Un ‘man’, una misión: llevar el tejo a la Villa Olímpica
Daniel Lozano, ‘El man del tejo’ en redes sociales, busca enaltecer el deporte autóctono, extender su práctica por Colombia y popularizarlo a nivel mundial


Quizás lo ha visto en redes. Un tipo alto, de pelo solo en la barba, que anda vestido con camisa de colores u overol e insistentemente hace preguntas para las que la mayoría de la gente no tiene respuesta: ¿Sabe cuál es la manera correcta de lanzar un tejo? ¿Cómo se fabrica uno? ¿Cuánto mide una cancha reglamentaria? ¿Cómo se mide un bocín? Con 120.000 seguidores en TikTok, 23.000 en Instagram y 45.000 en Facebook, Daniel Lozano, conocido en esas plataformas como El man del tejo, tiene un propósito claro en su vida: hacer del tejo un deporte olímpico.
Estipulado por la ley 613 del 2000 como el deporte nacional de Colombia, el también conocido como turmequé es una práctica de raíces indígenas cundiboyacenses, en el centro del país. Experimentó variaciones con el tiempo, y se arraigó como parte de la cultura popular obrera y campesina, principalmente en los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, en los alrededores de Bogotá, donde se vive con la misma pasión que el fútbol o el ciclismo.
Las reglas son sencillas. El participante lanza un disco metálico (el tejo) hacia un anillo de acero llamado bocina, que está incrustado en una caja de arcilla a una distancia que en las reglas oficiales es de 19 metros. En la superficie de la bocina se ponen pequeños triángulos de cartón rellenos de pólvora (“mechas”), que explotan al ser golpeados por el tejo. Cada estallido marca un punto. Se puede jugar de manera individual o en equipos.

Tradicionalmente encajonado a su versión más lúdica, en Colombia se suele pensar que el tejo solo se juega entre cervezas y por diversión, pero existe en otros espacios, más formales y de competencia. La Federación Colombiana de Tejo, adscrita al Comité Olímpico Colombiano, cuenta con más de 5.200 personas inscritas como jugadores de tejo federados; 19 de los 32 departamentos tienen ligas; se organizan alrededor de 10 torneos nacionales en categorías que van desde los 14 años hasta más de los 50; se suman por cientos los clubes de tejo regados por todo el país. Solo en Cundinamarca, según datos de la Federación, hay más de 30. En Colombia entera se juega tejo, en bares y en canchas reglamentadas.
Lozano llegó a él de manera tardía. Jugó por primera vez con más de 20 años, como parte de un trabajo universitario que le pedía encontrar una actividad donde la gente celebrara en grupo. Acudió con un compañero a una cancha en el barrio San Felipe de Bogotá, donde se enfrentaron a dos obreros que los derrotaron “monumentalmente”. “Pero quedamos enamorados”, asegura. Ahora juega dos o tres veces a la semana y es dueño de Tejo La Embajada, una cancha en el mismo barrio donde perdió su primer juego y un proyecto con el que busca “mostrarle el deporte a una población que no está familiarizada con él”.

Su pasión por el turmequé es tal que no sintió que abrir una cancha fuera suficiente. Sentía que estaba casi en deuda con deporte que, cuenta, le “ha dado todo”: “El compañero con el que fui a jugar en la universidad se convirtió en mi socio. En una cancha de tejo conocí a la mujer que después se convirtió en mi esposa y en la madre de mi hija”. Por eso, quería “devolverle”. Y qué mejor manera, dice, que haciendo que “se juegue en todo el mundo y que se convierta en un deporte olímpico”.
Diariamente sube a sus redes contenido sobre tejo que divide en tres categorías. Una rama educativa, donde enseña las modalidades de juego, las reglas más especializadas, o el proceso de fabricación de las “mechas” y del tejo. Un pilar de reto, donde compite con las personas que acuden a su cancha a jugar contra él para ganarse “el tejo dorado”, y donde ha vinculado a otros influencers que le funcionan de altavoz. Por último, hace también videos “divertidos”, para entretener alrededor del tejo.
Hace unos meses, además, comenzó a viajar por varios municipios de Cundinamarca en lo que ha bautizado como “la ruta del man del tejo”. Ha pasado por Facatativá, Pacho, Madrid, Zipaquirá o Soacha, retando a los mejores de cada municipio a jugar contra él para ganarse el tejo dorado que, insiste, “no es de oro, solo es dorado”. Una vez cumpla 10 municipios, pasará a otros departamentos: Boyacá, Antioquia, Meta, Tolima, “para fortalecer la apropiación y que tenga más sentido volverlo deporte olímpico”, dice.

Para eso, entre otras cosas, se necesita una organización internacional que regule el deporte, que lo jueguen hombres en 75 países en cuatro continentes y que también lo hagan mujeres en 50 países y tres continentes. “No sé si voy a estar vivo para verlo”, admite Lozano tras decir que puede parecer imposible, “pero lo que he visto en los dos años desde que se consolidó El man del tejo es que hay gente que quiere que pase”. Asegura que uno de cada tres de sus seguidores en sus redes sociales es extranjero, por lo que ha construido una comunidad de personas en países como Ecuador, México y Venezuela, “que preguntan cuándo va a llegar el tejo a su país”. Desde la Federación Colombiana de Tejo aseguran que el deporte ya se está practicando en Panamá, Estados Unidos, Ecuador, Venezuela, Canadá, Francia, Italia y España.
Lozano asegura que su proyecto de vida es ese: “Yo no quiero hacer nada que no tenga que ver con el tejo”. Es cuestión de identidad, de cultura, de sentirse representado por algo completamente autóctono, 100% colombiano. “Hay gente que se identifica con la música, otra se enorgullece de caminar por territorios que antes estuvieron en conflicto. En mi caso es el tejo. Qué bueno poder decir en todo el mundo: yo juego tejo, venga le cuento cómo se juega”, concluye.
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