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Parques urbanos con certificado ecológico como los alimentos

Una docena de espacios verdes cuentan ya con un sello que prohíbe los químicos y controla el uso del agua, la fertilidad del suelo y la contaminación acústica y lumínica

Parques urbanos sin químicos
Miguel Ángel Medina

Los alimentos ecológicos deben producirse sin químicos, antibióticos ni transgénicos, lo que reduce la contaminación y aumenta la biodiversidad. La normativa europea que regula los alimentos eco —de los que España es el principal productor europeo— inspira otra certificación similar destinada a refrendar espacios verdes que no usan herbicidas ni plaguicidas, impulsan la fertilidad del suelo y reducen el uso del agua y la contaminación acústica y lumínica. “Controlamos las plagas con soluciones basadas en la naturaleza, que incluyen murciélagos, mariposas, insectos y aves insectívoras”, explica Manuel Campuzano, director del parque del Alamillo de Sevilla, uno de los primeros en contar con el sello de Espacio ecosostenible CAAE, que ya tienen una docena de parques, jardines y otras entidades.

“Somos un país líder en producción ecológica y receptor de turismo, y los visitantes exigen que cada vez seamos más sostenibles, por eso varias entidades nos plantearon que revisáramos también el manejo de espacios verdes”, señala José Ángel Navarro, portavoz del Comité Andaluz de Agricultura Ecológica (CAAE). Esta entidad privada ha certificado más de la mitad de la superficie de producción ecológica en España —y tiene presencia en países como EE UU, Japón o México— y se puso manos a la obra para crear una norma que fuera de aplicación para zonas verdes. Se lanzó en 2018 y afirman que es única en Europa; ahora le han cambiado el nombre y quieren impulsarla.

Lago del parque de la Paloma, en Benalmádena.

Las reglas son similares a las de la producción: no se pueden usar productos químicos —ni pesticidas ni glifosato—, hay que apostar por especies autóctonas, se debe fomentar la fertilidad natural del suelo y utilizar agua reciclada o de lluvia en el riego. Además, se vigilan las máquinas que se usan en los trabajos de mantenimiento —apostando por las eléctricas— o las condiciones laborales de los empleados y cuidadores de estos espacios, así como los niveles de contaminación acústica y lumínica. En total, casi 70 puntos de control para lograr tres niveles de reconocimiento.

El sevillano parque del Alamillo, con 120 hectáreas, es uno de los espacios emblemáticos certificados. “Es un parque artificial que se creó como recreación de las dehesas de la sierra norte de Sevilla —con encinas y alcornoques— en el que siempre hemos trabajado con técnicas ecológicas”, apunta su director, Manuel Campuzano. “Tenemos una gran biodiversidad que nos ayuda a controlar las plagas. Cuando hace cinco años llegó el virus el Nilo, fumigaron todos los parques de Sevilla. Nosotros lo evitamos gracias a murciélagos, golondrinas y vencejos, y a los peces que se comen las larvas del mosquito”, continúa.

Gente disfrutando del parque del Alamillo de Sevilla, en una imagen cedida por el parque.

Han creado siete charcas con materiales reciclados del cercano recinto de la Expo 92, gracias a las cuales han reintroducido ranas, gallipatos y otros anfibios. Y realizan visitas tanto para ver las especies botánicas autóctonas como para descubrir su biodiversidad. “En verano e invierno hacemos una aventura nocturna para que las familias descubran los sonidos del parque, donde hay chotacabras, búhos chicos, cárabos, mochuelos, autillos…”. Riegan los huertos con agua filtrada del Guadalquivir, han cambiado todas la iluminación por luces led y, cuando cierran, apagan el 75% de las luminarias para reducir la contaminación lumínica y no afectar a los animales.

Otro lugar con este ello es el Jardín Botánico de Castilla-La Mancha, en Albacete. “Tenemos 2.100 tipos de plantas autóctonas, muchas de ellas amenazadas o en peligro de extinción, que requieren cuidados muy delicados, por eso optamos por el ecológico”, dice Alejandro Santiago, conservador del lugar. Entre ellas, la sideritis serrata, la helianthemum polygonoides y la vella pseudocitisus, todas endémicas de zonas cercanas y en peligro crítico.

Control biológico

Santiago señala que realizan un control biológico de las plagas: “Damos el hábitat que necesita cada depredador —insectos, aves, hongos, bacterias—, para que crezcan o vivan cerca de las plantas, con lo que conseguimos un equilibrio ecológico. Con tantas especies es muy difícil, nos ha costado una década”. Por ejemplo, se enfrentaron al pulgón lanudo que atacaba los albaricoqueros: “Pusimos una cinta con resina en los troncos para que no treparan las hormigas, que defienden a los pulgones, y plantamos carrizo, que es planta hospedadora en invierno, y luego lo cortamos. Así se elimina el 80% de la población. Además, pusimos setos de saúcos y artemisias alrededor del árbol, que conservan otros tipos de pulgones, pero resisten la plaga. Así llegaron mariquitas y otros insectos a comérselos”.

Un anfibio en el Jardín Botánico de Castilla-La Mancha, certificado en ecológico.

Otro parque certificado es el de la Paloma, en Benalmádena. Y el sello también está abierto a otro tipo de espacios. De hecho, el mes pasado se certificó el centro hípico Yeguada Cartuja de Jerez, dedicado a la crianza de caballos. “Tienen ya todo su espacio de jardinería en ecológico, y también planta cereal y forraje sin químicos para los animales. Pretenden recuperar variedades autóctonas de cereal y demostrar que se adaptan mejor a la sequía y necesitan menos agua”, apunta Lidia Chica, responsable de área de Sostenibilidad de CAAE.

Otro de los más recientes es el Centro Comercial Plaza Mayor de Málaga, como explica Chica: “Siguen estas prácticas en toda la jardinería exterior. Han puesto un jardín vertical y están favoreciendo que la fauna salvaje se instale allí, con casitas para murciélagos y aves. Además, están haciendo compostaje con sus residuos, mejorando la fertilidad del suelo y sustituyendo césped por praderas naturales para no usar tanta agua”.

Un ejemplar de pito ibérico en el parque del Alamillo, en una imagen cedida por el parque.

Óscar Martínez Gaitán, que realiza planes de gestión de infraestructura verde y divulga en la plataforma Los árboles mágicos, colabora con CAAE en este proyecto: “Lo veo interesante porque tiene en cuenta muchos aspectos, desde lo ecológico —sin químicos ni residuos— a lo económico y lo social, porque los espacios deben ser inclusivos y accesibles para la población vulnerable. Es la primera norma que mira todo eso en conjunto”.

¿No hay riesgo de ecopostureo? “Creo que es lo contrario”, responde Gaitán, “es importante hacer las cosas bien y que alguien lo corrobore. Para certificarte tienes que pasar una auditoría externa que mira muchos puntos. Creo que así se evita mucho greenwashing de lo verdes que somos”. Santiago, del Botánico de Albacete, resume: “Este modelo es deseable para otros jardines públicos y una buena herramienta para ayudar a renaturalizar las ciudades”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Medina
Escribe sobre medio ambiente, movilidad —es un apasionado de la bicicleta—, consumo y urbanismo, entre otros temas. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, ha publicado el libro ‘Madrid, preguntas y respuestas. 75 historias para descubrir la capital’. 
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