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Miguel Uribe Turbay
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miguel Uribe Turbay: otra familia quebrada, una campaña impactada

Ante este crimen hay que entender su dimensión humana, las consecuencias políticas y el reto judicial que representa. Un momento de duelo y el país debe decidir cómo lo va a tramitar

Miguel Uribe

El asesinato de Miguel Uribe Turbay conecta inevitablemente con la campaña de 1990 y los varios candidatos asesinados en esa época. No es, como dicen hoy, que haya vuelto la violencia política, porque nunca se ha ido. Así lo muestra la estadística que lleva Indepaz y que reporta al precandidato del Centro Democrático como el líder número 97 asesinado en lo que va del año. Lo que sí es cierto es que pasamos 35 años sin que fuera asesinado un candidato presidencial y que vuelva a ocurrir incrementa los niveles de incertidumbre y desazón, aunque el país no es el mismo de aquella época. Ante este crimen hay que entender su dimensión humana, las consecuencias políticas y el reto judicial que representa. Un momento de duelo y el país debe decidir cómo lo va a tramitar.

Lo primero es acompañar a una familia quebrada, una más, una doblemente golpeada porque Miguel tenía más o menos la edad que tiene su hijo hoy cuando perdió a su madre, la periodista Diana Turbay, asesinada por Los Extraditables de Pablo Escobar. Miguel creció sin madre y Alejandro va a crecer sin padre en este país de tantos huérfanos y viudas. Una muerte violenta marca para siempre a los más cercanos, parte la vida. Los sobrevivientes tienen un antes y un después. Algunos sacan del dolor una resiliencia grande y una capacidad de liderar y avanzar, otros tramitan el duelo en la batalla por la justicia, unos más se quedan en la rabia y buscan venganza, otros nunca salen del foso profundo del duelo. El impacto emocional de cada episodio de violencia es personal, es contundente, es inevitable. Solidarizarse con los seres humanos, abrazar a quienes han sentido el golpe de la violencia, es necesario. Y hay que hacerlo sin peros, sin asteriscos, sin condiciones. Toda vida humana vale. Por eso lo primero es respetar el duelo. Un dolor que tristemente han vivido miles de familias en Colombia.

Mientras los suyos comienzan ese proceso largo y difícil, en los grupos políticos se habla ya de lo que pasará en campaña. Es innegable que este asesinato impacta el panorama político y puede transformar el tablero de las elecciones del 2026. Como ocurrió en 1990, cuando César Gaviria terminó elegido sin que se hubiera postulado porque fue ungido por un hijo en duelo en el sepelio de Luis Carlos Galán, no hay duda de que el crimen puede inclinar la balanza en uno o en otro sentido.

María Carolina Hoyos Turbay a las afueras de la clínica Fundación Santa Fe, el 27 de junio de 2025. 

Miguel Uribe era precandidato del Centro Democrático, una voz clave de la oposición, el senador que tuvo el mayor número de votos en su partido. Su relevancia es innegable. Ahora bien, mientras estuvo en campaña no mostraba aún índices muy altos de intención de voto para la presidencia. Todo podía pasar porque el proceso estaba comenzando. Luego, cuando se hicieron sondeos mientras estaba en la clínica después del atentado del 7 de junio, su nombre apareció encabezando preferencias. Es fácil leer que la opinión pública rechazaba la violencia y se solidarizaba con un hombre herido de muerte y una familia destrozada. Era claro que si Miguel se recuperaba le iban a entregar las banderas de su partido. Ahora, con su muerte, no son claros los caminos que tomarán en el Centro Democrático o en los grupos de orillas distintas, pero algo cierto es que la figura del joven político asesinado estará presente a lo largo de la campaña.

Hay que pedir mesura a los candidatos y a los líderes políticos en un momento crítico, aunque es poco probable que ese llamado sea escuchado porque si hay algo que ha alimentado los ciclos de violencia en Colombia es que muchos líderes tóxicos han sacado provecho de ella y han alimentado odios. Los ciudadanos tienen un papel clave en este momento, como lo tienen los líderes de opinión, los medios de comunicación, los influencers. Se puede seguir moviendo el odio que da clics y puntos en encuestas, o se puede hacer política, informar y opinar con responsabilidad en medio de la diversidad. No es estar de acuerdo ni buscar unanimidad imposible y no deseable en democracia. Es debatir, confrontar ideas, controvertir, criticar, gobernar y hacer oposición sin justificar jamás un asesinato. De la sangrienta campaña del 89 y del 90 salió una séptima papeleta que nos dio una Constitución nueva que fue en su momento un importante acuerdo de país en una coyuntura dolorosa. ¿Qué saldrá ahora? Ojalá se levanten los liderazgos necesarios para rechazar la violencia, no solo en discursos elocuentes y planeados para la galería, sino con hechos reales en la forma de hacer política.

Otro peso importante sobre lo que pase en el futuro inmediato recae en la justicia. Esa que cojea mucho cuando se trata de violencia política. Grandes crímenes que han marcado nuestra historia han quedado en la impunidad o se han quedado en castigo para el autor material y nada más. En el caso de Miguel Uribe Turbay la Fiscalía ha avanzado con celeridad y son varios los vinculados al proceso. Falta todavía llegar a los autores intelectuales detrás del joven sicario y de la red criminal que participó en el atentado. Falta también que la justicia actúe en muchos otros casos de esa violencia política que hoy golpea a distintas regiones sin que duela ni conmueva como esa masacre lenta y persistente de líderes sociales y políticos. El joven precandidato Miguel Uribe Turbay, el número 97 de este año en la lista de líderes asesinados, deja una familia destrozada, una campaña ensangrentada, un país impactado. Ojalá el duelo por su muerte ayude a entender que la violencia nunca es el camino, aunque lo hayamos recorrido durante tanto tiempo.

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