y de su entorno. “Soy homosexual y nunca he tenido problemas en el patinaje, en la universidad ni en mi casa”, afirma.

Critica la falta de apoyo institucional. Dice que el Estado prioriza los deportes olímpicos y por eso en otras disciplinas en el que Colombia es potencia mundial, “no están los apoyos”. Reprocha que ni siquiera cuentan con un espacio propio para entrenar: “Nos toca en el velódromo y nos mantienen sacando de allá. Estamos siempre con las uñas”, agrega. Es tal la falta de recursos que Carreño, siendo el patinador artístico colombiano con más medallas de la historia, se pregunta año a año si vale la pena seguir. “Muchos no pueden ni surgir y nos estamos quedando sin relevo generacional”, advierte.

Su régimen es estricto. Entrena a diario, combinando el deporte con el estudio “como puede”. De pequeño tuvo que dejar el baile para dedicarse de lleno al patinaje, pero nunca le perdió el gusto. Por eso no desaprovecha ninguna oportunidad, que son pocas y solo al final de las temporadas, para salir de rumba con sus amigos. “Soy de los que cuando sale, no se queda sentado, me encanta bailarme todo”.

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Sobre la firma

Andrés Ortiz
Periodista y colaborador de EL PAÍS en Colombia. Antes escribió para la sección de Última Hora. Trabajó en Colombia Visible, proyecto enfocado en periodismo de soluciones, y en La Silla Vacía. Estudió Ciencia Política y Lenguas y Cultura en la Universidad de Los Andes en Bogotá. Cursó el máster en Periodismo UAM–EL PAÍS.
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