El Banco de la República es el culpable
El presidente Petro quiere mostrarse como el defensor del bolsillo de la gente, frente a un banco central distante y frío. Lo que estamos viendo no es solo una disputa sobre las tasas de interés, sino sobre el relato

El país se ha acostumbrado a las diatribas del Gobierno contra el Banco de la República, en las que lo acusa de intervenir en política con fines electorales para que fracase su proyecto económico. Es una teoría absurda y contraevidente. La independencia del banco no está creada para beneficiar ni contradecir a los gobiernos, sino para luchar contra la inflación y regular la moneda, los cambios internacionales y el crédito, así como administrar las reservas internacionales. Todo ello indica que al banco no le conviene estar de malas pulgas con la administración. Para el banco todo es ciencia pura. Sus directores llegan a la junta con gráficas, modelos econométricos y la voz pausada, que deja la impresión que ellos saben lo que uno no. Repiten como mantra que bajar demasiado rápido las tasas de interés es abrirle la puerta a la inflación. El presidente cree que mantenerlas altas es como pedirle a un ciclista que asuma la escalada con una llanta pinchada.
Para Petro, que se siente cada vez más cerca de las elecciones, lo más importante es dar una batalla para bajar las tasas de interés porque necesita que la gente sienta oxigeno en el bolsillo. Cualquier medida de la Junta que no le guste al presidente es vista como sabotaje político. Y así lo que debería ser un análisis técnico se convierte en una novela de intriga en la que los villanos y calculadores son la junta, y el presidente el héroe que promete salvar al pueblo de las garras de las tasas altas.
La otra pata que le nace al cojo del Banco es su criterio, mediante el cual el aumento desproporcionado del salario mínimo produce efectos negativos sobre la inflación.
En el fondo, lo que estamos viendo no es solo una disputa sobre décimas de punto en la tasa de interés, sino un pulso por quién controla el relato económico. El presidente quiere mostrarse como del defensor del bolsillo de la gente, frente a un banco central distante, frío, más preocupado por las cifras que por la ciudadanía. El banco quiere aparecer como el guardián responsable que piensa en la estabilidad del largo plazo y no en las encuestas del próximo mes. Mientras tanto, los ciudadanos miran al crecimiento débil, al crédito insuficiente y a la economía real a paso de tortuga.
Si el Gobierno considera que la inflación no se ve alterada por el salario mínimo y la tasa de interés está demasiado alta, sería lógico un salario del doble para hacer “justicia social”, cuya filosofía parecería entregar más ingresos, no importa que se revienten las finanzas del Estado porque no hay recursos para tanta gente.
Este rifirrafe no va a terminar pronto. Cada reunión de la junta que no baje la tasa será materia de un nuevo capítulo. El presidente seguirá usando el altavoz y el banco continuará expidiendo comunicados que la gente no lee. En una democracia sana, la independencia del banco central es una garantía; en una economía crispada es un blanco.
La independencia del Banco de la República es un consenso institucional que costó décadas construir. Se diseñó para proteger la economía de tentaciones gubernamentales.
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