El comercio de ‘chocolates mágicos’ con psilocibina irrumpe con fuerza en Colombia
La agencia oficial de alimentos y medicamentos alerta contra el aumento de la venta de sustancias alucinógenas que tienen riesgos en la salud mental


Introducir un negocio de chocolates o gomas con psilocibina en redes sociales es una tarea sencilla. Se trata de un compuesto alucinógeno, presente en ciertos hongos, que gana, de forma acelerada, popularidad en Colombia. A su vez, las autoridades y psiquiatras observan el fenómeno con no poca inquietud. No es para menos: el uso de la psilocibina se desenvuelve en un terreno legal gris y en un sanitario incierto. De momento, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos o INVIMA solo ha emitido circulares de advertencia. Son, en opinión de muchos expertos, un simple parche en un mercado que mezcla un marketing agresivo con mensajes de búsqueda espiritual o promesas de conexiones terapéuticas profundas.
El marco médico y legal es borroso. Una aparente claridad es que el comercio de chocolates o gomas que contengan psilocibina está prohibido. Así lo explica un vocero del INVIMA: “Es una sustancia prohibida. El uso o venta es un delito que está tipificado como corrupción de alimentos. Las personas que comercializan esos productos pueden ser objeto de aprehensión por parte de la policía”, explica un vocero de la agencia sanitaria. Pero no sucede lo mismo con el cultivo y distribución de los hongos de donde se extrae el componente: “En Colombia ni siquiera hay claridad sobre qué es un hongo. Aquí a todos los llamamos champiñones, pero ese es solo uno de los tipos de hongos comestibles”, explica la ingeniera química y biológica Carolina Chegwin. De ese modo, para las autoridades resulta muy complejo monitorear el desarrollo de este comercio.
Pese a ello, el grupo de reacción inmediata del INVIMA ha bloqueado en los últimos meses unos cinco comercios con nombres como Trippy Truffles. Para esta labor, la agencia sanitaria ha contado con el apoyo de la todopoderosa Meta, el emporio tecnológico de Mark Zuckerberg que es dueño de WhatsApp, Facebook e Instagram. También se ha unido Mercado Libre, el gigante latinoamericano del comercio electrónico. Mientras tanto, las bandas criminales se han servido del buen momento del negocio de los hongos y la policía ha logrado capturar en las tres grandes ciudades a traficantes que cada vez incluyen más estas drogas psicodélicas en su menú.
Detrás del auge se hallan múltiples ensayos clínicos en Estados Unidos y Europa enfocados en determinar el potencial farmacológico de la psilocibina. La hipótesis central sostiene que el compuesto tendría efectos positivos en la neuroplasticidad cerebral. Según la evidencia, esto sería beneficioso para abordar trastornos mentales como la depresión o la ansiedad. Se trata de un debate que plantea retos similares a los que surgieron en el boom del cannabis hace una década. Y el peligro, al igual que entonces, es que la proliferación de documentales, foros y movimientos que difunden sus teóricas bondades, le lleva dos o tres pasos de ventaja a la ciencia. Es decir, la fuerza del negocio, y la aceptación social de estas sustancias, avanza por delante de los riesgos psiquiátricos que implica.
Además, aún persisten varias dudas a resolver. El ensayo clínico más completo a la fecha fue realizado en 2021 por la farmacéutica británica Compass Pathways con 233 pacientes en 10 países europeos, Canadá y Estados Unidos. En la jerga científica fue un estudio de fase 2b, la etapa que sigue a la valoración de su seguridad y donde se evalúa la eficacia. En este caso, los investigadores usaron dosis de 1, 10 y 25 miligramos de psilocibina en pacientes adultos diagnosticados con depresión resistente a otros medicamentos.
Los resultados, publicados en el acreditado New England Journal of Medicine en 2022, muestran que los participantes reportaron una “reducción significativa de los síntomas” a las tres semanas de tomar una sola dosis de la cantidad más alta. Por su parte, el Instituto Usona, en Wisconsin, desarrolla en estos momentos un ensayo clínico fase 3, el más avanzado hasta ahora y el que evalúa la seguridad y eficiencia del compuesto frente a otras soluciones. Los científicos estudian en este caso a 240 adultos con trastorno depresivo mayor y las conclusiones siguen pendientes.

Mientras la ciencia confirma o amplía los buenos indicios, los expertos advierten un riesgo: el uso de la psilocibina sin supervisión médica ni marco legal ya ha provocado un aumento de pacientes en urgencias psiquiátricas. En Colombia, en España o en Alemania, los síntomas reportados y alteraciones son los mismos: ansiedad, trauma, insomnio, distorsión visual y sentimientos de despersonalización.
La clínica universitaria Charité de Berlín tiene la unidad más completa de estudios sobre el tema en Europa. Desde allí, el doctor Darío Jalilzadeh Masah escribe por correo electrónico: “Aunque pueden producirse episodios psicóticos agudos, son algo raros. En general, los datos científicos acerca de los efectos adversos siguen siendo limitados y fragmentarios”.
La última frase apunta a un debate que sigue abierto. ¿Se han puesto sobre la mesa con equilibrio todos los riesgos y ventajas que entraña? ¿Puede haber daños neuronales permanentes más allá de un mal viaje? Un estudio reciente publicado en el Canadian Medical Association Journal, detalla el experto alemán, halló que las personas que requerían atención hospitalaria mostraron un riesgo mayor de suicidio. “Estos resultados subrayan la importancia de tomar decisiones clínicas y políticas prudentes en el contexto del creciente consumo de psicodélicos”, agrega Jalilzadeh.
La psiquiatra Ana María Bueno asegura que en Colombia hay consultorios y centros que ofrecen tratamientos con psilocibina. “Son bastante artesanales. No hacen una evaluación juiciosa de los antecedentes, de las predisposiciones de cada paciente a estas sustancias. La valoración de la historia psiquiátrica y familiar es clave y esos sitios, que no están regulados, no tienen capacidades para hacer un trabajo exhaustivo en este sentido”. Los portavoces del INVIMA señalan que desconocen de estas iniciativas. “Se habla a la ligera de las ‘microdosis’ y no hay ninguna definición estándar en el mundo para determinar cuántos miligramos o microgramos deben componerla. No hay un consenso médico. No hay protocolos. Es una historia que todavía está en pañales”, apunta Ramírez. Por eso tampoco resulta fácil calibrar el amplio rango de consecuencias adversas.
El psicólogo británico Timmy Davis, director de la The Psychedelic Experience Clinic de Londres, es claro: “No es posible encontrar a muchos científicos o investigadores serios alentando el uso por fuera de contextos clínicos. A pesar de que sabemos que los datos apuntan en la dirección de que se trata de sustancias seguras, aún no es aconsejable tomarlas por fuera de un contexto médico”.
No en vano, una de las palabras que más se repite entre los médicos es “control”. Como explica Óscar Soto Ancona, médico psiquiatra del hospital universitario Vall d’Hebron, en Barcelona: “Estos no son fármacos que se puedan manejar bajo la lógica de que cualquiera los puede tomar y tener el mismo efecto”. Timmy Davies añade que aún no hay evidencia sólida para medir si los efectos antidepresivos de este psicodélico son duraderos y si su durabilidad y eficacia depende del componente psicoterapéutico.
No obstante, Soto indica que esta historia, que hoy oscila entre el desconocimiento y la sanción a negocios y consumidores clandestinos, tiene otras zonas grises: “Hay un cambio mediático y en la opinión pública. Con la prohibición, al final, lo que se logra es enterrar el consumo. Entonces es una situación muy compleja, donde hay muchos factores a tener en cuenta. Todavía estamos en el primer eslabón para decidir cuál es el abordaje más adecuado”, argumenta el también presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicodélica.
Un artículo del diario británico The Guardian informaba en diciembre que en el Reino Unido la psilocibina fue la única droga ilegal que creció en popularidad en 2024. El aumento, de acuerdo con los datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales británica, fue del 37,5%, hasta alcanzar al 1,1% de las personas entre 16 y 59 años. Otro análisis, realizado en Estados Unidos, arrojó que desde 2019 ha habido un incremento del 44% en el consumo entre jóvenes de 18 a 29 años. Por su parte, la comunidad científica está muy atenta a lo que ocurre en Australia, donde las autoridades legalizaron su uso en 2023 para tratar a pacientes con síndrome de estrés postraumático y depresión.
Soto Ancona cuenta que el aval fue tan repentino que sorprendió sin mucha formación clínica ni proveedores de la sustancia a la red sanitaria australiana. “En la práctica, lo que ha ocurrido es que apenas un centenar de personas han podido beneficiarse del tratamiento. El sistema, además, es semiprivado y los medicamentos son carísimos”. Por lo pronto, Carolina Chegwin lamenta que en Colombia no haya habido avances a destacar en esta discusión: “Perdemos todos. No hay control, pero tampoco incentivos para generar evidencia científica. Hay que educar y hablar acerca de los hongos, sobre sus riesgos sin diabolizarlos y también de sus efectos en potencia positivos”.
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