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Kathy Willis: “Cuando desaparezcamos como especie, la naturaleza seguirá. Ya era feliz sin nosotros”

Profesora de Biodiversidad, fundó el Laboratorio de Ecología de la Universidad de Oxford. Su libro ‘Las bondades de la naturaleza’ demuestra cómo la exposición al ecosistema afecta a nuestra salud

Kathy Willis
Anatxu Zabalbeascoa

La solemnidad de los reconocimientos y méritos de la bióloga Kathy Willis (Londres, 61 años) —de la Medalla Faraday por la comunicación de la ciencia al título de baronesa de Summertown— contrasta con su talante asilvestrado. La entrevista es en un hotel de Londres. Llega de Oxford con zapatillas deportivas y una mochila. Se cambiará en cuanto llegue a la Cámara de los Lores, donde tiene sesión semanal.

¿Tiene una doble vida?

Triple: llevo también un grupo de investigación biológica en Oxford. Pero me gusta cada una de las partes. Las mujeres, desde que podemos tener vida propia, intentamos tener cinco. Tengo además tres hijos.

Lleva 33 años casada con el compositor Andrew Gant.

Siempre me ha respetado como persona, no solo como su esposa. Cuando eso sucede, se cambia el rol doméstico de las mujeres.

Centrándonos en la biología, el Código de Hammurabi prohibía talar árboles. ¿Qué nos ha pasado?

La naturaleza es un proveedor de recursos con frecuencia gratuito. Pero no puede ser exprimida. La revolución tecnológica necesita muchos componentes, como el litio, que están en la naturaleza. Sin embargo, se ha vivido ese desarrollo como algo al margen de ella.

¿Nuestra idea del progreso ha maltratado la naturaleza?

Como si no la necesitara. La revolución industrial y la tecnológica hicieron que cuanto más avanzada parecía una sociedad, más descuidaba la naturaleza, como si esta fuera algo superable.

¿Y hoy?

En los últimos 15 años nuestra comprensión de la naturaleza se ha transformado. Somos naturaleza. Es esencial comprender eso. Pregunto siempre a mis alumnos y, aun siendo biólogos, relacionan naturaleza y ecología, pero la vida humana les parece otra cosa, algo superior.

Necesitamos la naturaleza. Y ella no nos necesita.

Esa es la clave. No tenemos que cuidar la naturaleza, ella se cuida. Se adapta y responde ante nuestro maltrato.

Zenón de Citio defendió, en el siglo IV antes de Cristo, que para florecer personalmente es necesario sintonizar con la naturaleza. ¿Fue su caso?

Sí y no. Soy una conversa. Yo la investigaba. Pero cuando tuve hijos y pasé tiempo con ellos haciendo caminatas, aprendí a mirar la naturaleza de otro modo.

¿Qué ocurrió?

Mis hijos se pegaban y se incordiaban como cualquier niño, pero… cuando llevábamos 20 minutos entre árboles se habían calmado. No ocurrió un día. Sucedía siempre. Me di cuenta de que la naturaleza no era la asignatura académica que había estudiado. Era la vida, una escuela.

Kathy Willis, bióloga y profesora de Biodiversidad en la Universidad de Oxford, en el parque de St. James de Londres.

¿Qué ha aprendido de la naturaleza?

Que la imperfección no existe. Existe lo diferente.

Pasó de utilizar el microscopio a tocar plantas cuando fundó el Instituto de Biodiversidad de la Universidad de Oxford.

Sí, pero el viaje había sido personal. ¡Yo era una bióloga que investigaba la naturaleza leyendo! Cuando me hicieron directora científica de Kew Gardens, me pusieron al mando de 400 científicos. ¡Casi no tenía tiempo para pasear por los jardines! Pero cuando llegaba por la mañana, todavía oscuro y sin visitantes, sentía los árboles y las plantas. Cuando hablaba por teléfono, miraba por la ventana. Eso me relajaba. Y… de repente lo vi: sentí cómo me afectaba el contacto con la naturaleza y decidí investigarlo.

Siendo bióloga, ¿no lo había intuido antes?

La mayoría de la gente que habla de la naturaleza piensa en flores bonitas y mariposas. En Oxford, muchos estudiantes de Biología se centran en la genética, por ejemplo. Su trabajo es brillante, pero está divorciado de lo que ocurre al otro lado de la ventana. Estudian la naturaleza como asignatura, en lugar de dejarse reeducar por ella. Cuando escribí Las bondades de la naturaleza [editado en España por Salamandra], el conocimiento que adquirí me transformó. No transformó lo que sabía, me cambió a mí. Cuando lo terminé, se lo di a leer a un biólogo muy escéptico y me dijo: “Bueno…, aquí tienes algo”.

¿Abrir la mente es difícil?

Hemos sido formados en un mundo académico que nos exige concentración más que reconsideración.

Empieza advirtiendo que, lo que ha investigado, muchos científicos lo perciben como una pseudociencia.

En el mejor de los casos. Pero es conocimiento directo: los árboles ahorran dinero porque hacen que enfermemos menos. Caminar 15 minutos en un bosque en contraposición a hacerlo en un entorno urbano reduce hasta un 16% el cortisol, la principal hormona del estrés. El contacto con la naturaleza no solo calma: aumenta los niveles de células NK, las asesinas naturales capaces de eliminar infecciones y células tumorales. Esto es comprobable con pruebas radiológicas.

A la Organización Mundial de la Salud le llevó décadas anunciar que la gasolina de los coches era un problema para la salud pública.

Si buscas libros sobre los peligros de la comida procesada, encontrarás muchos estudios académicos. Pero no hay libros sobre evidencia científica basada en la naturaleza. Por eso decidí escribir uno. La única manera de persuadir a los políticos, a los médicos y a quienes toman las grandes decisiones para la sociedad es con evidencia científica.

¿De qué más hay evidencia científica?

Hoy no discutimos que hay que comer 30 verduras a la semana, pero existe la misma evidencia demostrando que tocar, ver, escuchar y oler vegetación puede producirte el mismo beneficio. La enzima alfa-amilasa salival es un biomarcador de estrés. Lo han medido, por ejemplo, antes y después de una epidural diferenciando entre pacientes que podían oír sonidos de la naturaleza y pacientes que no. El resultado impacta: quienes oían cantos de pájaro rebajaban dramáticamente el nivel de estrés. Incluso si eran grabados. Eso deberían adoptarlo los hospitales. Pero… es más visto como una recomendación hippy que como una evidencia científica.

Árbol fotografiado en el parque St. James de Londres.

Es paleoecóloga, conoce la flora de hace siglos.

Es un conocimiento muy útil. La primera vez que un roble produce una bellota tiene 40 años. Eso te indica que los ritmos de la naturaleza no son los nuestros. Si quieres comprobar la respuesta de los árboles al cambio climático, tienes que cambiar los plazos. Analizamos los últimos cinco, máximo diez años. Pero los árboles tienen otros ritmos. La paleoecología estudia esos plazos de cambio y recuperación que precisan las especies. La selva tropical, por ejemplo, necesita entre 50 y 150 años para recuperarse. Por eso las políticas no funcionan. Porque los políticos necesitan plazos cortos y la naturaleza tiene otros.

¿Somos impacientes?

Cada vez somos más impacientes como especie, aunque la naturaleza nos indica lo contrario. La paleoecología tiene mensajes positivos: ha habido destrucción y luego recuperación. Pero… con los plazos largos que precisa la naturaleza.

¿Ese conocimiento le da esperanza?

Creo que hay razones para ser optimista. La naturaleza es resiliente, puede recuperarse. La cuestión es si la vamos a dejar. Estuve en Barcelona hace poco y lo que han hecho peatonalizando y asilvestrando las calles del Eixample me pareció un modelo a seguir. Es cierto que el principal problema de las ciudades es la falta de vivienda, pero la falta de árboles va a ser el siguiente. Recuperar la relación con la naturaleza es permitir crecer lo que crece naturalmente.

En Barcelona se plantaban tilos porque era lo que había en París. Hoy se plantan especies tropicales por falta de agua.

En Inglaterra, si cambiamos el tipo de árboles que plantamos en las ciudades para adaptarnos a la sequía, deberíamos estudiar el periodo cálido medieval. Las temperaturas en el Reino Unido fueron entonces más cálidas que las actuales. Aquí crecían parras. Los romanos eran grandes productores de vino.

¿El calentamiento global no es una progresión lineal?

En los últimos 10.000 años hemos vivido enfriamientos y calentamientos. Estamos, que quede claro, sobrepasando esos umbrales. Pero lo importante es que la vegetación, si la dejamos, se adaptará.

¿Maltratamos la naturaleza más que en ningún momento de la historia?

Diría que hemos cambiado en los últimos 20 años. Pero antes, sí. Creo que, en 2005, la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio detuvo ese maltrato. Hasta los años ochenta pensábamos que teníamos que proteger la naturaleza, como si fuera algo vulnerable. En el siglo XXI afrontamos que no es que la naturaleza sea vulnerable, lo es la vida en la Tierra. Es un cambio de paradigma.

¿La naturaleza es menos vulnerable que nosotros?

Claro. Cuando desaparezcamos como especie, la naturaleza seguirá. Ya era feliz sin nosotros.

La naturaleza migra y se adapta. ¿Por qué no aprendemos de ella?

A veces es invasiva. A veces, como ahora, resulta en una homogenización biótica que reduce la diversidad.

¿Afrontamos una globalización de la naturaleza?

Sí. Y eso causará extinciones. Empezó con el intercambio de flores para jardines. La lantana es una florecita naranja preciosa pero brutalmente invasiva. Como el bambú, lo devora todo. Ha costado millones de euros intentar mantenerla a raya. Pero en la India han encontrado una solución: fabrican madera con ella. Eso demuestra un entendimiento máximo de la naturaleza.

Kathy Willis, bióloga y profesora de Biodiversidad en la Universidad de Oxford, tras la entrevista.

Es partidaria de llevar animales a hospitales.

Los beneficios superan a los riesgos. Y eso puede suceder también con las plantas, habitualmente prohibidas en hospitales.

¿Qué hacemos con las flores de plástico?

Son un reflejo de nuestra sociedad. Como el césped artificial: queremos el aspecto, pero no la responsabilidad. Acumulan bacterias y no proporcionan ningún beneficio.

¿Hemos pasado de admirar el verde a fingirlo?

La relación entre verde y ecología ha sido sobrepasada. La naturaleza no es estática, cambia. Si la queremos siempre verde, queremos su representación, no lo que es.

Las culturas asiáticas valoran cada fase de la naturaleza.

La sienten, más allá de verla. Y esa es la clave: la naturaleza habla a todos los sentidos. No solo a la vista.

¿Cree en los baños de bosque?

Los japoneses le dieron ese nombre a abandonarse en el bosque, dejar el móvil en casa y hasta abrazarse a los árboles.

¿Necesita uno abrazarse a un árbol?

No. Pero sí quedarse un par de horas. No se pueden obtener beneficios si vas a caminar con prisas. Hay evidencia científica, publicada en The Lancet, de la relación entre el número de árboles en una ciudad y la cantidad de gente con problemas cardiovasculares y psiquiátricos. Estudiaron los informes médicos de más de tres millones de enfermos psiquiátricos a lo largo de 10 años. El efecto de los árboles es mayor entre la población más pobre porque tiene poco espacio y, en general, más estrés. Parece lógico: si no hay sombra, ¿quién paseará?

¿Qué mecanismo se da en el cuerpo para que la naturaleza nos cure?

La rebaja del cortisol, y sus efectos, llega en proporción a la cantidad de plantas y árboles que tienes cerca (coníferas: pinos y cedros son los más eficaces) y el tiempo que pasas allí.

Su libro fue acusado de pseudociencia.

Descalificar es una defensa clásica. Pero también ha sido gratificante que muchos científicos me escribieran diciendo que no sabían nada de eso.

¿La naturaleza siempre es la buena receta?

No he encontrado plantas que puedan ser dañinas. Pero no sirve un campo de fútbol: que sea verde no quiere decir que sea natural.

Si la naturaleza es tan benévola, ¿qué causa alergias?

El polen es el principal causante. Pero no llega al 10% de las especies. Y forma parte del aprendizaje. Sabemos que no debemos tocar la hiedra venenosa porque causa inflamación. Pero también las rosas tienen pinchos…

¿Cuánto duran los efectos de una caminata en el bosque?

Menos de una semana. Hasta en eso hay sabiduría. Hay que volver.

La medicina tradicional china prestaba atención a la naturaleza.

No sabría responder a eso. Pero piense en la aspirina, que proviene de la corteza del sauce. La mayoría de nuestras medicinas salen de plantas. El romero tiene propiedades que, al llegar a la sangre, influyen en los neurotransmisores del cerebro de la manera en que lo hacen sustancias que te despiertan. Los cítricos afectan al sistema inflamatorio de la laringe.

La legendaria vitamina C.

Se absorbe con facilidad. Hoy nos preguntamos si podemos utilizarla para asma severa. Estamos mirando la naturaleza de una manera clínica. En mi opinión, es el principio de un gran cambio en la medicina ­occidental.

Un cambio con historia: ¡tomamos infusiones!

La ciencia empieza a confirmar que nuestros instintos eran certeros. Pero tenemos que comunicar que no es una intuición. Es una realidad.

¿Hay intereses en que eso no se entienda?

Hay intereses industriales y políticos. Caminar en la ciudad nos sana. ¿Por qué nos cuesta caminar?

¿Porque no hay sombra? ¿Demasiados coches?

Las ciudades son decisiones políticas.

En 1984, el biólogo Edward O. Wilson, profesor de Ecología en Harvard, acuñó el término biofilia.

Hace tan poco… Y parece que siempre estuvo allí. Explica cómo nuestra afinidad con la naturaleza multiplica nuestra humanidad, nuestro bienestar. Pero no demuestra la evidencia médica.

Eso lo hace usted.

Él sembró los cimientos. Pero se necesita más para convencer a médicos, políticos y economistas.

En su libro recomienda incluso materiales para la construcción.

No es tocar madera, es rodearse de madera.

¿La naturaleza es frágil o fuerte?

Superfuerte. De lo contrario no quedaría nada.

Defiende el contacto con la naturaleza en una época en la que prohíben pisar el césped en los parques.

Es una cuestión de concienciación y de educación. El césped se puede pisar cuando se hace con respeto y está suficientemente fuerte. El otro día una amiga trajo a su hija, que empezó a coger flores de un jardín en Oxford. Le llamé la atención a la niña y mi amiga me riñó. Era bonito lo que hacía, pero estaba destrozando los polinizadores. La niña debe entender eso: las pequeñas acciones generan grandes cambios. La relación con la naturaleza no puede ser depredadora.

Habla de los ingredientes inesperados que se encuentran en algunos perfumes.

Además de canela se pueden encontrar… excrementos. Y adoramos esos aromas… Si tuviera otra vida, crearía perfumes defensores, capaces de protegernos de los mosquitos, por ejemplo.

¿Llegaremos a desnaturalizarnos?

No. No podemos existir al margen de la naturaleza.

¿Existen los biobancos?

Sí. Congregan la evidencia médica de millones de individuos que aceptan participar en experimentos durante 20 años. Casi cada país tiene un banco de información de ese tipo. Es la manera de entender cómo el medio ambiente te afecta.

Es baronesa de Summertown desde 2022.

Es un título no hereditario. Puede parecer una broma, pero acudir a la Cámara de los Lores es un deber cívico. Sirve para que se escuche lo que investigamos.

¿Es monárquica?

¡Sí! Soy muy partidaria de nuestro rey porque siempre ha defendido el medio ambiente. También creo que es bueno tener un jefe de Estado que no sea elegido.

¿Tiene jardín?

Uno pequeño e imperfecto.

Un 60% de los jardineros no profesionales sufre estrés.

Es un trabajo sin fin. Es importante saberlo. El beneficio de ver crecer una planta puede sentirse sembrando en macetas.

Termina su libro diciendo que espera que en 20 años no sea necesario decir todo lo que ha escrito.

El sistema público de salud británico reconoce el poder sanador de la naturaleza. Hay hospitales que hacen de esa relación su fuerza. Necesitamos entender lo que la naturaleza puede hacer por nosotros y saber qué podemos hacer para no dañarla. Necesitamos la naturaleza más de lo que ella nos necesita a nosotros. Y cuanto antes nos demos cuenta, mucho mejor.

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