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El adolescente colombiano que obligó a su colegio evangélico a rendir cuentas ante las altas cortes: “Mi sexualidad no tiene que ver con Dios”

La Corte Constitucional ordenó que la institución educativa se disculpara con un joven gay por expulsarlo tras denunciar varias humillaciones homófobas. La escuela pidió anular la sentencia y el tribunal volvió a respaldar al chico

caso de Rubén
Lucas Reynoso

Rubén*, un adolescente de 15 años, tiene dificultades para recordar lo mucho que le gritó una profesora cuando él denunció en redes sociales las humillaciones homófobas de su colegio. “No sé si tengo un bloqueo mental por el estrés de ese momento”, comenta mientras atiende el negocio de sus padres en Sogamoso, una ciudad de 120.000 habitantes a cuatro horas de la capital colombiana. Ese día, en una reunión en la que la profesora citó a sus padres, él quería defender especialmente a dos compañeras sancionadas por tener un noviazgo. La docente le criticó diciendo que, si tanto le molestaba la sanción, quizás él también era gay. “Recuerda que son una abominación para Dios”, le advirtió. Él sintió tanta ira que le respondió que no veía el problema de ser homosexual, una afirmación que fue su confesión. Se olvidó, en el impulso, que su madre estaba allí. “Me obligaron a salir del clóset”, subraya. Después, su escuela lo expulsó.

El adolescente llevó a su colegio a la justicia, y le ganó en diciembre de 2024. La Corte Constitucional le ordenó a la institución que se disculpara con Rubén, que lo ayudara con cursos de nivelación —una sentencia anterior ya había ordenado su reincorporación— y que emprendiera acciones para erradicar la discriminación contra los alumnos LGBTI. Se convirtió en un caso emblemático, con un adolescente exigiendo respetar su orientación sexual y la de sus compañeros ante las altas cortes. “Tus acciones reflejan un fuerte compromiso con la justicia y una madurez admirable”, lo felicitaron los magistrados en una carta.

Plaza principal de Sogamoso, el 23 de julio de 2025.

El colegio, sin embargo, evidenció su falta de autocrítica: pidió anular la sentencia con los argumentos de que a Rubén nunca lo discriminaron porque no sospechaban que era gay, que a las compañeras las expulsaron por supuestamente tener sexo en un baño, y que la libertad religiosa los ampara —son evangélicos—. La Corte rechazó el recurso a principios de julio y repudió la actitud del colegio.

La religión ha sido un punto central. Rubén cuenta que una profesora obligó a sus alumnos a ver Journey Interrupted, un documental en el que los participantes relatan cómo su fe les ayudó a dejar atrás la homosexualidad. “Algunos decían que, cuando vuelve la tentación, le piden a Dios que les recuerde que son hombres. Otros, que la soledad eterna es lo mejor para Dios”, rememora el adolescente. Asimismo, Rubén señala que la psicóloga del colegio lo citó hace unos meses para justificarle el recurso de nulidad con el argumento de que la institución “tenía mucho que ganar” porque la Corte había vulnerado “el tema religioso”. El alto tribunal desestimó ese argumento y explicó que el derecho de los padres a elegir la educación religiosa de sus hijos tiene que “armonizarse con el deber de garantizar una educación sexual integral e inclusiva, basada en evidencia científica y en normas de derechos humanos”.

Rubén enfatiza que la religión “no puede usarse para generar odio” y que él no ve el evangelismo y la homosexualidad como identidades excluyentes. “Pues, obvio que creo en Dios”, responde cuando se le pregunta si aún profesa la religión de sus padres. “Siempre he creído que no debe mezclarse una cosa con la otra. Mi sexualidad no tiene nada que ver con Dios, por algo la Biblia dice que Dios es amor. Él nunca criticó a la gente por lo que es”, explica. “Yo le dije a la coordinadora: ‘Si ustedes hubieran hecho las cosas bien, Dios los hubiera ayudado. Estoy seguro de que no soy el único que le pidió que la sentencia saliera a mi favor. Entonces, ¿por qué Dios me ayudó a mí y no a ustedes?”.

Considera que los argumentos de su colegio eran tan irrisorios que ni siquiera daban lugar a preocuparse con el recurso de nulidad. “No me sentí nervioso. En mi mente dije: ‘Hay que ser muy bobo para que creer que un magistrado les va a dar la razón’. O sea, si yo como un estudiante de décimo grado sé que son argumentos ilógicos, un magistrado más”.

Rubén, el pasado 23 de julio.

Esta seguridad, en un contexto en el que los adultos le han enseñado lo opuesto, se explica en gran parte por el apoyo de su hermana mayor. “Siempre supo de mi sexualidad y tuvo la motivación de apoyarme”, comenta. Fue quien convenció a los padres de que debían respaldar a su hijo en su intención de acudir a la justicia. “Ella sufrió bullying en la adolescencia, por otras cosas. Y les dijo: ‘A mí me hubiera gustado que a mi edad hubiera habido alguien que me apoyara. Y yo no lo voy a dejar solo”, relata el adolescente. Después de eso, la madre dejó de decirle a Rubén que él había creado el problema y que debía arreglarlo por su cuenta. Lo acompañó y la Corte cita sus intervenciones varias veces en la sentencia.

El activismo

El joven acudió a mediados de 2023 a la oenegé feminista Jacarandas para denunciar de manera anónima los abusos en su colegio. El detonante, cuenta, fue que una profesora le dijera a una de sus amigas sancionadas que su sexualidad estaba haciendo que sus padres sufrieran. “Me parecía injusto y les dije a ellas: ‘Si no van a hablar ustedes, hablo yo. Porque ahorita pueden ser ustedes, pero después puede ser alguien más, puedo ser yo”, rememora. Otra compañera lo delató tras la difusión de la denuncia. “La familia le dijo que la llevaría a no sé dónde si no decía quién fue. Me contó y yo le respondí: ‘Pues diga que fui yo. Dígales”.

“Siempre he sido una persona a la que no le interesa lo que vaya a pasar después de hacer lo que hace. Mido las consecuencias antes y, si decido algo, por algo es”, afirma el adolescente. Asegura que nunca se arrepintió de su decisión de denunciar, ni siquiera cuando el colegio lo echó y le exigió una carta de disculpas para reintegrarlo —la hizo, pero igual denegaron la solicitud—. Tampoco cuando la Secretaría de Educación de Sogamoso le dijo que no lo ayudaría, que el colegio tenía razón y que esto era su culpa —la Corte también ordenó a la entidad que se disculpara—. “Yo sabía que no estaba haciendo algo malo, así que no tendría por qué arrepentirme”, resalta.

Lo que sí le produjo dudas fue escalar el caso a la Corte a principios de 2024. Para entonces, un fallo de segunda instancia ya le había ordenado al colegio que lo reincorporara. “Yo ya había dejado el tema atrás. Pensaba: ‘Pasado, pisado’. Pero me escribieron los de Colombia Diversa [una oenegé que lo asesoró jurídicamente] y me dijeron que la Corte podía considerar el caso”, relata. Su preocupación era que esto lo hiciera revivir los padecimientos del año anterior, pero aceptó luego de que la oenegé le asegurara que el alto tribunal priorizaría su bienestar. “Sentía que no era suficiente con que me hubieran reintegrado. El manual de convivencia del colegio seguía igual que antes y pensé: ‘Si un tribunal departamental hizo algo por mí, veamos qué hace la Corte”.

Rubén cuenta que le alegró recibir “una carta grata” de felicitaciones que el alto tribunal le mandó explicando la sentencia en un lenguaje más claro. También que está contento en su colegio, en el cual quiso quedarse para ahorrar los gastos que hubieran implicado nuevos uniformes y evitar “el cansancio mental” de adaptarse a un nuevo entorno. Sus compañeros no son los más apasionados por los derechos LGBTI, pero lo han apoyado. Los profesores y autoridades del colegio ya no hacen comentarios discriminatorios: “Se empezaron a comportar mejor. Obviamente por obligación, no porque quieran”.

Prefiere mantener su identidad bajo reserva. “Quiero seguir luchando por otras cosas, pero no me siento listo para empezar a salir públicamente”, dice. Explica que practica un deporte todos los días después de clases —pide no revelar cuál es, por si acaso— y que allí el ambiente no es tan abierto en asuntos LGBTI como lo es entre sus amigos de colegio. “En Colombia, el deporte sigue siendo muy cohibido en estos temas, muy masculinizado. Los compañeros hacen sus comentarios y, por más fuerte que uno sea, uno siente esa incomodidad”, cuenta.

No duda, eso sí, que el deporte tampoco es excluyente con su sexualidad, pese a lo que crean otros. Afirma, antes de irse a un entrenamiento, que es su gran pasión: si el año que viene se cambia de colegio, explica que no será por la discriminación que sufrió como adolescente gay, sino para tener más tiempo para entrenar.

*Nombre cambiado para proteger la identidad del menor de edad.

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Sobre la firma

Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
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