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Política
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por Uribe y por Petro, ¡dejen de sufrir!

Para unos y para otros, lo que defina la jueza en el caso del expresidente podría sellar el futuro inmediato a nivel político y social para los colombianos: es una exageración

Álvaro Uribe Vélez el último día de la audiencia en el Complejo Judicial Paloquemao, Bogotá, el 8 de mayo de 2025.
Juan Pablo Calvás

Una de las secuelas de que en Colombia el fútbol sea un delirio colectivo es que, ante situaciones binarias como las que hoy abundan (bueno/malo; luz/oscuridad; me gusta/no me gusta) y que hoy tienen su epítome con el anuncio de la decisión de la jueza del caso Uribe Vélez, el país queda como atontado. Igual que en esas extrañas parálisis nacionales que se viven los días y horas en que Colombia juega un partido en los cuadrangulares de un mundial de fútbol.

Sin embargo, a diferencia de la comunión que usualmente caracteriza a Colombia durante uno de esos partidos de fútbol, lo que se vive hoy en el país lleva consigo una extraña sensación. Para unos y para otros, lo que hoy defina la jueza prácticamente podría sellar el futuro inmediato a nivel político y social para los colombianos. Una exageración. Como todo lo que deriva de esa inútil pasión que es el fútbol.

Por eso es que, hoy más que nunca, un ciudadano consciente debería repetirse y repetirse sin cesar dentro de su cabeza unas sencillas idea que no solo evitarán alegrías o tristezas, sino que además podrían ser útiles para que en general empecemos a entender la democracia como lo que es, es decir, algo bien distinto a un partido de fútbol.

La más importante de todas: ni los partidos políticos, ni sus líderes han de ser objeto de adoración ciega. Allá cada quien si quiere montarle un altar casero al Pibe Valderrama, a Falcao García, a James Rodríguez o a Luis Díaz. Porque más allá de sus milagros futboleros, ningún jugador de la selección será el encargado de definir las ideas de un amplio grupo social a nivel nacional para bien o mal del país; tampoco será el encargado de elegir quienes pueden ser sus concejales, representantes o senadores; tampoco estará marcando la agenda económica de todos; y, por encima de todo esto, usted no les paga el salario. Y ese es el punto clave.

Ni los partidos políticos ni sus líderes han de ser objeto de adoración porque, aunque ellos nos hayan hecho creer que no es así, la verdad es que somos sus jefes. Cada colombiano es jefe del presidente de turno, del congresista de turno, del ministro de turno, del funcionario de turno. Eso es la democracia. Y eso es la función pública. Ellos están ahí para servirnos, para sernos útiles y (supuestamente) para hacer mejor nuestra vida. Punto. No son dioses, ni goleadores.

Infortunadamente, por una mala forma de contar la política por parte de nosotros los periodistas (mea culpa), pero ante todo porque ellos nos han vendido siempre el relato de que son una suerte de superhombres, hoy hay gente que defiende a Álvaro Uribe o a Gustavo Petro como si estos fueran una suerte de papas. Hombres impolutos, pulquérrimos, dechados de bondad y de generosidad, rodeados por un aura brillante, como si fueran elegidos de los dioses, hecho que además los hace intocables. Entonces para unos a Petro no se le puede decir nada porque es perfecto. Entonces para otros a Uribe no se le puede decir nada porque es perfecto.

No. Ningún ser humano es perfecto. Ninguno. Ni el Papa. Por eso Francisco siempre pedía a los demás que rezaran por él, porque siendo él el vicario de Cristo se sabía falible. Porque somos humanos. Uribe lo es. Petro lo es. Y por ende se equivocan. Y por eso, aunque duela, hay que identificar y señalar con juicio y sabiduría cuando han fallado. Y si deben responder por ello que lo hagan. Sobre todo, porque en la política se enriquecieron con nuestra plata y gracias a nosotros.

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